Integrantes del grupo en una conferencia en Oporto.

Integrantes del grupo en una conferencia en Oporto. Estela Silva EFE

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Enfrentadas al Kremlin por su activismo antibélico: Pussy Riot, la banda feminista rusa que quiere llevar a Putin a La Haya

Cinco integrantes han sido condenadas a penas de cárcel de hasta 13 años por difundir "información falsa" y orinar sobre un retrato del mandatario.

Más información: Un tribunal ruso condena en ausencia a entre 8 y 13 años de cárcel a cinco miembros del colectivo Pussy Riot

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Llevan años en el foco de la polémica y se han convertido en el azote —musical— de Vladímir Putin. El colectivo artístico de protesta feminista Pussy Riot utiliza sus canciones para denunciar la violencia, la censura y la corrupción del gobierno en clave punk-rock. Esta semana, Rusia se ha dispuesto nuevamente a tumbarlas.

Tal como dio a conocer ayer la prensa local, las integrantes de la banda han sido condenadas en ausencia —es decir, sin que estuvieran presentes— a penas de entre 8 y 13 años de prisión. Las sentencias, confirmaba recientemente un representante del grupo a la revista Rolling Stone, estarían motivadas por sus actuaciones pacifistas críticas con el Ejército.

El Tribunal del Distrito Basmanny de Moscú dictó el veredicto, con cargos derivados, por un lado, de un videoclip publicado en diciembre de 2022 bajo el título Mama, Don't Watch TV ('Mamá, no mires la televisión'), que, a juicio de las autoridades, difundía "información falsa" sobre las acciones militares rusas.

Por otro lado, el grupo ha sido sentenciado por su sonada actuación el 18 de abril de 2024 en la Pinakothek der Moderne de Múnich (Alemania). En ella, las integrantes se enfundaron pasamontañas y profesaron acusaciones de criminal de guerra a Putin. Incluso, una de ellas orinó sobre un retrato del líder del Kremlin, lo que ha alimentado esta reciente condena.

En el concierto, las Pussy Riot se dirigieron al público alemán y aseguraron que Mariupol estaba siendo "restaurada" para "construir casas sobre cimientos ucranianos". También pidieron: "No le den dinero, dejen de patrocinar la guerra". María Aliójina, también conocida como Masha, ha recibido la condena más alta.

Es uno de los rostros más conocidos del colectivo, según la agencia Interfax. El resto de acusadas son sus compañeras Taso Pletner, Olga Borisova, Diana Burkot y Alina Petrova. Juntas conforman un grupo que se ha convertido en símbolo de lucha feminista y resistencia contra la invasión rusa de Ucrania, que no se zanja tras más de 1.300 días.

El colectivo punk durante una actuación en la sala Shedhalle de Berlín el 12 de mayo de 2022.

El colectivo punk durante una actuación en la sala Shedhalle de Berlín el 12 de mayo de 2022. Reuters

El origen de Pussy Riot se encuentra en el contexto político de 2011, cuando Vladímir Putin anunció su intención de buscar un tercer mandato presidencial. El grupo surgió como una ramificación del colectivo artístico radical Voina, cuando Nadya Tolokonnikova y Yekaterina Samutsevich decidieron crear una "banda callejera punk-feminista militante" para movilizarse contra el gobierno putinista.

Miguel Vázquez Liñán, profesor de Periodismo de la Universidad de Sevilla especializado en geopolítica rusa, conoce el recorrido del grupo. "No siempre ha tenido a las mismas integrantes", dice, sino que es "una especie de marca" por la que han pasado hombres y mujeres, aunque principalmente ellas han sido sus protagonistas.

"Pussy Riot reivindica una forma de protesta muy vinculada al arte y al movimiento situacionista" que surgió en 1957. Este parte del interés de los artistas e intelectuales por transformar la sociedad creando "situaciones" para combatir la alienación y el aburrimiento de la vida moderna.

El 20 de enero de 2012, el colectivo protagonizó en la Plaza Roja de Moscú la primera aparición pública que causó revuelo. En ella se interpretó el tema Putin Zassel ('Putin se ha orinado encima'), con una performance inspirada por las protestas de diciembre de 2011 que congregaron a más de 100.000 manifestantes.

