Imagen del destino.

Imagen del destino. Antonio Ciero Reina iStock

Viajes

La escapada rural del otoño se encuentra a media hora de Madrid y es una experiencia para los cinco sentidos

A veces no es necesario levantar la vista y que se pierda a miles de kilómetros. Segovia es un remanso de paz que rezuma historia en cada rincón.

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Los domingos se deshacen maletas, pero en este caso yo abría la mía encima de la cama a toda velocidad para llenarla de muchos 'por si acaso' improvisados y algún que otro elemento más o menos lógico.

El viaje no me pillaba por sorpresa, pero la agenda de la semana me había jugado malas pasadas. Me iba a Segovia, una escapada exprés de 48 horas, y la única ropa que guardaba mi armario era más sinónimo de verano que de otoño. Sobre todo cuando los termómetros vaticinaban mínimas de cuatro grados en la ciudad castellana.

No obstante, y a pesar del cansancio acumulado, las expectativas eran altas. Un par de días alejada del bullicio de la ciudad y, puede que, con la posibilidad por delante de desconectar de mí misma.

Además, el programa que se desplegaba en mi teléfono —y que miraba por primera vez con auténtica atención— se presentaba realmente tentador: propuestas gastronómicas de altura, experiencias que nunca habrían surgido por iniciativa propia y un buen descanso asegurado en un establecimiento que te hace viajar en el tiempo con las comodidades del ahora.

Segovia se encuentra a apenas media hora de Madrid en tren —salida desde Chamartín—. En los vagones del medio de transporte las miradas del grupo de prensa, aún desconocidas, ya comenzaron a cruzarse. Acto seguido, las presentaciones. Si la memoria no me falla, y no lo suele hacer, éramos unas diez personas.

Sin casi darme cuenta, el paisaje comenzó a cambiar. La gran urbe había quedado atrás y con ella muchas de sus ataduras. El amarillo de los Campos de Castilla de Machado y la sensación de necesitar alguna capa más de ropa anunciaban la llegada al destino.

Campos de Castilla. Estampa de Segovia desde la habitación del hotel.

Campos de Castilla. Estampa de Segovia desde la habitación del hotel. Cristina Sobrino

Pocos minutos después de llegar a la estación de la ciudad, estábamos ante la entrada del Áurea Convento de Capuchinos, un alojamiento en el que ese tiempo frenético que marca las jornadas actuales parece acompasarse al ritmo necesario para vivir y experimentar de forma real el instante. Ahora sí, era el momento de comprobar si había hecho la maleta de forma lógica o no.

Fachada principal del edificio.

Fachada principal del edificio. Cedida

Segovia para saborearla

En ese horario perfectamente medido que no paraba de comprobar, algunos de los planes que sobresalían tenían que ver con la gastronomía. Decir Segovia es pensar en cochinillo. Sin embargo, sería muy interesante aprender a asociar la provincia a mucho más en el plano de los fogones, sin menospreciar las tradiciones, claro.

Un buen lugar para darle una oportunidad a este concepto más diferenciador, pero que no olvida sus raíces, es el que proponen desde Restaurante Villena, un lugar que se encuentra en las propias instalaciones del hotel y cuya decoración es el reflejo de aquello que se encuentra en su carta y viceversa.

Una apuesta gastronómica innovadora, que sorprende al comensal y que cuida el detalle hasta la máxima expresión. Su encargado, sin duda, se trata de uno de sus grandes valores. El mimo que infundía en cada pequeño gesto hablaba tanto de su persona como de aquello que se cocina en los fuegos del establecimiento.

Aquellos que busquen un espejo del recetario tradicional segoviano, probablemente no encuentren a la mesa de Villena lo que esperan. Sin embargo, los que se alejan del purismo y ven más allá, atisbarán en cada uno de sus platos un sabor en el que cada ingrediente se fusiona de forma perfecta, sin perder su identidad.

En el espacio se practica una gastronomía de proximidad y es que esto no tiene por qué ser necesariamente sinónimo de cochinillo, que también se encuentra presente en la propuesta. Desde el espacio se apropian de la huerta local y juegan con ella para dar lugar a algo más inesperado.

