"It’s more fun to be a pirate than to join the Navy". Steve Jobs utilizó esta frase en un retiro que organizó en 1983 con los primeros empleados que se ocupaban de la creación del Macintosh. Era un mensaje motivador que pretendía transmitir la cultura que debía ser compartida por el equipo. Jobs pretendía inspirar una conducta desafiante para romper con las reglas establecidas en la industria tecnológica. La frase se convirtió en un mantra dentro del equipo, reforzando la idea de que debían trabajar de manera ágil y creativa, en lugar de conformarse con los estándares de la industria.

Tanto caló el mensaje que los diseñadores Susan Kare y Steve Capps, crearon una bandera pirata con una calavera y huesos cruzados, donde uno de los ojos estaba reemplazado por el icónico logotipo de Apple de colores del arcoíris. La bandera fue izada en la sede de Apple en Cupertino, como un recordatorio constante del espíritu rebelde y de innovación del equipo.

El deseo de retar a lo establecido mediante la disrupción ha sido un elemento clave de la cultura startup. Esta característica se ha reproducido en su forma de relacionarse con las instituciones más clásicas y el poder político. Incluyo a la Universidad. He percibido siempre la mirada crítica del estudiante emprendedor que asocia a la institución académica con la torre de marfil que caerá en algún momento y de manera inevitable. El reto, apasionante, siempre ha consistido en convencerlos de que están en el mejor lugar para la innovación y el emprendimiento. La disrupción y la experimentación es la onda de la startup frente a la corporate. Esta práctica explica su relación con el riesgo, otro elemento característico de la cultura startup. La startup se mueve bien en condiciones de riesgo y tiene una relación armónica con la incertidumbre.

La cultura startup exalta la autonomía y la capacidad del individuo. El bootstrapping y el milagro del garaje forman parte del relato que cuenta la irrupción de nuevas startups y como se forjaron las tecnológicas que hoy son empresas globales. En la primera década del siglo XX aparecieron modelos de negocio basados en la interacción entre particulares y la eliminación de intermediarios. Las redes sociales nacían para empoderar al individuo y darle una voz en abierto al mundo. La democracia idealizada. Clay Shirky contaba en el libro "Here comes everybody: the power of organizing without organizations", publicado en 2009, cómo los modelos colaborativos basados en la participación del individuo cambiaban la economía y las formas de producir y consumir. Era "la rebelión de los iguales". No eran las masas de Ortega y Gasset, sino la multitud inteligente empoderada por la tecnología.

Actualmente las redes sociales no empoderan al individuo. Lo minimizan, lo engañan y lo radicalizan. Y las startups se han mostrado de manera muy visible en la ceremonia de proclamación de Donald Trump como nuevo presidente de los Estados Unidos. Elon Musk, Jeff Bezos, Sam Altman o Reid Hoffman han expresado su apoyo al nuevo presidente, alineándose con sus políticas que consideran beneficiosas para la industria tecnológica. Este respaldo refleja una convergencia de intereses entre la administración de Trump y ciertos sectores de Silicon Valley. ¿Es compatible en la cultura startup el apoyo mostrado a la nueva administración con el mensaje de Steve Jobs a los empleados de Macintosh? ¿Están cambiando los valores de autonomía e independencia propios de la cultura startups?

Henri Koskinen publica un análisis actualizado de la cultura startup en la revista Journal of Cultural Economy: “Outlining startup culture as a global form” (2023). El estudio destaca distintas contradicciones y tensiones identificables en la cultura startup. Una de ellas se refiere precisamente a su relación con la administración política. A pesar del discurso de independencia, autonomía e, incluso, de descrédito sobre las administraciones políticas que se vincula a las startups, Koskinen argumenta que la relación entre startups y gobiernos no es de antagonismo sino de interdependencia. Muchos de los avances tecnológicos que aprovecha el ecosistema de startups han sido posibles gracias a la inversión pública en ciencia y tecnología. Además, la acción de las startups está condicionada por los marcos regulatorios creados por los gobiernos.

La administración Trump ha prometido políticas menos restrictivas para la industria tecnológica y el desarrollo de la IA. Además, ha anunciado el lanzamiento de la iniciativa Stargate, Este proyecto es una colaboración entre OpenAI, SoftBank, Oracle y la firma de inversión MGX, con el objetivo de invertir hasta 500.000 millones de dólares en infraestructura de IA en Estados Unidos para el año 2029. Esta acción significa la creación de un contexto institucional que reduce la incertidumbre sobre el desarrollo de las infraestructuras que precisa la IA y arma al ecosistema de startups frente a la capacidad para competir demostrada por China. En definitiva, lo que está ocurriendo en Estados Unidos avala las contradicciones observadas por Koskinen en su análisis de la cultura startup.

En 1983, Apple estaba en plena expansión y Steve Jobs quería contratar a un ejecutivo con experiencia en negocios para ayudar a escalar la compañía. John Sculley dirigía PepsiCo y Jobs vio en él la opción perfecta, por lo que intentó persuadirlo para unirse a Apple. Sin embargo, Sculley dudaba en dejar su posición segura y bien remunerada en PepsiCo para unirse a una empresa tecnológica emergente como Apple. Después de varias reuniones sin éxito, Jobs decidió hacerle una pregunta que cambiaría el curso de la historia: "¿Quieres pasarte el resto de tu vida vendiendo agua azucarada o quieres la oportunidad de cambiar el mundo?".

Cambiar el mundo es una aspiración que forma parte de la cultura startup. Pero no de cualquier forma. Silicon Valley ha sido el lugar con más influencia en la cultura startup. La ciudad de San Francisco y la propia Universidad de Berkeley son relevantes para comprender una cultura sensible con la diversidad, la inclusión, la multiculturalidad y la sostenibilidad económica, social y medioambiental.

Probablemente, estos valores argumentaron la carta publicada en marzo de 2023, por el Future of Life Institute. Un texto firmado por un grupo de destacados expertos en tecnología, CEO’s de startups y científicos para solicitar una pausa de seis meses en el desarrollo de sistemas de IA. La carta expresaba preocupaciones sobre los riesgos que estos sistemas podrían representar para la sociedad y la humanidad.

El escenario actual está muy lejos de la pausa y muestra indicios de que el desarrollo de la tecnología se producirá en un contexto de regulación mínima. Solo año y medio después, aquel escrito ¿ha quedado en papel mojado?