Cuando los talibanes entraron en Kabul el 15 de agosto de 2021, los más jóvenes apenas recordaban aquel régimen fundamentalista y represivo que controló Afganistán durante un lustro.

Habían pasado 20 años desde que las tropas estadounidenses invadieron el país para aplastar a Al-Qaeda y poner fin al gobierno que proscribió la televisión, la música y el cine, prohibió a los hombres afeitarse la barba y obligó a las mujeres a tapar cada milímetro de su cuerpo con un burka. Ahora, un año después del regreso talibán, la historia parece repetirse, aunque no de la misma manera

"Los talibanes expulsados en 2001 estaban cohesionados, tenían una estructura de poder definida y un líder al que seguir", recuerda Sher Jan Ahmadzai, director del Centro de Estudios Afganos de la Universidad de Nebraska (EEUU). 

La organización actual, en cambio, "carece por completo de control o de jerarquía y está marcada por disputas entre ellos", explica Ahmadzai a EL ESPAÑOL. Es precisamente este caos interno lo que les impide funcionar como un Gobierno y lo que, en la práctica, ha convertido a Afganistán en un Estado fallido". 

"Los talibanes han conseguido que Afganistán pierda todo lo que ganó a nivel económico y social en los últimos 20 años", subraya el experto. 

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Existe además otra diferencia clave entre los talibanes de antes y los de ahora. Y es que los que siembran hoy el terror se esfuerzan por demostrar a la comunidad internacional que son mejores que sus antecesores.

"La retórica se ha moderado desde 2001, pero sus creencias extremistas no han cambiado", defiende el experto, asesor del presidente interino de la administración afgana de transición, Hamid Karzai, hasta que abandonó el país en 2007. 

Cuando los islamistas se apoderaron de Afganistán el pasado verano, trataron de proyectar una imagen de apertura y modernidad. Prometieron paz y prosperidad para los afganos y respeto para las mujeres. 

En ese momento, según explicaba hace unos días Alberto Mesa en este periódico, la mayoría del presupuesto nacional provenía directamente de ayudas internacionales de países y organismos, y a los talibanes no les interesaba perder de golpe el capital y la inversión extranjera.

Sin embargo, pocas semanas después la atención mediática se difuminó, el régimen comenzó poco a poco a imponer su ideología tradicionalista en el país mientras de puertas para fuera seguía intentando engañar. Hoy, 365 días después, sus promesas han quedado en papel mojado. 

"La retórica de los talibanes se ha moderado desde 2001, pero sus creencias extremistas no han cambiado"

Sher Jan Ahmafzai, Centro de Estudios Afganos de la UNL

Para Ahmadzai, un claro ejemplo de ello está en las ejecuciones públicas y la persecución de los opositores al régimen, unas prácticas que prometieron erradicar. "Puede que no lo estén haciendo públicamente, pero hay datos que demuestran que están matando a gente", señala. 

Se refiere, entre otros, a informes como el de la oenegé Human Rights Watch, que reporta cómo sólo entre el 15 de agosto y el 31 de octubre de 2021 al menos 47 miembros de las antiguas Fuerzas de Seguridad Afganas habían desaparecido o habían aparecido muertos.

Una política del terror que el año pasado llevó a cientos de afganos (entre ellos colaboradores de gobiernos como el español) a agolparse en el aeropuerto de Kabul en un intento de ser evacuados. 

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Mujeres sometidas al fundamentalismo 

Es esa misma represión a la que se enfrentan hoy los cerca de 40 millones de personas que viven en el país. Especialmente, las mujeres, que en los últimos 12 meses se han visto privadas de derechos como el de la educación o el trabajo. Obligadas a recluirse al ámbito doméstico, incluso salir a la calle sin la vestimenta adecuada o sin ir acompañadas de hombre puede acabar en castigo. 

Farohhande [nombre ficticio para preservar su identidad] recuerda con claridad el día en que su vida cambió de la noche a la mañana. "Poco después de tomar el control, los talibanes entraron en la oficina donde trabajaba como fiscal y despidieron a todas las mujeres que trabajábamos allí. Nos prohibieron volver a trabajar", explica. 

Mujeres afganas pasan por delante de un comercio cerrado en octubre de 2021 Bernat Armangue GTRES

Luego vinieron las amenazas de muerte. Y con ellas, una vida de reclusión y de huida. Durante dos meses, explica, su familia tuvo que vivir en secreto, hasta que en octubre consiguió salir del país con ayuda de la oenegé 14 Lawyers, que se encarga de la defensa de los abogados defensores de derechos humanos que viven en lugares conflictivos. 

El periplo, explica, fue amargo. "Escapamos a las 3 de la mañana, con miedo y tristeza por abandonar el país en esa situación y a mis compañeras, que corren un grave peligro", describe. 

La experiencia de Samira, que tampoco quiere revelar su nombre real, fue similar. Cirujana plástica de profesión y activista por los derechos de las mujeres, trabajó durante cuatro años reconstruyendo el rostro de aquellas mujeres a las que sus maridos les habían quemado con ácido. Cuando salían del hospital, les ayudaba a encontrar refugio y colaboraba con las autoridades para encarcelar a los agresores. 