De hecho, uno de sus platos estrella poco tiene que ver con las expectativas que se depositan en la cultura culinaria de este rincón de España: unos tallarines hechos a partir de salsa carbonara acompañados de gamba roja y colmados de sabor. Para repetir todas las veces que sea necesario.

El plato descrito en el párrafo anterior.

El plato descrito en el párrafo anterior. Cristina Sobrino

Por otro lado, como comentaba, también en Villena se puede degustar el cochinillo, pero presentado de una forma más sencilla de degustar y no tan tradicional. En el plato se aprecia un guiño al envuelto del solomillo Wellington, que, en este caso, encierra el ansiado manjar que se deshace en la boca sin apenas esfuerzo.

El toque diferente a la tradición.

El toque diferente a la tradición. Cristina Sobrino

No obstante, también viví la experiencia total en el Restaurante José María, donde es el propio dueño del establecimiento el que, con una vestimenta muy particular, pasa mesa por mesa cada vez que se comanda esta propuesta tradicional, explicando los detalles de la misma y despiezando el cerdo para cada comensal.

Y aunque sin duda se trata de algo que merece la pena vivir y probar absténganse aprensivos— quizá lo que más me gustó de lo que probamos fueron sus judiones. Mi madre sabe que durante años he rehuido de los guisos, a pesar de ser ella una excelente cocinera, pero volvería al establecimiento solo por degustar de nuevo este manjar.

Una comida en el clásico establecimiento de la ciudad.

Como adicta a los postres, meriendas, desayunos y todos sus derivados, el ponche segoviano se lleva mi sí rotundo. Quizás no sea para todos los paladares. No en especial para aquellos cuyas papilas repelen cualquier mínimo exceso de azúcar o los que no soportan las comidas contundentes, pero merece la pena hacerle un huequito.

Segovia bajo la mirada

Ya lo decía antes: llegar a Segovia, al menos en según qué época del año, es perderse no solo en Castilla, sino también en las páginas en las que Antonio Machado dibujó la ciudad y sus campos. Desde el autobús, el amarillo acaparaba la vista. Al igual que desde el balcón de mi habitación en el Áurea. El alojamiento se encuentra perfectamente integrado en la ciudad.

Visitar el centro histórico de la misma es un placer para todo aquel curioso del pasado. Ese tipo de perfiles que tiende a pasearse por callejuelas enrevesadas pensando "¿quién habrá caminado por aquí antes que yo?". Eso es siempre lo que atraviesa mi mente en estas circunstancias. De hecho, después de 31 años, me sigue pasando en Sevilla, cuando me encuentro en el Barrio de Santa Cruz.

Frontal del Alcázar de Segovia.

Frontal del Alcázar de Segovia. Cristina Sobrino

En nuestras 48 horas tuvimos la suerte de disfrutar de una visita guiada por la ciudad, donde pudimos apreciar la historia de la misma en sus edificaciones y en las palabras del guía que tuvo la ardua tarea de contentarnos a todos.

Detalles de la arquitectura en las calles de Segovia. A la derecha, las agujas de la Catedral.

Detalles de la arquitectura en las calles de Segovia. A la derecha, las agujas de la Catedral. Cristina Sobrino

Y sí, se trata de un rincón del país que se puede descubrir en menos de una hora, pero en tiempos de fugacidad e inmediatez, merece la pena demorarse un poco en estas actividades.

La tarde rompió con unas vistas del acueducto, imponente, irreal, cuando el sol ya rayaba el horizonte.

Imagen para cerrar la jornada.

Imagen para cerrar la jornada. Cristina Sobrino

Tras descubrir las bondades de Segovia a pie, el segundo día de estancia tocó esa experiencia que nunca habría probado por decisión propia, pero que, de forma impredecible, se sintió casi como algo natural.

No sin antes despedirme de mis seres queridos, y tras pasar un frío impropio para un mes de septiembre en una chica del sur, me monté, acompañada de algunos valientes, —otros impostaron esta cualidad— en un globo aerostático.

