Quien esto escribe veranea todos los años, y lo hace desde que nació, en el Valmiñor (valle del río Miñor), en Galicia, al sur de la ría de Vigo, en la zona playera que forma la bahía de Bayona (playa América, playa Ladeira, etc). Además, quien esto escribe es natural de Galicia -en concreto de Vigo- y allí he vivido hasta los 18 años. En Galicia residen todos mis familiares sin excepción (hermano, madre, tíos, primos, etc). Familia castellano hablante en su inmensa mayoría, aún incluso en la línea generacional de los abuelos, y con un círculo de amistades y conocidos (en la escuela, en el barrio, etc), igualmente, castellano-parlantes. El español era -y sigue siendo- nuestra lengua propia.

Contaba en cierta ocasión Ernesto Ladrón de Guevara que un amigo suyo (o él mismo, no lo recuerdo bien) tenía necesidad de llamar por teléfono a sus padres al pueblo -un pueblo de Vizcaya, creo- y como no se sabía el número consultó a aquel tocho, que ahora parece antediluviano, llamado listín o guía telefónica. Pues bien, este amigo no pudo encontrar el número porque ya no existía el nombre del pueblo de sus padres, la nueva toponimia, indicada por el Nomenclátor nacionalautonomista, había producido la metamorfosis “heterográfica” (como decía Unamuno).

El caso de Bayona no es tan grave, dado que su forma toponímica oficial se parece a la tradicional, pero el origen de la transformación es el mismo, responde a los mismos motivos ideológicos. No es el fuero, es el huevo. La idea de que el idioma español, en algunas partes de la propia España, es una lengua “invasora”, “impuesta”, preside toda esta labor de transformación “heterográfica”, elaborada desde la propia administración (con lo que tiene de despilfarro por cierto), sobreentendiendo que en esas partes existe una lengua “propia”, que no es el español, desde la que se otorga “autenticidad” al nombre de los pueblos de dichas regiones. El nombre en castellano es “impropio”, espurio, nacido de la propia imposición. Este es “el conceto” nacionalgalleguista (y que opera en el resto de regiones con “lengua propia”).

Sin embargo, se da el caso de que muchos de esos nombres de esas localidades, en su origen, son nombres en castellano, siendo su “traducción” al gallego una adaptación a la circunstancia, recentísima, de la imposición -esta sí- de la nomenclatura autonomista. Es decir, lo que es una verdadera imposición, hecha desde instancias oficiales, es el nombre “en gallego”, sobre todo cuando, aún hablando en español, hay que decir oficialmente -según obligan las autoridades- el nombre “en gallego”.

Bayona es un caso claro de esta desvirtuación del nombre original, auténtico si se quiere, siendo sustituido por el mismo nombre pero con la grafía en gallego, toda vez que, en gallego no existe la “i griega” (“y”) o “ye” ni, por lo tanto, tampoco su fonética consonántica (/j/). De esta manera, el nomenclátor autonomista lo arregló sustituyendo la “y” por una “i” latina, que sólo tiene valor vocálico, claro. Una transformación en la grafía, por ser presuntamente nombre más “auténtico”, y no impuesto al parecer, produce un cambio en el nombre de la localidad que, paradójicamente, no es el nombre con el que se había fundado (en castellano, en el original). Es decir, el topónimo Bayona no es una “castellanización” de un topónimo en gallego previo, según la pretensión hiperexebrista del galleguismo. Bayona no es un nombre “castellanizado” por una sencilla razón, y es que nunca hubo un topónimo en gallego previo que “castellanizar”.

El nombre lo dispone Alfonso VII, sustituyendo el antiguo topónimo de Erizana por el de Vayona, con “v”, según un privilegio firmado el 27 de julio del año 1130. Durante siglos se nombra a la localidad, en distintos documentos, con “V” o con “B”, pero nunca con “i” latina. La “autenticidad” del nombre “Baiona”, pues, es la autenticidad producida recientemente por el caciquismo nacionalautonomista, y que ha prefabricado nombres de cartón piedra (no sólo en Galicia) para “normalizar”, no la toponimia, que la han desvirtuado, sino para “normalizar” su propia imposición arribista en ese “paraíso políglota” (según la expresión del gran Juan Ramón Lodares) al que aspiran, expulsando de él -eso sí- a todo lo que suene (en) español. Por supuesto el español no pueden expulsarlo (cada vez se habla más en Galicia, a medida que desaparece el rural gallego), pero sí les sirve a los trepas para ir escalando y tratar de ocupar “un lugar en el sol” de la administración autonómica.

Decir Bayona es, pues, estar en la “resistencia” frente al nacionalgalleguismo caciquil. Y yo digo Bayona, Bayona, Bayona.