Su paso por la cárcel

Esa primera toma de contacto con el público marcó el tono confrontacional que caracterizaría todas sus actuaciones posteriores. Tras un mes de aquello, las activistas entraron en la Catedral de Cristo Salvador de la capital y comenzaron a cantar una canción en contra del mandatario, Holy shit. Poco después, fueron detenidas y acusadas de vandalismo motivado por odio religioso.

Argumentaron que detrás de su sentencia se escondía un aparato de represión contra la libertad de expresión que había ido in crescendo. Nadia Toloknó, miembro fundadora, fue condenada a permanecer dos años en la región siberiana de Krasnoyarsk; y María Aliójina en Nizhni Nóvgorod, a 400 kilómetros al este de Moscú. "Son los campos más duros", aseguró la banda en X.

Su juicio copó titulares en la prensa internacional y las principales organizaciones por los derechos humanos se hicieron eco del caso. Las Pussy Riot se ganaron detractores entre los sectores más religiosos y conservadores, incluso no afines al Gobierno. "Si pudiera salirme con la mía, les daría una paliza a estas chicas y las dejaría ir. Lo que está ocurriendo aquí es sadismo y crueldad".

Aquellas palabras, expresadas entonces por Boris Nemtsov, líder de la coalición liberal-demócrata y crítico habitual de Putin, servían como reflejo de una sociedad fragmentada. En el resto de Europa, en cualquier caso, el apoyo fue mayor y muchos consideraron a las artistas un símbolo de las nuevas formas de protesta dirigidas desde las nuevas generaciones.

En 2013, salieron de sus respectivas cárceles después de que la Duma les concediese la amnistía. Poco antes de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014, realizaron una gira por Estados Unidos y Pussy Riot recibió el Premio Hannah Arendt de Pensamiento Político por "resistir los acontecimientos reaccionarios en Rusia a pesar de la persecución".

Aunque ha pasado más de una década desde los encarcelamientos, las secuelas persisten para sus protagonistas. "Tengo un terrible trastorno de estrés postraumático que se convirtió en una depresión clínica con la que es muy difícil vivir incluso hoy", aseguraba Nadia Toloknó en 2020. Un comunicado en el que confesaba "soñar con la cárcel todo el tiempo".

"Sin embargo, nuestro equipo, que pasó juntos estos tiempos infernales, salió más fuerte, más enfadado y más efectivo", rezaba también el texto. La activista demostraba así que el grupo —uno que era prácticamente desconocido hasta 2012 y se hizo mundialmente conocido de la noche a la mañana— no tenía ninguna intención de dejar de manifestarse.

La propia Nadya publicó en 2018 El libro Pussy Riot, de la alegría subversiva a la acción directa, un 'decálogo' sobre cómo llevar a cabo la desobediencia civil que llegó a España poco después. Y no solo eso: el país las acogió en espacios tan mediáticos como El Hormiguero, en 2022, coincidiendo con su visita para recibir el premio Alan Turing LGTBIQ+ en Tenerife.

El programa de Pablo Motos les sirvió de escaparate para darse a conocer entre los españoles y en él apelaron a una respuesta internacional más contundente contra las decisiones del mandatario ruso, de quien aseguraron: "El miedo es mucho más peligroso que cualquier cárcel en la que te pueda meter Putin".

Feminismo y 'no' a la guerra

Desde sus inicios, Pussy Riot ha construido su identidad alrededor del feminismo radical, la defensa de los derechos LGBTQ+ y la crítica a la estructura patriarcal de la sociedad rusa. Sus performances suelen darse en lugares públicos cargados de simbolismo político o religioso, y se caracterizan por el uso de pasamontañas de colores.

Acción 'Putin se hizo pis en los pantalones' en la Plaza Roja de Moscú, en 2012.

Acción 'Putin se hizo pis en los pantalones' en la Plaza Roja de Moscú, en 2012. Denis Sinyakov

Una prenda que refuerza su mensaje de anonimato colectivo y que se ha convertido en su mayor seña de identidad. Teniendo en cuenta que sus rostros quedaron al descubierto tras su sonado juicio, la balaclava ha quedado relegada al plano artístico, como un manifiesto visual contra el canon femenino impuesto por el Kremlin: la mujer dócil, tradicional, guardiana de la familia ortodoxa.

