Un puesto de ropa en el mecadillo de Fuengirola.
Las historias en un mercadillo como el de Fuengirola: madrugones, regateos y buenos precios
Los sábados a partir de las ocho de la mañana se puede encontrar ropa, discos o antiguedades en este mercadillo en la Costa del Sol.
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El suelo todavía transpira el alcohol que se ha escapado de los cuerpos borrachos de la noche. La mayoría se está desperezando. Hay puestos aún más madrugadores, que llevan en pie desde hace media hora. A las 7 de la mañana, el recinto ferial de Fuengirola se despierta.
No es complicado adivinar el rango del puesto por la furgoneta que lo lleva en sus tripas. Una piaggio porter de las antiguas, de las que no dejarían circular por el centro de Madrid, regurgita en cuarenta minutos una lona azul y un montón de ropa. Contrasta con el monstruo que baja por la calle y al parecer se dedica a alquilarse para mudanzas y eventos.
No quiero nada, nada más. Me sobra respirar.
Un hombre canoso y de ojos claros, antes siquiera de haber empezado con su tarea arquitectónica, está poniendo música en su altavoz. Todo de Pereza reverbera en la calle y él ojea un disco que estaba dentro de una caja.
Su puesto es el más grande dentro del sector de los discos. Las mesas, dispuestas en forma de U, sostienen las carreras de Pink Floyd, Triana, Miles Davis, Pearl Jam, King Crimson, Amy Winehouse... Y él se encarga de darles vida a todas horas en su altavoz, de forma que, si alguna vez se cambiara de sitio, cualquiera podría encontrarle con los ojos cerrados.
Una muestra de los CD que se venden en este mercadillo de Fuengirola en plena época de Spotify.
Luis Valverde también vende discos de segunda mano, CDs, exclusivamente. Él empieza a montar su puesto sobre las ocho y media, pero viene antes para dar vueltas y buscar más mercancía. Además de en el mercadillo, los encuentra en Internet o se los compra a particulares. A día de hoy, solo viene a este rastro, aunque antes iba a otros.
No es el único que practica la endogamia del vendedor de mercadillo. Mientras el cielo aún es una lona negra, esperando a que los que faltan techen sus tiendas trasladables con la misma tela, los que ya lo han hecho se pasean e inspeccionan las cajas, las mesas, las manos del resto.
Un hombre con una varsity jacket azul y roja acaricia una piedra que se ilumina al enchufarla.
―Esta lámpara… ¿cuánto?
Su interlocutor susurra. Al hombre azul y rojo no le gusta la respuesta y se va con las manos en los bolsillos. Unos puestos más allá, una pareja inglesa ha negociado con la suerte y han conseguido una especie de híbrido entre silla y taburete con pinta de ser incomodísima.
En esta economía, existen tres sectores principales: la moda, la música y las antigüedades y baratijas. Por otro lado, los comestibles son pasajeros de las carretillas oxidadas que llevan mujeres de negocios, regordetas y chillonas. También hay puestos de figuritas, dibujos y pegatinas de series y películas.
Este ecosistema se fundamenta en relaciones simbióticas. Los CEOs de los tenderetes están abiertos al regateo y cerrados a dar sus datos personales o financieros. Los clientes participan en la negociación, la danza que asegura la supervivencia de ambos.
Carlos Santos lleva 32 años a la cabeza de su modesto puesto de antigüedades y otros objetos. Las personas que pasan por delante suya le saludan y se paran a examinar su colección. Él había sido dueño de un bar en Calahonda y fue su padre quien le regaló la idea de vender en el rastro lo que tuviese en su local. Una vez ese suministro se agotó, empezó a comprar en casas y otros mercadillos, igual que Luis Valverde. Es una práctica muy común en esta industria.
Morti Ebadi defiende un gabinete de copas, floreros y otros elementos decorativos, todos dorados, elegantes y estilizados. Mira pensativo las figuras ornamentales mientras explica si es rentable esta actividad, a la que se lleva dedicando cinco años y medio.
―Depende. Nunca se sabe. Es como un juego. A veces, pensamos que una cosa tiene valor, compramos y luego resulta que no tiene el valor que creíamos.
El sector de la moda es completamente estático. No hay invierno ni verano. No hay temporadas ni tendencias. Solo ropa. Y a montones. En algunos puestos, está literalmente apilada sobre una tela o directamente sobre el suelo. Pregunta al encargado cuánto cuesta una prenda y fíjate en cómo sus ojos van hacia el cielo, buscando un valor cuantitativo aleatorio pero razonable entre los pliegues de su cerebro.
Una minifalda plisada negra con detalles y dobladillos de encaje blancos. Esto es lo que saca Francesca, orgullosa de su hazaña, de la bolsa de plástico. Le ha costado un euro y es toda una monada. Francesca tiene nombre y acento italiano, pero vive en Marbella. Aún así, en su búsqueda de prendas chulas y baratas, intenta visitar el recinto de Fuengirola cada sábado.
Objetos que se venden en el mercadillo de Fuengirola.
María Fernández habla en francés, trabaja con su madre y se ha inventado su nombre. No es la única que rehúsa las preguntas y protege su intimidad. Hace más de 30 años que ocupa un puesto en el baratillo.
―No había dinero y buscamos soluciones.
Más allá, tres hombres marroquíes llevan a las espaldas de su furgoneta uno de los tenderetes más grandes del mercadillo. Más de cinco filas de mesas alargadas, puestas una detrás de otra, y cubiertas por completo de ropa. Concretamente, pantalones. Y más concretamente, vaqueros. Campana, rectos, cargo, shorts, capris, largos, bermudas, tiro alto, tiro bajo, tiro medio, con roturas, sin roturas… y de todos los colores. La estructura ósea del puesto son varias barras de hierro unidas entre sí mediante otras varillas a la altura justa para poner perchas de camisas, camisetas, chaquetas y más pantalones. Aquí, los precios no son tan amigables. Quizás por la especialización.
A las 7:20, estaban alargando los pilares metálicos que sostienen el techo de tela negra. Y, a pesar de que, según Google, el mercadillo abre a las 8, casi una hora después no habían acabado y todavía se adivinaba el color de las mesas.
Más tarde, cuando la mañana está acabando y se acerca la hora de comer, las furgonetas reviven, con hambre.
Irene Párraga es estudiante de la facultad de Periodismo en la Universidad de Málaga y participa en la sección La cantera periodística de la UMA a través de la cual EL ESPAÑOL de Málaga da su primera oportunidad a los jóvenes talentos.