Nos han enseñado que nadie, y nadie es nadie, puede quitar la vida a otro. Hemos aprendido en nuestra cultura católica que sólo Dios da y quita la vida. No disponemos ni de la propia ni de la del embrión. Ni siquiera la pena de muerte ni la guerra justifican matar.
Lo que es legal no es el límite moral. Para nosotros, la ley hace tiempo que supera nuestros valores; la respetamos porque admitimos el libre albedrío y la libertad individual de los demás. Por eso hemos desarrollado durante muchos años el pensamiento en torno al tiranicidio.
¿Es ético, es lícito, justo acabar con el tirano que aplasta a su pueblo, y con la vida del nonato o la propia? La Escuela de Salamanca desarrolló una de las doctrinas más sofisticadas sobre el tiranicidio durante los siglos XVI y XVII, en el contexto de debates sobre la legitimidad del poder político y los límites de la obediencia.
Francisco de Vitoria estableció las bases al distinguir entre el tirano de origen (usurpador) y el tirano de ejercicio (gobernante legítimo que gobierna tiránicamente). Consideraba que cualquier ciudadano podía eliminar al tirano usurpador, pero el tirano de ejercicio requería un proceso más complejo.
Juan de Mariana desarrolló en su obra De rege et regís institutione (1599), que, si un príncipe legítimo se convertía en tirano y no había otra vía legal, cualquier ciudadano particular podía darle muerte, especialmente si existía consenso popular sobre la tiranía. Esta doctrina causó gran controversia en Europa.
Francisco Suárez adoptó una posición más moderada. Distinguía cuidadosamente los casos: el tiranicidio del usurpador era legítimo, pero para el tirano de ejercicio solo la comunidad organizada (no individuos particulares) tenía autoridad para juzgarlo y, en última instancia, deponerlo o ejecutarlo.
En definitiva, hasta los tiranos debían ser juzgados, ya que el poder proviene del pueblo. Y el efecto en la Inglaterra de Carlos I fue inmediato. En enero de 1649, al finalizar la Guerra Civil inglesa, se estableció una Corte Suprema de Justicia especialmente para juzgar a Carlos I. De los 135 comisionados nombrados, solo 68 asistieron efectivamente al juicio. Cromwell fue uno de los jueces más activos y determinados.
Carlos I fue acusado de alta traición por hacer la guerra contra el Parlamento y el pueblo de Inglaterra. El rey se negó a reconocer la legitimidad del tribunal, argumentando que un monarca ungido por Dios no podía ser juzgado por sus súbditos.
El 27 de enero de 1649, Carlos I fue declarado culpable. Cromwell estuvo entre los 59 firmantes de la sentencia de muerte (los "regicidas"). El rey fue ejecutado tres días después en Whitehall, Londres.
Por primera vez un monarca europeo era juzgado públicamente y ejecutado legalmente por sus propios súbditos. Cromwell justificaba esto argumentando que ningún hombre estaba por encima de la ley, una idea que resonaba con las teorías contractualistas sobre límites al poder real.
A diferencia de Carlos I, Luis XVI reconoció la legitimidad del tribunal y se defendió personalmente con ayuda de abogados. La Convención actuó como tribunal: votaron sobre su culpabilidad (casi unánime), sobre si apelar al pueblo (rechazado), y finalmente sobre la sentencia. Por estrecho margen (361 votos contra 360), se decidió la ejecución inmediata sin posibilidad de clemencia.
Las ideas contractualistas que habían evolucionado desde la Escuela de Salamanca, pasando por los debates ingleses del siglo XVII, hasta Locke, Rousseau y Montesquieu, formaban el trasfondo intelectual de ambos acontecimientos. La noción de que el poder deriva del pueblo y puede ser revocado estaba presente en ambos casos.
Se había abierto la veda. A Nicolás II Romanov y toda su familia, ni siquiera se les juzgó.
Vendría el primer ministro Hideki Tojo, acusado de cosas mucho menos graves que las cometidas por sus jueces que tiraron impunemente las bombas en Hiroshima y Nagasaki, luego Ceaucescu. A Sadam Husein se le juzgó en 2005 por la muerte de 142 chiíes en 1982. Lo ahorcaron el 30 de diciembre de 2006.
El juicio estuvo plagado de irregularidades, la independencia e imparcialidad del tribunal se vieron socavadas por injerencias políticas, y tres abogados de la defensa fueron asesinados durante el proceso. Amnistía Internacional y otras organizaciones criticaron duramente el proceso judicial.