Frente a esa imagen, Pussy Riot combina "todos los anatemas del régimen", asegura el profesor Vázquez Liñán. "Son feministas, escandalosas y provocativas. Encarnan todo lo necesario para ser lo contrario a la imagen de la mujer que promueve el Gobierno".

El experto explica que Rusia castiga severamente la conocida como "propaganda en contra de los valores tradicionales" del país. Estos parten de una idea "absolutamente estandarizada del matrimonio heterosexual, aquel con el mayor número de hijos posible que sigue los preceptos de la religión. Y castiga, por supuesto, cualquier estilo de vida que se salga de ese marco".

En performances y entrevistas, el colectivo reclama autonomía, diversidad y ruptura de los cánones binarios de género. Sus discursos celebran la libertad de elección, el aborto legal y los derechos reproductivos, la inclusión de disidencias sexuales y la crítica abierta a las normativas represivas que restringen la libertad de expresión y asociación.

Activismo en busca y captura

Como señala Vázquez Liñán, su condena "es una gota en un océano de represión que vemos desde hace años". A partir de 2012, tras las manifestaciones que siguieron a la victoria electoral de Putin, la promulgación de nuevas leyes endureció el castigo contra las protestas. "Cualquier versión no oficial sobre Putin, el ejército o incluso periodos del pasado ruso, está penalizada", añade.

Sin ir más lejos, la "difusión de información falsa sobre el ejército ruso", planteada en el artículo 207.3 del Código Penal, ha servido de fundamento para condenas de años de prisión no solo por publicar "datos falsos", sino por decir la verdad sobre la guerra de Ucrania. La presunta violación del mismo es lo que ha llevado a la Fiscalía a solicitar para ellas penas de entre 9 y 14 años de cárcel.

Pussy Riot ha conquistado el espacio mediático y social no solo en Rusia, sino en todo el mundo. Han recibido el apoyo de Amnistía Internacional y Human Rights Watch, que les han reconocido como presas de conciencia. Además, diversos artistas y activistas —como Madonna o Björk— se han pronunciado públicamente en su favor.

En los últimos años, la banda ha sorteado de innumerables maneras los vetos del país. En 2022, la propia Maria Aliójina escapó para evitar la represión. Tras haber sido encarcelada en multitud de ocasiones por protestas similares, las autoridades habían anunciado que esta, entonces en arresto domiciliario, cumpliría 21 días de condena en una colonia penal.

La activista decidió entonces que se iría de Rusia, al menos temporalmente, y se disfrazó de repartidora de comida a domicilio para despistar a la policía de Moscú que había estado vigilando el apartamento de una amiga en el que se alojaba. Un amigo la llevó a la frontera con Bielorrusia y tardó una semana en cruzar a Lituania.

En un estudio en Vilna, fue entrevistada por The New York Times para describir lo que el diario calificó como la "angustiosa huida de una disidente de la Rusia de Putin". El Ministerio del Interior de Rusia la incluyó entonces en su lista de personas en busca y captura, tras haberle impuesto la última de las condenas y no comparecer para ingresar en prisión.

Actualmente, todas las condenadas se encuentran fuera del país y forman parte de dicho listado. El proceso de sentencia ha sido acompañado de la prohibición de la corte de administrar sus páginas web por un periodo de entre cuatro y cinco años, un castigo que se suma al aislamiento físico y comunicativo exigido por el Estado.

A juicio de Vázquez Liñán, se trata de un "aviso de que el régimen, por si cabía todavía alguna duda, no ha bajado la guardia en la lucha contra la disidencia". El caso de Pussy Riot se inscribe en una lista interminable de activistas rusos, desde el opositor Alexéi Navalni hasta periodistas, defensores de derechos humanos y colectivos ecologistas y LGTBI+, que han sido perseguidos.

"Han muerto muchos, algunos en prisiones, otros fuera del país", advierte. Las sentencias dictadas en ausencia generalmente entran en vigor una vez que la persona es extraditada a Rusia. En países con tratados de extradición, especialmente aquellos que mantienen acuerdos judiciales bilaterales con Rusia, podrían enfrentarse a procesos judiciales si son localizadas y detenidas.

En la Unión Europea y Estados Unidos, la extradición para delitos políticos y de expresión se considera inviable por principios de protección de derechos humanos y es frecuente la denegación en estos casos. Las artistas, a través de sus abogados, han declarado que rechazan los cargos y que sus condenas han sido motivadas por la represión del activismo.