España ocupa el número 28 en el ranking de desarrollo humano. La media de años de escolarización es de 17.8, un salto formidable en dos generaciones. Nuestra esperanza de vida es de 83.7 años.

Miraba a mi alrededor, montañas verdes a mi espalda con pino, algarrobo y quejigos, delante, la costa, el mar con el Skyline de Barcelona, el mar, las torres de Mapfre, la de Agbar. Cantábamos en círculo, en el helipuerto, la canción keniata, de bienvenida, “jaaamboo, jaaaambo, Bwana…” El fisioterapeuta cantaba a ritmo de 4 por 4 mientras bailábamos y al compás hacíamos lo que podíamos para no perder el ritmo haciendo una secuencia de pasos, palmadas en el pecho, en las piernas, chasquidos de dedos y repetíamos. “Kenya yetu, hakuna matataaaaa…”

Miraba a los compañeros, todos sonrientes, esforzándose en reconectar sus circuitos neuronales. Unos con enfermedades degenerativas, otros, operados de tumores, de fistulas, de ictus, de traumatismos gravísimos.

Cada semana aparece alguno nuevo y le damos la bienvenida, nos interesamos por él, le animamos a unirse a perder el miedo. Cada semana se despide alguno con el alta tras una mejora significativa o tras haber luchado duro para no ir a peor, para no pasar de la muleta al andador o de este a la sillita.

Los profesionales que hay allí, neurólogos, terapeutas, psicólogos, logopedas, personal administrativo se llevan lecciones cada a día.

La enfermedad nos iguala a todos, allí hay niños como los míos. Lucas está en segundo de la ESO, baja en su silla con su gorra deportiva, sonríe. Hablamos de lo que le gusta, el Barça, las mates y el deporte. Está ingresado. Vive a 6 kilómetros. Su madurez con 14 años me asombra. Allí hay mujeres de mi edad luchando contra la esclerosis múltiple. Nos reímos, hablamos de la vida, de los hijos, de la pinta que tenemos haciendo ejercicios que nos salen fatal. Nos contamos lo que hacemos cuando no estamos allí. Nos interesamos los unos por los otros. Este finde Joana, la terapeuta, que tiene 6 caballos para hacer terapia con niños autistas en su pueblo, tenía una cena, trabajo con los caballos y descansar. Mioko tiene un nivel de conocimiento del catalán impresionante.

Hay un paciente que ha sido reportero de guerra. En las paralelas me encontré un señor inglés de Manchester que se había caído en Mijas y estaba en una silla de ruedas. De origen paquistaní, es familia de un ministro del actual gabinete, en conflicto con la India en este momento. Su mujer es de Tarragona, de la mitad de su edad, cada día estaba allí, acompañándolo. Pedía algo de conversación, pero los compañeros no hablaban inglés salvo Jessica, una azafata de vuelo que lucha contra una enfermedad degenerativa y yo, que disfruté mientras pisaba unas alfombras de pinchos de una interesantísima charla.

A Juan lo tuvieron meses en coma inducido, cayó en paradas cardio respiratorias dos veces, su accidente en la fábrica le inflamó tanto el cerebro que tuvieron que abrirle el cráneo y congelar los huesos y la piel hasta que la inflamación y la presión intracraneal bajó lo suficiente. Hoy prácticamente no se aprecia a simple vista.

Lourdes tiene una lesión como la mía, trabajaba en una farmacia, siempre tiene una sonrisa, se sabe el nombre de todos, se interesa y recuerda cada detalle, los horarios de los demás. Ha juntado en la mesa del fondo del comedor a un grupo variopinto de hombres y mujeres, el más mayor probablemente Manolo, de Puerto Real, Cádiz. A Manolo, como buen gaditano, le encanta el mar, tiene su barquito en Port Ginesta y le gusta pescar.

El chico que acaba de llegar se disculpa por sus fallos diciendo que no siente una pierna, el de al lado no siente ninguna de las dos, la de enfrente además un brazo paralizado con media cara por un ictus.

Sara lleva 15 años lidiando con la enfermedad, trabajaba en el sector eléctrico, su marido sigue en la misma empresa, ella hace 5 años que se dedica a intentar curarse, tiene dos hijos preciosos. Cuando llegó tras una hospitalización larga no podía levantar una raqueta de fibra. Aún tendrá que pasar más veces por el quirófano, pero está ilusionada porque quiere curarse, por su vida de antes, por sus niños. La semana pasada cumplieron años el marido y uno de ellos. Desayuno con tarta, soplar las velas y la ambulancia la recoge para ir a rehabilitación. Cada una es un ejemplo, cada uno un héroe.

A pesar de las medicinas para el dolor neurológico, mi cabeza no para. Me levanto antes del amanecer, leo y respondo los temas importantes y leo, como cada día, lo que pasa en el mundo de varias fuentes porque cada vez hay menos pluralidad. Hoy The Economist hablaba de desarrollo humano. Me he puesto en Spotify la canción de 1982 de Them Mushrooms, Jambo Bwana, Ahora, ese Chakacha, tradicional Swahili, me recuerda que el índice de desarrollo humano es esto. Poder vivir una larga vida, en un país en el que el grande, el pequeño, el pobre y el rico, pueden tener una segunda oportunidad.

Los jueves descanso y pude asistir al IND+I day en Viladecans, compartía, tras la magnífica jornada, las ponencias de Candace Johnson, la mujer detrás de la primera gran constelación de satélites, de Marcos Ugarte, del instituto Pharos y todas las demás mesas, especialmente la de jóvenes, que, idear y montar una institución como Guttmann, es un indicativo de sociedad avanzada y desarrollada. Colaboración público - privada, un propósito ambicioso, un rol social, científico, tecnológico y médico.

Cuando estamos sanos, vamos con orejeras, corriendo por cosas irrelevantes, quemando la vida sin parar a pensar en lo importante, el tiempo limitado que se nos ha dado y los que nos rodean. Dar y recibir una sonrisa, una palabra de ánimo, un interés por el otro.

Nos pasamos el día criticando lo que hay que mejorar. También hay que pararse a reconocer las cosas, las instituciones y las personas buenas que tenemos.

Hay un libro por escribir ahí en el Instituto Guttman, coral, de las historias de éxito y de superación, de actitud ante la vida, de convivencia con el dolor y las disfuncionalidades. Todos tenemos disfuncionalidades y discapacidades, unas físicas, otras intelectuales, sensoriales, emocionales, sentimentales, relacionales, todos tenemos algún dolor, pero la mayoría de las veces no lo vemos, ni en los demás ni en nosotros mismos. Dice Jordi que muchos han prometido escribir ese libro, pero nadie aún lo ha hecho. Una pena.