Dicho de otro modo. Con la desaparición de Podemos, si es que se produce, ¿desaparecerá también el podemismo?

Las últimas elecciones han dejado varios cadáveres a su paso. El de Ciudadanos, que ya era un zombi antes de las elecciones. El del Podemos. Y, quizás, esto es más complicado, el del llamado sanchismo. El sanchismo ha logrado cuajar como una metodología, más que como una ideología, reconocible (una especie de gemación del PSOE), pero con mucha dependencia de la persona de Pedro Sánchez.

El podemismo, sin embargo, va más allá de Podemos y más allá incluso, a pesar del engreimiento y presuntuosidad de su fundador, del propio Pablo Iglesias. El sanchismo empieza y acaba en Sánchez (en otra ocasión hablaremos de él). El podemismo, sin embargo, tiene un mayor alcance sociológico y pudiera ser que sobreviviera a Iglesias, que ahí sigue, a pesar de su retirada. De hecho, varios partidos, más allá de Podemos, se fundaron desde el mismo bagaje ideológico podemita: Más País, de Errejón, y ahora Sumar, de Yolanda Díaz.

La líder de Sumar, Yolanda Díaz.

La líder de Sumar, Yolanda Díaz. EFE

Y es que Galapagar fue, sin duda, la tumba de Podemos. Seguramente, el principio del fin. Pero no del podemismo (ni el errejonismo, ni el yolandismo significan nada distinto del podemismo). El cambio de siglas responde a una pura estrategia personal para saltar del barco antes del naufragio inminente del partido. Pero no responde a la existencia de un posicionamiento ideológico o doctrinal distinto. Errejón, Díaz, etcétera, están en el podemismo, aunque no estén en Podemos.

La cuestión es si el podemismo se ha desvirtuado con Podemos y si el partido ha traicionado de algún modo la ideología podemita de la que se ha nutrido. O si, más bien, Podemos es la consumación de esa ideología, y lo que realmente tenemos delante, como resultado de las últimas elecciones, es el cadáver del podemismo, y no sólo del partido. Lo que harían Más País o Sumar, si esto último fuera el caso, sería prolongar la agonía de un organismo con muerte cerebral.

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Se supone que el podemismo, montado en la ola del 15M, venía a las instituciones para instaurar una democracia real dada la situación de oligarquización que imperaba en España (y en otras partes) con la hegemonía del bipartidismo PP-PSOE (la casta). Ambos partidos, también se supone, habían dejado huérfano al pueblo, abandonando sus intereses (el interés general) para velar por los intereses espurios de grupos de poder particulares (grandes empresas y corporaciones, lobbies) en un momento tan delicado como el de la crisis de 2008.

Sin duda, la cristalización de esta corriente de indignación en forma de partido político que supo canalizar dichas reivindicaciones fue Podemos, que se arrogaba la representación de los verdaderos intereses del pueblo (de "la gente").

Sea como fuera, el devenir de Podemos culminó en Galapagar, que representó una contradicción incabalgable cuando Pablo Iglesias e Irene Montero se elevaron a la condición de casta. Podemos había generado una oligarquía que ya no representaba a las bases. Sus líderes, apenas recién llegados a la vida política institucional, ocupaban "un lugar al sol".

El podemismo se convirtió, sin más, en un arribismo. En un quítate-tú-para-ponerme-yo. Esto es, en más casta, pero con el agravante del cinismo tartufo. Y es que ya decía Nietzsche aquello de que "nadie miente tanto como el indignado".

Pero ¿acaso podría salir otra cosa del podemismo? ¿Es que la ideología podemita podría conducir a España a una verdadera democracia? ¿Y qué significa una "verdadera democracia" como solución a una crisis económica como la que sobrevino tras el 2008?

El podemismo se articula bajo unos lemas tan abstractos e irreales, cuajados de fórmulas programáticas vacías, que, fuera del gesto contestatario, no engrana con la realidad política, social ni económica. Ejemplo claro es la ley del 'sí es sí', que no supieron ni integrar dentro del ordenamiento jurídico español.

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Y es que a la gente que el 15M de 2011 se dirigió a aquellas plazas no la enviaba la necesidad (la carestía, la crisis), sino una ideología muy determinada. Una ideología utopista, caracterizada por su apraxia (con un activismo de la nada), sobre la que se auparon unos cuantos líderes de movimientos universitarios que, aprovechando aquella necesidad (que existía, sin duda, ligada a la crisis), pudieron trepar y acceder a las magistraturas del Estado.

¿Y qué es lo que hicieron una vez ascendieron a puestos de poder, incluso a puestos de gobierno, ya que su programa es irrealizable?

Por un lado, servir de comparsa a uno de los pilares del bipartidismo, el PSOE, que, se suponía, bloqueaba una verdadera representación democrática ("no nos representan").

Por otro, servir de correveidile del separatismo, facilitando la colaboración con el gobierno de estas facciones sediciosas (amnistías de los responsables del procés, pactos de los presupuestos con EH Bildu, etcétera), a fuerza de blanquearlas permanentemente. Y hacerlo siempre frente a una perversa "extrema derecha" contra la que todo está justificado. Facciones sediciosas, por cierto, que no son menos casta que el PSOE o el PP.

¿Cabría esperar, pues, del podemismo, encarnado ahora en Errejón o en Yolanda Díaz, otra cosa distinta de lo que hizo Podemos a lomos del Estado? En absoluto. Arribismo y colaboracionismo con el separatismo. Esto es Podemos. Y esto mismo es el podemismo, que no puede ser otra cosa.