El PSOE sigue sin comprender lo esencial: que no hay nada más progresista que un Estado de derecho que funcione, que un Estado de derecho efectivo. Y como no comprende lo que es de verdad progresista, su uso del adjetivo solo puede ser fraudulento, cuando no reaccionario. Reaccionario en la medida en que supone, justamente, un obstáculo para el progreso.

Desde las elecciones del 20 de diciembre, Pedro Sánchez repite “progresista”, “de progreso” y “de cambio” con la obsesión del que reza el rosario: más bien parece un ritual mágico para que no se hunda el mundo (es decir, la propia psique, el propio tinglado) que una respuesta racional. Es la repetición de un mantra, de una serie fonética vaciada de significado, como ejercicio neurótico.

El otro motivo plausible es el puramente comercial: Sánchez esgrime lo de “progresista” como etiqueta de marca del PSOE. Según esto, no se trata de ser progresista ni de hacer una política progresista, sino de llevar la etiqueta de progresista. Y para que esa etiqueta sirva de algo electoralmente, es esencial que, además de llevarla el PSOE, tiene que no llevarla el PP. La diferencia entre el PSOE y el PP no sería, al cabo, la de ser o no progresista, sino la de llevar o no la etiqueta de progresista.

Esta perversión ha hecho que Sánchez negara desde el principio al PP, el único partido (con el apoyo de Ciudadanos) con el que podría haber llevado a cabo reformas realmente progresistas en España, en el sentido preciso de mejorar (¡o regenerar!) el Estado de derecho. La misma perversión que le hace no ver incompatibilidad entre la etiqueta de progresista y un partido tan efectivamente reaccionario como Podemos. Señal, una vez más, de que no se estaba hablando de progresismo real, sino de una etiqueta.

La partida que hay en juego la explica diáfanamente José Luis Villacañas en el vídeo de la presentación de su libro Populismo (ed. La Huerta Grande), que hizo en febrero con Fernando Savater: se trata de una lucha por una “democracia de calidad” –el Estado de derecho que decíamos, con el énfasis en la división de poderes, en el cambio de mentalidad, en la pedagogía– o bien por la conquista del poder. (Véase desde el minuto 1:09:06 hasta el final).

De momento parece que el PSOE, y también el PP, están empeñados solamente en lo segundo. Como diría Garcilaso de la Vega: “por no hacer mudanza en su costumbre”. Pese a los zarandeos. De momento.