Septiembre es un mes intenso para las familias debido a la vuelta al colegio de los hijos. Este evento no solo supone la compra de material escolar, uniformes, organizar la logística diaria familiar, sino más bien asumir que la educación de los hijos exige compromiso, constancia y presencia continua por parte de los padres, más allá de las cuestiones meramente económicas.

El inicio de curso conlleva poner en práctica la planificación. Los horarios se alteran, el despertador suena antes y el cumplimiento de los horarios se convierte en el mejor aliado para evitar tensiones.

Los atascos en la entrada y salida de los colegios son el déjà vu al que se exponen los padres cada año. La única fórmula eficaz para afrontarlos no es otra que madrugar un poco más, es decir, llegar con margen de tiempo al colegio de los hijos, para así evitar prisas y estrés innecesarios y, de paso, le damos un aprendizaje práctico a nuestros hijos de cumplimiento y disciplina familiar. Ya se sabe que quien madruga, Dios le ayuda. Es bueno no olvidarlo y practicarlo en primera persona.

Más allá de las cuestiones más prosaicas de la logística de llevar y recoger a los hijos, hay un momento crucial, me refiero a la reunión de inicio de curso con la dirección educativa y el tutor o tutora. Es un error habitual de algunos padres restar importancia o excusarse de asistir por cuestiones laborales o personales o, bien, pensar que nos van a contar lo mismo que el año pasado.

Craso error, ya que su hijo o hija cursará otro curso y habrá otra programación de aula, y seguramente nuevas actividades, nuevas pautas a seguir con su hijo/a, otro tutor etc. Sin embargo, en esos encuentros se marcan las líneas maestras del curso, tales como criterios de evaluación, proyectos educativos del curso escolar, actividades complementarias y expectativas de la escuela hacia las familias.

Por todas esas razones lo correcto sería que ambos progenitores acudan al encuentro, incluso en casos de separación o divorcio. La educación de los hijos no entiende de estados civiles ni de diferencias personales. Los menores están por encima de cualquier desencuentro de pareja, ya que no se puede olvidar que la corresponsabilidad a la que están obligados los padres frente a sus hijos es inexcusable.

La escuela enseña, pero la familia educa. Este mantra recoge muy bien cuáles son los repartos de tareas. Cierto es que la escuela de hoy también ayuda y mucho en tareas de educación de los alumnos, y es ahí donde la escuela exige de manera encarecida a los padres que confíen plenamente en sus profesores y en la labor docente que desarrollan con sus hijos, a la postre sus alumnos.

Cierto es que los padres no pueden descargar toda la responsabilidad en el centro educativo, debido a que la obligación de acompañar y participar activamente en la educación de los hijos recae con mayor peso sobre la familia. La colaboración escuela-hogar es un pilar imprescindible para el éxito académico y personal de los alumnos.

La educación tampoco es barata, debemos aceptarlo. Entre matrículas, cuota de escolaridad (si usa los servicios de un centro privado), libros, material, transporte, comedor, actividades extraescolares etc., supone uno de los capítulos más importantes en el presupuesto de los hogares.

En este contexto hay una paradoja que empieza a darse en las familias españolas. Me refiero a un mayor gasto educativo per cápita, y en contraposición las familias cada vez son más reducidas, e incluso monoparentales, por lo que empieza a ser habitual no tener hijos o, en su defecto, tener uno o dos hijos como máximo, de hecho, resulta una excepción los hogares con tres o más hijos.

Al hilo de lo anterior, no podemos pasar por alto el reto demográfico al que nos enfrentamos, y lo que supone para el mantenimiento del estado de bienestar. De hecho, la caída de la natalidad no es un asunto privado, sino un problema de sostenibilidad para toda la sociedad. Un país con menos niños es un país que, a medio plazo, tendrá menos jóvenes que sostengan con sus impuestos a una población envejecida. La base del estado de bienestar radica en poder atender las pensiones, sanidad, servicios sociales, etc. Todo ello se tambalea si no hay un relevo generacional suficiente.

La bajada de natalidad debe ponernos en guardia, pues amenaza el futuro colectivo. España necesita políticas que favorezcan la conciliación, de modo que revierta la caída demográfica. Pero cuidado, legislar a base de medidas conciliadoras que solo recaigan sobre las empresas no es lo más recomendable. Ello sería aumentar el absentismo laboral sostenido con presupuesto de las empresas.

No todo debe recaer sobre las espaldas de las empresas, pues al final ese aumento de gasto terminará repercutiendo en los precios de los productos y servicios que ofrecen al mercado las propias empresas, y ya sabemos eso que supone, inflación y más inflación…

En conclusión, septiembre no solo marca el inicio de un nuevo curso escolar, sino que también simboliza el compromiso de las familias con la educación de sus hijos y con el futuro de la sociedad. Tengamos presente que la preocupación y ocupación de los padres y madres en la educación y formación de sus hijos es, sin duda, el acto de amor más verdadero.