Cuando tenia seis años, George Washington hirió con un hacha un preciado cerezo de su padre. El pequeño confesó con unas palabras que forman parte del mito fundacional de Estados Unidos: “No sé mentir, papá, ya sabes que no sé mentir”. La leyenda, apócrifa y de vocación hagiográfica, pretende retratar al héroe de la independencia y primer presidente de la nación como un hombre virtuoso por naturaleza. ¿Acaso existe virtud más intemporal que la honestidad?

Años después, Mark Twain presumió de tener una escala de valores superior a la de Washington: “Yo sí sé mentir” dijo, “pero decido no hacerlo”. Twain da con una clave importante: no todo el mundo tiene la posibilidad de meter la mano en la caja, de desviar fondos, de recibir sobres. La mentira, sin embargo, es una corrupción al alcance de todos.

Entre las reacciones provocadas por el probable indulto a los condenados del procés he echado de menos que alguien aclarara que, sea cual sea nuestra opinión sobre la medida, el destape de una mentira del presidente debe provocar un rechazo unánime. No ha sido así. La corte de opinadores gubernamentales ha centrado el debate en la conveniencia del indulto mismo y se ha dedicado a fabricar argumentos para la ocasión. Argumentos que, por otra parte, no les pareció conveniente compartir en 2019, cuando Pedro Sánchez negó (con rotundidad) que se planteara indultar a los condenados.

El número de periodistas y científicos sociales dispuestos a colaborar con esta corrupción es alarmante. Pocas cosas erosionan más la esfera pública que negar lo evidente, a saber, que Sánchez renegó del indulto para atraer votos y ahora indulta para retener poder. En definitiva, que mintió cuando dijo que no indultaría y que miente ahora cuando dice que indulta por el bien de todos. Antes de compartir su opinión sobre el indulto, un observador honesto daría su opinión sobre la trampa. No ha sido así. Por eso, quienes se han lanzado a forjar y corear el argumentario no estaban avalando la medida, sino el engaño, es decir, tapando la corrupción institucional.

Si además resulta, como el caso, que el argumentario es de una precariedad intelectual evidente, las costuras de nuestra esfera pública se tensan aún más. Se ha hablado de Tejero, de Armada, de Vera y Barrionuevo, incluso de la Transición, en un ejercicio de funambulismo que habrá provocado no pocos despeñes de dignidad.

Hace falta ser muy ingenuo para creer que indulto sanará heridas, desactivará el victimismo nacionalista o favorecerá la concordia, pero quizá haya algún alma pendiente de caer del guindo. Pero para divulgar que estos son los motivos que guían a Sánchez no solo hace falta saber mentir, como el bueno de Twain, sino tener un desinterés manifiesto por la verdad.

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