A inicios del año pasado, explica, los talibanes comenzaron una guerrilla contra las fuerzas armadas del Gobierno y algunos de los hombres que habían sido encarcelados con su ayuda fueron liberados. "Empezaron a perseguirme; tuve que huir", sostiene. 

"Entraron en la oficina y nos dijeron que ninguna mujer podía volver a trabajar"

Consiguió salir del país en marzo de 2021. Eso fue antes de la toma de Kabul en agosto. Pero, ya entonces, los talibanes, envalentonados por el acuerdo firmado en Doha en febrero de 2020 con EEUU, que puenteaba a las autoridades afganas y fijaba el calendario para la retirada de los soldados americanos, habían comenzado a sembrar el terror en las zonas rurales. 

"Hace ya un tiempo que escapé, pero sigo echando de menos a mi país, mis amigos y mis pacientes", se lamenta Samira. 

[Los afganos que quedaron atrás, 40 días después: entre la huida vía Pakistán y el terror a los talibanes]

Galopante crisis económica

El regreso talibán no sólo ha supuesto una regresión en materia de derechos humanos; también ha desencadenado una compleja crisis económica que ha hundido al país en la miseria en apenas un año.

Si bien antes las ayudas internacionales suponían un 45% del PIB y financiaban el 75% del gasto público del país, según datos del Banco Mundial (BM), estas se acabaron tras la toma de poder de los insurgentes. 

Este aislamiento internacional condujo a una fuerte contracción fiscal que ha derivado en un colapso del gasto público y en una interrupción importante de los servicios básicos, incluido el de la salud. El PIB ha caído un 30% desde finales de 2020, la inflación se ha disparado (llegando hasta un 17% en diciembre del año pasado), las inversiones se han desmoronado y la pérdida de acceso de los bancos centrales a los billetes afganos ha creado una crisis de liquidez sin precedentes. 

Esta debacle económica se ha agravado también por la pérdida de capital humano, señala un informe del BM. En concreto, por la huida del país de decenas de miles de afganos altamente cualificados y por las restricciones a la participación de las mujeres en el mercado laboral.

Hambre y exilio

Esta profunda crisis económica, que explotó tras el retorno talibán, ha intensificado y acelerado una catástrofe humanitaria que algunas organizaciones consideran "una de las peores del mundo".

Hoy por hoy, la ONU calcula que 23 millones de personas están en estado de emergencia alimentaria, lo que significa que más de la mitad de la población tiene problemas para comer a diario. De ellas, 14 millones son niños y 9 millones rozan el umbral de la hambruna. 

La situación, ya de por sí precaria, empeoró después de que dos terremotos de gran magnitud -uno en enero y otro en junio de 2022- acabasen con la vida de más de 1.000 personas y destruyese cientos de hogares, llegando a colapsar un sistema de salud ya debilitado desde hacía años.

Desde entonces, las colas del hambre se han alargado aún más y los hospitales se han llenado de personas que esperan a ser tratados por desnutrición. 

Fátima sostiene a su hijo de 4 años que sufre malnutrición servera. Mstyslav Chernov GTRES

Da fe de ello Peter Kessler, portavoz de ACNUR en Afganistán, que explica que muchas familias "envían a sus hijos a mendigar, a buscar sobras de comida, combustible como trozos de madera, carbón, estiércol seco o plástico para quemar y calentarse durante el invierno".

Algunas de ellas, "desesperadas", matiza en su conversación con EL ESPAÑOL, envían a los niños, algunos en edad escolar, a cruzar la frontera ilegalmente para trabajar en otros países.

En este sentido, Kessler recuerda que, en los últimos 40 años ha habido muchos movimientos masivos de refugiados de Afganistán. Y aunque la cifra ha ido variando en este tiempo, la inestabilidad y la espiral de violencia en la que está sumida el país desde hace un año ha provocado un aumento del flujo migratorio fuera de las fronteras.

Ya el agosto pasado, defensores de derechos humanos, miembros de la anterior administración, colaboradores de fuerzas armadas extranjeras o mujeres que se han rebelado contra algunas normas del régimen fundamentalista trataron de huir del país. Algunos lo consiguieron entonces, otros han tenido que esperar meses y la mayoría sigue dentro del país. Aunque no necesariamente en sus hogares.

Más de la mitad de la población tiene dificultades para alimentarse a diario

De hecho, ACNUR calcula que en los últimos meses se han desplazado internamente unos 3.400 millones de personas, entre los que se encuentran refugiados y solicitantes de asilo.

La guerra, el exilio, el hambre y el aislamiento internacional se han impuesto en este primer aniversario de dominio talibán. A eso se le suma la desesperanza y la falta de expectativas. 

"Los más pequeños están desesperados por su futuro. Aquellos que querían aprender, utilizar ordenadores, convertirse en pilotos, abogados o ingenieros, ahora no tienen ni  idea de si van a poder ir a la universidad dentro de unos años si las niñas ahora no tienen educación y si solo pueden convertirse en carga para sus padres", describe. 

"Sobre todo las niñas -añade- temen terminar casadas con un hombre mucho mayor antes de tener la oportunidad de recibir educación y quizás tener otro futuro", añade el humanitario. 

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