Ángela Quintas, química, nutricionista y divulgadora.

Ángela Quintas, química, nutricionista y divulgadora.

Salud y Bienestar

Ángela Quintas, nutricionista: "El estrés puede aumentar la grasa abdominal y el riesgo de padecer diabetes tipo 2"

La obesidad abdominal en España afecta a un 32% de los hombres y al 40% de las mujeres.

Más información: Manuel Sans Segarra, médico cirujano: "El estrés es el factor desencadenante de más del 90% de las enfermedades"

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El estrés es una reacción física y psicológica que se produce cuando una persona percibe un determinado estímulo o situación como amenazante. En realidad, es un mecanismo de defensa natural que prepara al cuerpo para enfrentar o huir de situaciones consideradas peligrosas o desafiantes. A corto plazo, esta respuesta de "lucha o huida" puede ser beneficiosa, ayudando a la persona a actuar con mayor rapidez o fuerza.

Sin embargo, cuando esta condición se prolonga más allá de lo necesario para enfrentar la situación temporal, puede convertirse en un riesgo serio para la salud, dando como resultado problemas de salud mental como ansiedad y depresión, pero también, enfermedades físicas como problemas cardíacos, digestivos, y alteraciones del sueño.

Además, en los últimos años también se ha demostrado que el estrés tiene impacto en nuestra composición corporal. Y es que, el cortisol, conocido por ser la hormona del estrés, influye en la forma en que el organismo almacena grasa, con énfasis en la zona del abdomen. Lejos de ser un complejo estético, esto puede dar lugar a enfermedades como la diabetes tipo 2, tal y como explica la física y divulgadora Ángela Quintas.

El impacto del estrés en la grasa abdominal

El estrés es una de las condiciones más comunes y, a la vez, más dañinas para el equilibrio físico y emocional del ser humano. Su impacto va mucho más allá de una sensación de agobio, y es que, a pesar de que exista desde el comienzo de la humanidad, la ciencia ha descubierto que esta respuesta del cuerpo involucra complejos procesos fisiológicos que afectan directamente a nuestra salud.

Según explica la química, nutricionista y divulgadora Ángela Quintas, uno de los elementos clave en este mecanismo es el cortisol, la conocida hormona del estrés. Esta hormona, que en condiciones normales cumple funciones importantes para la regulación del metabolismo, la presión arterial y la respuesta inmunitaria, puede convertirse en un agente perjudicial cuando sus niveles se mantienen elevados durante períodos prolongados.

Cuando el estrés se convierte en una situación crónica, los niveles de cortisol aumentan de manera sostenida, lo que desencadena una serie de efectos físicos significativos, como es el caso de la acumulación de grasa, especialmente en la zona abdominal, apunta Quintas.

La obesidad abdominal en España afecta a un 32% de los hombres y al 40% de las mujeres, tal y como muestra el Estudio de Nutrición y Riesgo Cardiovascular en España (ENRICA). Según expone en su web la Fundación Española del Corazón, los pacientes que tienen aumento de la grasa abdominal presentan un incremento importante del riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.

Este tipo de grasa visceral también implica un riesgo serio para la salud, ya que está estrechamente relacionada con el desarrollo de enfermedades metabólicas, como la diabetes tipo 2. La grasa abdominal actúa como un órgano endocrino en sí misma, alterando el funcionamiento hormonal y favoreciendo estados inflamatorios que empeoran aún más el panorama.

La relación entre el estrés, el aumento del cortisol, y sus efectos físicos y emocionales cobra aún más relevancia cuando hablamos de mujeres durante la menopausia. La disminución de estrógenos aumenta la sensibilidad al cortisol, lo que favorece la acumulación de grasa abdominal y eleva el riesgo de enfermedades como la diabetes tipo 2.

Es importante tener esto en cuenta, ya que lo que en otro momento podría haberse gestionado con más facilidad, durante la menopausia, se puede llegar a complicar. El impacto del estrés es más agudo, el metabolismo responde con más lentitud, y el equilibrio emocional se tambalea con mayor facilidad.

Además del impacto metabólico, el estrés también afecta directamente los hábitos alimenticios. Según indica la experta, es común que bajo estados de ansiedad prolongada se genere un impulso emocional por "comer de forma descontrolada". Esta reacción es conocida como hambre emocional, una necesidad de ingerir alimentos como una forma de calmar el malestar psicológico.

El cuerpo, influenciado por el cortisol, busca en la comida un alivio momentáneo, lo que genera un círculo vicioso en el que comer se convierte en una forma de evasión, lo que a su vez provoca culpa, desequilibrios nutricionales y, en última instancia, problemas de salud más graves.

Este tipo de conducta alimentaria emocional no solo dificulta mantener un peso saludable, sino que también perjudica la relación que tenemos con la comida, convirtiéndola en una fuente de ansiedad. Por esta razón, aprender a gestionarlo no es simplemente una cuestión de bienestar emocional, sino una necesidad para preservar la salud física.