Ilustración del equipo de Magas.
Hay una patria invisible que no figura en los mapas, pero que sostiene el mundo. Algunos la llaman matria. Un territorio tejido con hilos de leche, de espera, de fiebre vigilada en la madrugada.
Un país de manos que no descansan y palabras que nunca se dijeron del todo.
Es el territorio de las madres. No el de los escaparates de mayo ni el de las frases huecas en tarjetas con purpurina. No ese. El verdadero: donde el amor late como un músculo agotado, pero indestructible.
Hoy, en el Día de la Madre, no celebramos una palabra. Celebramos todo lo que dos sílabas no alcanzan a nombrar.
Celebramos el temblor de la primera vez, la cicatriz que no se ve, el pan partido en dos, el silencio fértil que envuelve y fortalece.
Celebramos la carne que se hizo abrigo, el cuerpo que fue nido, el alma volcada sobre otra vida que también es la suya.
Este día lo vivo por mi madre. Y por la suya, mi abuela. Por las que me enseñaron que la verdadera autoridad no se impone, se respira.
Que el liderazgo empieza en casa, en ser reconocida por tu sabiduría antes que por tus certezas.
Ellas sabían cómo hacerte creer que habías ganado mientras trazaban, con paciencia, las líneas invisibles de la palabra victoria, como en aquellos cuadernillos Rubio del siglo pasado.
Este día lo viviréis también para vuestras madres y vuestras abuelas.
Porque para cada una, es el día de la suya. Y a la vez, el de todas.
Hoy os abrazo a todas. Y especialmente a las madres que me habéis regalado vuestra intimidad en Madres, en los dos formatos que he presentado en Mitele Plus.
Gracias por lo que me habéis enseñado al abrir vuestra voz, como se abre una herida antigua: con pudor, pero con firmeza.
Habéis dado volumen a lo que el mundo a veces se empeña en silenciar.
Habéis hablado de la maternidad sin ornamento, con la verdad desnuda. De las batallas diarias, de las costuras rotas que remendáis sin pedir tregua ni aplauso.
En cada testimonio había algo sagrado. Una liturgia del amor cotidiano. Una épica de lo doméstico. Un heroísmo que no busca estatua, pero funda hogares, rescata hijos, salva mundos.
Ser madre no es un gesto: es una forma de estar en la vida con los brazos abiertos y el corazón sin escudo.
Es sostener incluso cuando ya no queda fuerza.
Es parirse a una misma una y otra vez para seguir dando.
Es vivir con el alma en otra parte y, sin embargo, estar entera.
Desde Magas, queremos escribir con letras hondas todo lo que ellas nos enseñan. Todo lo que vosotras nos enseñáis.
Que amar también es resistir. Que cuidar es una forma de rebeldía. Que hay un poder silencioso en las manos que curan, en los ojos que intuyen, en los gestos pequeños que cambian todo.
Y que mientras el mundo corre, las madres siguen ahí: con los pies firmes y el pecho abierto, como faros, como raíces, como tierra fértil donde todo vuelve a empezar.
Algunas somos madres además de hijas.
Otras no lo sois, y otras nunca quisisteis serlo.
Algunas lo soñáis aún.
Seguid viviéndolo o imaginándolo.
Pero hacedlo sin idealizar. Porque la maternidad es la trampa más dulce del mundo: esa que te une irremediablemente a otro ser que se adhiere a tu corazón mientras se despega de tus entrañas.