La política española es desconcertante. Hace unos días, Patxi López pasó por el programa de Carlos Alsina para defender la reforma que nos "asimilará" a Europa. Porque al parecer hay cientos de artículos en el Código Penal, pero sólo uno nos aleja de la civilización: el delito de sedición. Hay países como Alemania o Francia que sufren el mismo retraso, pero sólo España está por la labor de corregirlo.

Alsina le preguntó si no habrá otros puntos a revisar, por el bien de la armonización, y el portavoz socialista se encogió de hombros: "No soy un experto". Pero, aunque no sea un experto, ¿qué le costaba aprenderse la lección, al menos, para dar el pego en un programa de radio?

Alsina no insistió. Patxi López no clava tornillos sin machacarse los dedos, y hay que ser sádico para disfrutar de ese espectáculo. Es verdad que pudo recomendarle que, puestos a asimilar, el Gobierno siguiera con su consideración sobre el comunismo, en lugar de dedicarle estampitas. Sus colegas polacos, letones y rumanos le explicarían por qué. Pero las noticias no coincidieron en el tiempo.

Lo más reseñable del encogimiento de hombros de Patxi López no es la confusión que produce: es un engorro separar la modestia natural de una indiferente ignorancia. Lo más reseñable es que un portavoz puede cobrar más que el presidente y, sin embargo, demostrarse incapaz de argumentar las propiedades vigorizantes para nuestra democracia de la medida que viene a presentar. La que nos asimilará a Europa. Con lo que para un español significa Europa, desde tiempos de Ortega.

En realidad, la política española es desconcertante de muchas maneras distintas. Por ejemplo, esta semana, Isabel Díaz Ayuso se ha propuesto lanzar globos sonda a diestro y siniestro a conciencia de que, mejor o peor, contribuirán a escurrir el bulto del desastre que es la Atención Primaria en Madrid. Aunque no sólo en Madrid.

En un programa de televisión dijo que Pedro Sánchez quiere encarcelar a la oposición. Como en Nicaragua, concretamente. Con la ristra de razones para el reproche que arrastra el presidente (un par de estados de alarma inconstitucionales, la degradación del CIS, la perversión de RTVE, la "venta" del Sáhara sin debate en el Congreso, las gratificaciones a los procesistas juzgados) y tuvo que recurrir a la fantasía.

Como se acostumbre a estos titulares, a Ayuso le surgirá un problema. Se quedarán vacíos y al presidente no le quedará más remedio que fusilarlos. A los opositores, evidentemente. De los titulares nos ocuparemos los periodistas, que para no descuidar la atención de los lectores tendremos que documentar abducciones.

En la Asamblea de Madrid, Ayuso mantuvo las expectativas. Arrancó con la relativización de la huella de carbono de la región, porque más contamina China, y terminó por atribuir las políticas contra el cambio climático a intereses oscuros (como los "hombres de los puros" de Sánchez) alineados con el comunismo. No era fácil seguir el hilo. Pero, a decir verdad, el inicio del discurso era prometedor.

Pudo argumentar que el carbón y el petróleo están detrás del mayor progreso en la historia de la humanidad, y que es un plan suicida desprenderse de ellos a la ligera. Pudo razonar que es falso que exista un consenso científico completo sobre el origen específicamente humano del cambio climático, porque es muy difícil demostrarlo a pesar de los indicios, y que no hay garantía de que, si nuestras economías terminan con las emisiones mañana, se frenará en seco el aumento de las temperaturas.

Pudo incluso recordar el regocijo que sienten en China y Rusia ante el instinto autodestructivo de Europa, y ante una política energética tóxica como el cianuro. O pudo, si me apuras, señalar a los activistas del clima, en los que asoma una mirada de reproche, un sentimiento antioccidental que juzga todos los males y ninguna de las virtudes de nuestra civilización.

Puesta a replicar las tesis de Bjørn Lomborg o Douglas Murray, vaya, pudo hacerlo con mejor memoria. Pero no lo hizo. Porque la verdad rara vez es simple. Y si la lucidez ganara votos, Cayetana Álvarez de Toledo se habría embolsado algo más que un escaño.