Hussein sí tuvo un juicio formal, aunque muy cuestionado. Si no había armas de destrucción masiva y había sido un colaborador para parar a Irán, había que cerrarle la boca.
A Gadafi, que se le había ocurrido hacer una moneda panafricana con todo el oro, las mayores reservas, que había acumulado, había que callarlo. Sobre todo Sarkozy, que cumple condena por haberse financiado de su régimen.
Tanto el alto comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos como Amnistía Internacional solicitaron una investigación independiente, afirmando que, de haber sido una ejecución arbitraria en cautividad, constituiría un crimen de guerra.
Los videos grabados con teléfonos móviles mostraron que Gadafi fue linchado por sus captores. Francia admitió haber suministrado armas a los rebeldes libios, algo que muchos consideraron que violaba el espíritu, si no la letra, de la resolución de la ONU que mantenía el embargo de armas.
Lo malo es que España, desde que está en la OTAN cada vez participa más de estos crímenes que los españoles no apoyamos. ¿Qué hacíamos en Iraq, Afganistán, Libia? ¿Qué hacíamos en Kosovo, colaborando en el bombardeo de Belgrado en el que se cargaron la embajada china entre otras lindezas?
La OTAN actuó sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que según la Carta de las Naciones Unidas constituye una agresión contra un estado soberano. El uso de la fuerza está prohibido salvo en defensa propia o con autorización del Consejo de Seguridad.
El despelote de los occidentales en África, con premio especial para franceses ha sembrado de desconfianza medio continente.
Como no entendemos que nadie pueda disponer de la vida, mantenemos abierto un debate sobre el aborto y la eutanasia. De nuevo los países anglosajones son, por encima de los mediterráneos, más tolerantes. Estos debates, profundamente éticos y lícitos, sobre cuáles son los límites, van a estar siempre presentes.
La ley es igual para todos, la ética no. Cuando estas diferencias se hacen insostenibles se quebranta la paz y el contrato social, las sociedades entran en autodestrucción como denuncia Castells. Habrá quien se posicione de un lado y de otro. Las imposiciones generan reacciones pendulares adversas.
Los últimos dos años hemos asistido a una guerra contra el terrorismo de Hamás, que se ha cobrado decenas de miles de vidas de niños (en Gaza el 40% de la población es menor de 15 años).
Lo de detener y juzgar, ¿para qué? Lo de matar a científicos iraníes por el mero hecho de trabajar en programas científicos que no interesan a sus adversarios, lo de matar a los demás no lo aceptamos, lo siento.
Son nuestros principios. Ni narcolanchas en el Caribe, tienen capacidad de sobra para detenerlas y juzgar con garantías a sus tripulantes. Una vez que se pueden cometer todas estas masacres, como pasó en Turquía con los armenios, o en Tanzania (entonces llamada Tanganica, parte del África Oriental Alemana) durante la represión de la Rebelión Maji Maji entre 1905 y 1907.
Este es considerado por muchos historiadores como el segundo genocidio del siglo XX, después del genocidio de los herrero y nama en Namibia (1904-1907), ¿qué será lo siguiente?
Dice esta semana Manuel Castells, el sociólogo más citado del mundo, que no fue, para mi gusto, un gran ministro de Universidades, pero que es una mente clara en el entendimiento de este mundo, que vamos camino de la autodestrucción y que se han perdido los imprescindibles referentes espirituales y morales.
Comunista y católico, algo que no sólo es posible, sino que es lógico, Castells anticipó la sociedad del conocimiento en cuanto apareció internet.
Había que matar la Navidad. Había que hacer que fuera más una celebración del solsticio de invierno, como promulgaban los nacionalistas Völkisch y uno de sus líderes Paul de Lagarde. Había que poner más pinos, piñas, nieve, copos y coronas y menos pastores pobres ángeles y un bebé en un pesebre.
Más materialismo, más individualismo, más productivismo. Había que eliminar las referencias morales, minar la familia, la comunidad. Un laicismo militante que mamaba de un anticlericalismo profundo. En la misma época y como reacción a la ilustración y su hijo político, el liberalismo, suceden nacionalismos y sus reacciones violentas en toda Europa.
Nosotros tuvimos tres Guerras Carlistas, en el corazón de Europa emerge el Volkgheist y nace Alemania, ungida de esa percepción de que el pueblo es un ser en sí mismo, que tiene alma, que conecta con la identidad y los dioses germanos.
