Un gato negro en un sofá.

Un gato negro en un sofá. Istock

Mascotario

Nerone, el gato perdido en el aeropuerto de Madrid-Barajas: "Su transportín cayó y se abrió la puerta. Corrió sin mirar atrás"

El felino se perdió en la vasta estructura de la terminal de carga, pero Helena Andrés Rubio coordinó todas las aéreas del lugar para encontrarlo. 

Más información: Los gatos olvidados de Madrid-Barajas: una historia de abandono y lucha por la dignidad animal

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En un rincón de Italia vivía Nerone, un gato negro de mirada serena y profunda. Compañero inseparable de su familia humana y hermano de juegos de Romeo, otro felino de la casa. Su hogar estaba lleno de vida.

Convivía con dos perros alegres, tres gatos de distintas personalidades y unos humanos que se desvivían por ellos. Nerone era tranquilo, observador, parecía comprender más de lo que mostraba.

Todo cambió el día en que la familia tomó una decisión trascendental: mudarse a Canarias. Entre maletas, papeles y preparativos, el reto más grande fue organizar el transporte seguro de todos los animales.

Un límite sutil

Con paciencia, se revisaron normativas, se compraron transportines resistentes y se programó cada detalle. Sin embargo, había un obstáculo que no se podía cambiar: las aerolíneas imponían un límite de peso a los animales que viajaban en cabina.

Romeo, más ligero, pudo acompañar a su familia en la cabina del avión, tranquilo y cerca de ellos. Nerone, en cambio, tuvo que hacer el viaje en bodega.

Nerone rescatado Angelica Francesca Rimini

El primer tramo fue sin incidentes, pero en Madrid, durante la escala, la fortuna dio un giro amargo. Mientras el personal de handling realizaba el cambio entre vuelos, ocurrió el accidente: el transportín que contenía a Nerone cayó al suelo.

El golpe abrió la puerta. En medio del caos, con el ruido de maquinaria, luces intensas, voces y movimientos constantes, Nerone salió disparado, movido por el miedo instintivo. Corrió sin mirar atrás y se perdió entre la vasta y compleja estructura de la terminal de carga.

El rescate

La familia, desconsolada, no pudo hacer nada. El avión hacia Canarias debía continuar y ellos partieron con un dolor inmenso en el pecho. Las noticias del suceso, fragmentadas y confusas, comenzaron a circular.

Así fue como Helena Andrés Rubio, trabajadora de AENA, voluntaria y rescatadora con experiencia en situaciones de este tipo, se enteró de la desaparición y, de inmediato, activó un operativo de búsqueda.

Este tipo de rescates no se improvisa. Andrés Rubio sabía que recuperar a un animal perdido en un aeropuerto es un desafío mayúsculo: se trata de un lugar con zonas restringidas, tráfico constante de vehículos, ruido incesante y miles de escondites imposibles de revisar sin ayuda.

Coordinar todo el aeropuerto

Por eso, lo primero fue coordinarse con todas las áreas del aeropuerto. Habló con personal de seguridad, limpieza, trabajadores de compañías aéreas, empleados de handling y cualquier persona autorizada a moverse en las áreas de carga.

Se distribuyó una descripción precisa de Nerone: un gato completamente negro, de tamaño mediano, de mirada intensa y algo asustadizo. Carteles internos comenzaron a aparecer en las zonas de paso de empleados.

Se organizaron turnos de vigilancia nocturna —cuando el movimiento disminuía y había más posibilidades de que Nerone se dejara ver—, y también rutas de observación en puntos estratégicos. Cada minuto contaba. Un felino perdido en ese ambiente podía malherirse, quedar atrapado o desaparecer para siempre.

Una señal de esperanza

El tiempo pasaba con angustia, pero al cabo de dos o tres días llegó una señal de esperanza. Un trabajador de Iberia reportó haber visto un animal negro escondido entre estructuras metálicas de los carriles de carga. Andrés Rubio no lo dudó.

Armó una jaula trampa provista de comida húmeda, agua fresca y todo lo necesario para realizar una captura ética. El lugar era hostil: el ruido de las carretillas y los aviones hacía que Nerone se moviera con cautela extrema. Había que esperar y respetar sus tiempos.

Las horas parecían eternas. Andrés Rubio sabía que no podía forzar la situación ni espantarlo. Con paciencia infinita, dejó que el olor de la comida y la seguridad del refugio lo atrajeran. 

Finalmente, cansado y con hambre, Nerone entró en la jaula. El alivio fue inmenso. Estaba sucio, con el pelaje revuelto, los ojos abiertos de miedo… pero estaba vivo.

Nerone en casa de Helena Andrés Rubio, su rescatista.

Nerone en casa de Helena Andrés Rubio, su rescatista. Helena Rubio

De inmediato, Andrés Rubio envió fotografías a la familia, que lo reconoció sin lugar a dudas. Para sellar la certeza, el veterinario leyó el microchip: sí, era Nerone.

Un espacio seguro

Ahora había que cuidar su recuperación. Como la familia ya estaba en Canarias, Nerone fue llevado temporalmente al santuario de Andrés Rubio. Allí encontró agua limpia, comida abundante y, sobre todo, un espacio seguro donde volver a sentirse protegido.

La joven rescatista lo cuidó con ternura, acariciándolo despacio, dándole espacio para descansar del trauma y devolviéndole poco a poco la tranquilidad perdida. Pasaron algunos días, suficientes para que Nerone recobrara fuerzas y confianza.

Entonces llegó el momento más esperado: su familia regresó a Madrid para reencontrarse con él y fue emocionante. El felino, aún precavido, reconoció enseguida el olor, las voces, las caricias.

Las lágrimas y los abrazos sellaron el final feliz de una historia que por momentos pareció perdida. Esta vez, el viaje se completó como debía. Nerone, Romeo, los perros, los humanos. Todos juntos, rumbo a Canarias para empezar una nueva vida.

Cooperar por una vida

"Esta historia es más que un accidente desafortunado en un aeropuerto. Es un testimonio de lo que la humanidad y la cooperación pueden lograr cuando se unen por una vida", afirma Andrés Rubio. 

Demuestra que la comunicación rápida y la coordinación entre diferentes trabajadores del aeropuerto son vitales para salvar a un animal perdido. Y, sobre todo, recuerda la vulnerabilidad de los animales frente a los sistemas humanos: para ellos, un viaje en avión puede ser una experiencia aterradora y dependen totalmente de nuestro cuidado.

El nombre de Nerone queda así ligado a una lección de respeto y responsabilidad. Su odisea nos muestra que no importa lo pequeño o vulnerable que sea un ser: si hay voluntad, empatía y coordinación, siempre se puede hacer la diferencia.