“¿Y si me descarta un algoritmo?” La pregunta me la hizo un estudiante, casi en voz baja, al final de una charla que tuve no hace mucho.
Una de esas preguntas que concentra incertidumbre, dudas y miedos a partes iguales, de cara a los procesos de selección.
Porque sí, vivimos en una época en la que la inteligencia artificial decide más de lo que reconocemos. Qué leemos, qué compramos, qué escuchamos y, casi, a qué hora hay que respirar para que el aire sea lo más puro posible.
Al día siguiente de esta pregunta, estaba en una mesa redonda, con un público mucho más senior, hablando de IA, finanzas y datos.
Primera pregunta de mi compañero, “¿quiénes usáis IA generativa?”
Todas las manos levantadas.
Y aquí lancé la segunda, “¿quiénes comprueban lo que les dice?”
Ninguna mano alzada. Pensaré que, ahora, era timidez (tiraré de ironía).
Los algoritmos analizan, pero cuando la tecnología decide quién entra en un proceso de selección o qué información debes de creer, también decide, de forma silenciosa, quién se queda fuera y apaga tu capacidad crítica.
El miedo a que te elija una máquina. La cuestión no es menor. El estudiante me lo formuló como una pregunta práctica, pero detrás había una inquietud filosófica. Si la inteligencia artificial aprende de nosotros, quién garantiza que no acabe decidiendo por nosotros. No se trata de rechazar la tecnología, sino de entender los límites y hasta dónde dejarla actuar sin supervisión.
Otro estudiante me preguntó, “¿Cómo puede ser que hablemos de sostenibilidad, que nos digan que los data centers consumen muchísima energía, pero sin ellos no podríamos tener IA u otras tecnologías?”
Una pregunta brillante y si se lo preguntas a una de minas, la respuesta no será lo preestablecido.
Encierra la doble moral del progreso tecnológico. Condenamos el consumo energético de las máquinas que, al mismo tiempo, necesitamos para resolver problemas y que esas mismas máquinas parece que agravan. La paradoja de la energía, los data centers y la doble vara de medir.
Los data centers son la infraestructura fundamental de nuestro mundo digital. Almacenan los datos que alimentan la inteligencia artificial, la nube, el streaming y el comercio electrónico. Pero también consumen energía y agua para mantener bajas, sí. Y no pasa nada. Esto no va a ser eterno, en mi opinión. Será una campana de Gauss. Estamos en el análisis y almacenamiento exponencial de datos, pero no estaremos eternamente haciéndolo. No hay histórico infinito que analizar y, con patrones extraídos no necesitamos empezar de cero.
La cuántica ha quedado, por ahora, a segundo plano a la sombra de la AI pero deduzco que el consumo energético volverá a ser noticia. A veces dudo si evolucionamos o involucionamos.
Durante el siglo XX, el filósofo James R. Flynn demostró que cada generación era, en promedio, más inteligente que la anterior. Entonces, el llamado efecto Flynn parecía confirmar que el progreso cognitivo acompañaba al tecnológico. Pero en las últimas décadas la curva se ha invertido, ahora procesamos más estímulos, pero razonamos menos. Sabemos buscar, pero no filtrar ni elaboramos conocimiento. Rodeados de información, nos cuesta más distinguir entre lo cierto, lo probable y lo manipulado. Quizá la pregunta ya no sea “¿de qué nos sirve ser tan listos?”, sino “¿para qué estamos usando toda esa supuesta inteligencia?”.
Me conformaré sabiendo que la cuántica sigue explorando al margen de energías varias. Si la inteligencia artificial se alimenta de datos para anticipar futuros, la computación cuántica juega en otra liga, explora posibilidades simultáneas.
Un ordenador cuántico no es simplemente más rápido. Es diferente porque ejecuta algoritmos distintos, con una ventaja que crece cuanto mayor es el tamaño del problema. Su potencia no se mide en gigahercios, sino en volumen cuántico. Tenemos retos por delante como manipular átomos individuales, mantener el estado cuántico sin que se rompa y sobre todo, evitar el calor. Nada que ver con lo intuitivo de la generativa.
Hoy, con una IA generativa, cualquiera puede producir imágenes, textos o vídeos indistinguibles de los reales. La verdad se vuelve editable. Y el conocimiento, un territorio movedizo donde lo verosímil pesa más que lo cierto.
Nuestra mente, escuché decir a un catedrático en neurociencia, tiende a buscar una verdad que encaje con lo que ya cree. No lo que es real, sino lo que se siente como real. Ahí nace la llamada verdad inventada o verdad de grupo, cuando una comunidad asume como cierto lo que refuerza su identidad.
Esa tendencia a aceptar sin cuestionar me lleva inevitablemente a Ortega y Gasset y su “Rebelión de las masas”.
El filósofo advertía que el peligro no era la masa en sí, sino su autosuficiencia sin conocimiento. Cuando el hombre-masa domina la política, la ciencia y la cultura, el progreso se detiene y la civilización se adormece. Hoy, ese hombre-masa tiene conexión a internet y cuenta de redes sociales.
Su grito ya no está en la plaza pública, sino en los comentarios, los hilos y los virales. No se siente manipulado, porque cree estar informado. Su confianza se construye sobre algoritmos que refuerzan lo que ya piensa. Entre pantallas que piensan y mentes que delegan, la inteligencia se confunde con la velocidad.
Pero el pensamiento no se mide en gigahercios. Os dejo un “manual” que no promete certezas, solo recordatorios: dudar, escuchar, comprobar, resistir.
Dudar antes de aceptar. La IA no tiene la respuesta perfecta, es una ilusión estadística. “Dudo, luego existo.” René Descartes
Comprobar antes de compartir. Verificar para avanzar. “El pensamiento sin experiencia es vacío, la experiencia sin pensamiento es ciega.” Immanuel Kant
Usar la IA, pero no la delegues. La herramienta amplifica tu pensamiento, pero no piensa por ti. “Conócete a ti mismo.” Sócrates
Desconfiar de lo que te ahorre pensar. La comodidad es la antesala del dogma. Lo que no cuesta esfuerzo rara vez construye criterio. “Educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto.” Aristóteles
Escuchar a quien no te da la razón. Los algoritmos te adulan pero las personas debatirán, corregirán u opinarán. “El silencio es el verdadero amigo que nunca traiciona.” Confucio
Tener ética en el mundo analógico y tecnológico. Sin ética, cualquier verdad se puede programar. “No hay hechos, solo interpretaciones.” Friedrich Nietzsche
Conserva el asombro. La curiosidad es el motor para aprender sin optimizar, buscar sin dominar. “El asombro es el principio de la filosofía.” Platón
El futuro no lo decidirán los algoritmos, sino las preguntas que sepamos hacerles. Y, sobre todo, la capacidad de mantener una duda activa en un mundo que ya parece haberlo decidido todo.
“El auténtico problema no es si las máquinas piensan, sino si lo hacen los hombres” B. F. Skinner