Podría ser el título de una serie americana o de un libro de éxito, pero no, es la triste realidad que nos invade.

Basta ya!!!

No es cuestión de ideologías. No va de partidos ni de siglas. No va de izquierdas ni de derechas ni de pamplinadas ni bulos. Va de respeto. De ese respeto que debería estar en la base de cualquier sociedad civilizada, y que algunos se siguen pasando por el forro como si estuviéramos en 1940 y no en pleno 2025.

Estos días han salido a la luz unos audios entre José Luis Ábalos y Koldo García que, sinceramente, dan vergüenza. Y no vergüenza ajena, no: dan rabia vomitiva.

Rabia de la que remueve por dentro. Rabia de la que escuece porque sabemos que no es un caso aislado, ni un desliz de bar. Es un síntoma. Un reflejo de una mentalidad rancia, podrida y machista que todavía campa a sus anchas por algunos despachos, pasillos y teléfonos oficiales.

Y no, no me vengan con que son conversaciones privadas”, que ese argumento está más sobado que el sofá de sus casas. Lo que uno dice cuando cree que nadie lo escucha, lo que se permite en confianza, es lo que de verdad piensa. Y eso, señor Ábalos y usted también, señor Koldo, les retrata más que cualquier discurso bonito con corbata bien planchada.

Aquí no se trata de colores políticos, que ya nos cansamos de esos debates en blanco y negro donde todo se convierte en trinchera. Aquí se trata de mujeres. De todas. De nosotras. Se trata de no permitir ni un paso atrás en el respeto que tanto nos ha costado conseguir.

Porque las que hemos abierto puertas, las que hemos tenido que demostrar el triple para ser escuchadas, no vamos a tolerar que nos traten como mercancía o entretenimiento de sobremesa.

Como dijo Clara Campoamor, la que tanto nombran ustedes y que tendrían que lavar esas bocas primero, pionera del sufragio femenino en España: La libertad se aprende ejerciéndola”. Y nosotras la estamos ejerciendo. Sin miedo. Sin permiso. Sin siglas. Sin necesidad de ser defendidas por grupos radicales, por banderas o por colectivos que nos usen para sus fines.

Porque las mujeres no somos propiedad de nadie. Ni de un partido, ni de un movimiento y menos de ustedes dos que son peor que dos hienas aullando su turno. Que ascazo. Sepan que nos bastamos solas.

Y aquí está el matiz: no necesitamos pancartas para levantar la voz. No necesitamos una ideología para indignarnos. No necesitamos una bandera feminista ondeando por encima para decir basta ya. Lo que necesitamos es respeto. Punto. Algo que por cierto en ustedes es un valor que no han conocido.

Porque no es solo lo que se dice, sino lo que implica. Ese lenguaje barriobajero, de machito en chándal o de político de reservado, puro y whisky, no es una broma. Es una forma de entender el mundo. Una forma de relacionarse con las mujeres como si fuéramos trofeos, servicios, piezas de intercambio o diversión de ratos muertos.

Y eso, por mucho que lo disfracen de chascarrillo entre colegas, es violencia simbólica. Machismo estructural. Del bueno, del antiguo, del que se nos clava como una espina.

Y duele. Porque la impunidad con la que se ríen entre ellos, la falta de pudor, el aire de yo aquí hago y digo lo que quiero”… eso es lo que más duele y repugna. Porque lo dicen sabiendo que no pasa nada. Y si no pasa nada, es que algo está muy mal.

¿Dónde están ahora los discursos? ¿Dónde están los de ni una menos”? Porque aquí no hay una agresión física, pero hay un desprecio explícito. ¿Qué diferencia hay entre quien golpea y quien desprecia, humilla, reduce? El daño se propaga igual, se contagia igual. Y lo peor es que hay quien lo aplaude, lo justifica, lo minimiza.

Yo no quiero que me defiendan por ser de un partido, ni quiero aplausos ni indignaciones selectivas. Yo quiero que esta conversación asquerosa no vuelva a repetirse en ninguna esfera de poder. Quiero que los responsables de hablar así no vuelvan a pisar una institución pública. Porque quien no respeta a la mitad de la población, no representa a nadie.

Este artículo no lo firma una activista de pancarta, ni una radical de manual. Lo firma una mujer de a pie, una mujer profesional, hija, tía, sobrina, hermana, cuñada, amiga, ciudadana. Lo firma una mujer que no necesita disfrazarse de nada para decir lo que piensa. Porque lo pienso yo, y lo piensan muchas, aunque no lo digan en voz alta por miedo a que las llamen de todo menos bonitas.

A ver si queda claro: no nos callamos más. No porque estemos organizadas, no porque haya una estrategia. No. No nos callamos porque tenemos voz. Porque nos sabemos libres. Porque sabemos lo que valemos y lo que nos cuesta el día a día, el nuestro y el de ustedes dos que pagamos todas nosotras también. Porque no somos adorno, ni accesorio, ni carne de comentario de despacho.

Estamos hartas. H A R T A S. De los machirulos de escaño y moqueta. De los que todavía creen que esto es un club de caballeros. De los que no entienden que hemos venido para quedarnos, no para entretenerlos. Y también para mandar.

Y sí, me enerva escribir esto. Me enerva saber que todavía hace falta escribirlo. Pero aquí estoy. Aquí estamos. No para pedir permiso, sino para dejarlo claro.

Las mujeres no queremos favores. Queremos respeto. Y no vamos a dejar de exigirlo.

¿Les queda claro?