Carlomagno, un traidor vendido a Roma que convierte a la fuerza a Sajones y otros pueblos germanos destruyendo Irminsul y los símbolos de su religión pagana. Un gran pino era el Irminsul, tradición pagana del árbol sagrado. Hoy hay en mi pueblo más árboles que belenes y la Navidad es más una fiesta de invierno, con consumo y materialismo a tope, que un momento de renacer, y de ver de nuevo a ese niño pobre como Dios entre nosotros.
Algunos intelectuales se atreven tímidamente a recordarnos que nos falta Dios, que nos falta sentido de trascendencia, espiritualidad, valores profundos. Manuel Castells a la izquierda lo ha hecho, en la derecha, Juan Manuel de Prada también.
No están solos, ni mucho menos. Jürgen Habermas, habla de “sociedad postsecular” y reconoce que las tradiciones religiosas contienen recursos normativos y motivacionales que el racionalismo ilustrado no logra reemplazar.
Los teólogos redimidos por el Papa Francisco, Gutiérrez, Boff, Frei Betto, Ellacuría, combinan marxismo y cristianismo, denuncian que el capitalismo destruye la solidaridad, la compasión y la centralidad de los pobres, es decir, una espiritualidad liberadora.
La corriente que hoy reivindica espiritualidad desde la izquierda suele ser posmarxista, cristiana de base, colonial o ecologista, y no una defensa del viejo poder religioso, sino de valores trascendentes frente al nihilismo consumista.
En la derecha conservadora el propio Joseph Ratzinger habló de “dictadura del relativismo” y de un secularismo que vacía la referencia a la verdad y erosiona la base cristiana de Europa.
Algo que, salvando las distancias es una crítica de los EE. UU. de Trump a la deriva moral de Europa. El problema es que EE. UU. no está para dar clases de moral ni de verdad a nadie.
Rémi Brague sostiene que existe un deseo activo en élites europeas de borrar las raíces cristianas (miren las luces navideñas de Barcelona a ver si encuentran un motivo cristiano), lo que lleva a relativismo moral y pérdida de sentido de la verdad y de la persona.
El cardenal Poupard subraya que el secularismo deriva de un liberalismo que absolutista al individuo, desplazando la Verdad, la Belleza y la Bondad detrás de intereses subjetivos y de bienestar.
Lo de la Verdad, hace mucho, con los panfletos de la imprenta, ya recibió una estocada, pero en la era de las redes sociales y los jefes de gabinete de políticos que confeccionan narrativas y relatos en lugar de proyectos y programas, es flagrante. Todos mienten.
La comunidad por encima del individuo, el progreso y el bienestar han de ser compartidos, la desigualdad combatida a través de la igualdad real de oportunidades. La verdad protegida. La generosidad tiene unos límites, el respeto de nuestra cultura y valores, la reciprocidad y la integración plena en nuestro modelo de convivencia.
La cosa no va de Israel sí Israel no, ni de Eurovisión, la cosa va de "no matarás". Mandamiento que compartimos con ellos desde que Moisés baja del Sinaí con las tablas. La cosa no va de inmigrantes sí inmigrantes no, la cosa va de integración plena y reciprocidad incluyendo el comercio justo.
Necesitamos urgentemente a un Ignacio de Loyola 2.0, esto no va del discurso tardío de Von der Leyen, socialistas y populares europeos no están entendiendo por qué los populismos de izquierda y derecha crecen, especialmente los de derecha.
Están a por uvas mirando por sus intereses que hace mucho que divergen de los "pecheros" que no se sienten representados. La solución es más Europa, pero para ello hay que ir a las raíces culturales, filosóficas y espirituales de Europa, un ethos, y además una visión y un propósito.
Nuestro rol en el mundo. No somos ya ni Esparta ni Atenas. Leónidas no ganó a los persas, pero Lisandro ganó a los atenienses con ayuda de los persas contra los de Delos en Egospótamos, destruyendo su flota en 405 a. C.
La derrota de Atenas supuso a la postre el fin de Esparta. Fenicios y Romanos emergieron. Ya nacía Europa, faltaban 4 siglos para que naciera Jesús en Belén, y 12 para que Carlomagno derrotara a los Sajones, los deportara y destruyera su árbol sagrado.
Faltaban 22 siglos para que naciera ese credo Völkisch que aún existe y otorga a los germanos esa visión de ser la nueva Esparta y su sueño imposible de des judaizar el cristianismo. Esto va de valores. No matarás. Nadie matará la Navidad.