Esta aventura es bastante típica en la ciudad. Conforme el aparato se elevaba, estoy segura de que mis pupilas se engrandecían. Y, de repente, una extraña ligereza y seguridad. A veces, lo único que se necesita es alejarse un poco del caos para que todo importe un poquito menos. La experiencia se sintió como cuando hay un molesto ruido de fondo, casi de serie, que termina, por fin, acallándose.

Ver Segovia desde las alturas —como entona Guitarricadelafuente— es un privilegio. Su historia se entiende mejor desde ese punto perdido ahí arriba. Se aprecia cómo sus rincones se entrelazan, al igual que lo hacían hace siglos, tejiendo vida. Ante los presentes, una nueva versión de la imponente construcción romana.

La ciudad, a vista de pájaro.

La ciudad, a vista de pájaro. Cristina Sobrino

A medida que el globo desciende, hay una sensación de vuelta a la realidad. Eso sí, entonces esta parecía algo más amable. Solo hacía falta surcar los cielos al igual que el velero bergantín los mares.

Segovia para los sentidos

En este tipo de escapadas, en las que cada segundo se maximiza debido a la definición exprés de las mismas, el lugar de descanso es fundamental. No vale un "donde sea". Para los que aún no han descubierto Segovia o para aquellos que tienen la necesidad de hacerlo de nuevo desde otro punto de vista, el Áurea Convento Capuchinos se tiene que colar en esa lista de alojamientos deseados.

Cruzar sus puertas supone un goce de atenciones. Entre sus muros también se esconde la andadura de la capital de la provincia castellana a la par que la que escribe la de Eurostars, la cadena a la que pertenece y que cuida con mimo cada detalle que se encuentra ante aquellos que se hospedan en el espacio.

Al igual que tuvimos la suerte de conocer Segovia de la mano de un guía especializado, se dio lo propio con el establecimiento. Su directora nos contó los secretos del mismo y una experta también nos detalló el aspecto histórico del edificio. Todo un repaso desde el siglo XVII que ayudó a comprender también la filosofía tras de la propuesta hotelera.

En el Áurea Convento Capuchinos, cuyo nombre bien refleja los orígenes del espacio, hay 63 habitaciones. Todas tienen una estética similar, pero cada una de ellas es diferente e invita a no hacer las cosas con prisa sino a disfrutar del legado que invade la localización.

Un vistazo a los interiores del establecimiento hotelero.

Un vistazo a los interiores del establecimiento hotelero. Cedida

Cruzar las puertas de sus estancias supone el cumplimiento de la promesa que hacen. De repente, parece que el mundo gira a otro ritmo, un poquito más despacio. Ver cómo la madera y la piedra juegan en su arquitectura ya remite a una calma, tranquilidad y calidez que se echa de menos en contextos menos relajados.

Imagen de la estancia.

Imagen de la estancia. Cristina Sobrino

Atisbar las vistas de sus balcones desde que se accede a la habitación, hace que las dimensiones de estas se agranden de forma natural. Un efecto infinito que se pierde en la naturaleza. Es de esos sitios donde el único despertador necesario es el canto de los pájaros, que en Madrid, por ejemplo, se pierde entre cláxones, motores y sirenas.

Silueta de la ciudad al amanecer.

Silueta de la ciudad al amanecer. Cristina Sobrino

Lo mejor es que las bondades del lugar de descanso no quedan solo en estos habitáculos, sino que se extienden a un coqueto spa donde además es posible reservar cita para masajes.

Imagen del espacio de bienestar del Áurea Convento Capuchinos.

Imagen del espacio de bienestar del Áurea Convento Capuchinos. Cedida

Un espacio único donde poco queda al azar y al que se siente la necesidad de volver. Una forma diferente, y posible, de conocer Segovia.

Media hora en tren desde Madrid. Apenas una y media en coche. Nada que no pase rápido con una buena lista de reproducción y, sobre todo, cuando la recompensa que espera en el destino es tal.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Antonio Machado, fragmento de Retrato, poema contenido en Campos de Castilla.