Hablaba, hace unos días, con la periodista Isabel Guerrero sobre algunos asuntos que encontramos en nuestras vidas cotidianas. Ambas somos muy de vidas pequeñas, de personas y detalles donde la luz pueda aterrizar, de afectos grandes y verdaderos. La vida nos ha enseñado que es mejor quitar del horizonte a quien sólo busca dañar.

Nos gusta hablar sobre nuestras profesiones, lecturas, películas y temas que nos alcanzan o sorprenden. Conversamos sobre amigas comunes y personas a las que admiramos. La vida también nos ha enseñado que hay que acostumbrarse a celebrar la amistad y hablar bien de quien precisamente procura el bien. Lugares y personas en los que poder reconocerse o encontrar acomodo. Al final, la vida va de esto.

Ambas nos reíamos porque, en un momento de una de las notas de voz intercambiadas, le decía que algo terminará por ocurrirnos, como sociedad, cuando consideramos importante grabarnos mientras comemos un plato de espagueti. La trascendencia debe ser eso: comer un plato de espagueti.

Me llama poderosamente la atención ver a personas adultas que se graban mientras hunden el tenedor en la pasta, la enrollan en el cubierto, lanzan una sonrisa hipertrófica justo antes de depositar el tenedor en la boca, no sin antes hacer algún tipo de comentario jocoso, tan ambicioso como puede ser abrir el frigorífico. Lo insólito de este tiempo pasa por celebrar lo mediocre. Mátame camión y todas esas expresiones, Mari Carmen.

En Instagram, por ejemplo, hay reels de personas influyentes comiendo un plato de espagueti. Es fácil detectar las colaboraciones pagadas y las que simplemente te aproximan al precipicio de la idiocia. Más llamativo resulta cuando el común de los mortales decide imitar esos reels. Cabría preguntarse por el fin que se persigue. O si todo ha terminado por convertirse en un medio y no existe fin alguno. O si el fin es uno mismo. Aquí, cuando menos, deberían temblarnos las canillas.

Esos reels son todos iguales. La maquinaria de la homogeneización de la imagen funciona a pleno rendimiento y con una eficacia difícil de igualar. El algoritmo que controla el motor de búsqueda de IG es implacable a la hora de mantener al rebaño bien juntito y controlado.

Todos iguales y con el pensamiento suspendido no vayamos a arrojar una mirada crítica sobre lo que está sucediendo más allá de la pantalla. Si eso, entre plato y plato, ya abordaremos el tema del malestar que causa, entre las jóvenes, esa homogenización y sus cuerpos simulados. Y, sí, me temo que algo de responsabilidad tenemos en todo esto.

La dimensión que atesora esta acción performativa del plato de espagueti podemos trasladarla, en realidad, a casi cualquier actividad de las redes sociales. Por ejemplo, ahora que las temperaturas comienzan a elevarse, asistimos con gozo a esos comentarios ingeniosos sobre el calor en el verano. Si nos movemos a otras redes sociales en las que la imagen determina el posicionamiento de la comunidad que cada uno mantiene, los tobillos en la playa también prometen darnos grandes alegrías.

Esta mímesis digital, basada en la aceptación del otro, un otro irreal, por cierto, porque está exclusivamente ligado a nuestras expectativas, exige una exhibición ya no de lo íntimo, sino de lo irrelevante. Qué somos cuando, como adultos, aspiramos a lo irrelevante. Ya no se trata de una frivolidad absurda, mostrar nuestras casas con selfis que sólo alimentan al monstruo, sino que se trata de nosotros. De lo que somos. De la dignidad de la que nos despojamos y de la imagen que mostramos.

Nuestra imagen queda fijada por nuestro comportamiento en redes sociales. La falta de ambición intelectual, el exceso de emotividad – todos somos víctimas de algo o alguien, la tiranía de la emoción que todo lo devora-, la complacencia que cancela todo amor propio, la ausencia de responsabilidad ante cualquier actividad de lo humano. Mostrar aquello que no se es, la vida que no se tiene. Desear ser otra persona, en realidad.

Más allá de abordar el margen que cada algoritmo nos deja, se trata de abordar cómo queremos ser recordados en esa memoria digital que estamos construyendo y de la que somos responsables.

Otro de los asuntos de nuestro tiempo es este presente fluido en el que nos encontramos. Siempre es un tiempo presente lo cual cancela toda posibilidad de reflexionar sobre la memoria. Mientras nos hacemos un selfi absurdo en casa para ser deseados, mientras imito ser otra que no seré o mientras me grabo comiendo un espagueti con salsa boloñesa cabría pararse a pensar qué quiero contar de mí con estas acciones de las que soy responsable. Qué soy ante ese plato.