Los barrios tradicionales están mutando en los últimos años a un ritmo inaudito. Cambian los precios, tanto que es imposible consultar el coste del m2 sin que a uno le dé un ataque de pánico, cambian los tipos de comercio en el que parecen extinguirse los locales tradicionales, cambia la hostelería que cada vez parece estar más centrada en la estética y ser instagrameable, y cambia la gente que se ve por la calle.

El centro histórico de las ciudades empieza a ser una especie de parque temático para los turistas, y los autóctonos parecen empezar a verse forzados a emigrar de sus propios barrios o sentirse extranjeros, piezas anacrónicas, en sus hábitats de toda la puta vida.

Aunque se trata de un fenómeno complejo, del que sacaremos un veredicto muy diferente si lo vemos en términos económicos o sociales y donde intervienen variables como la globalización, los nuevos modelos de negocio o la planificación urbanística y de los espacios de la ciudad, y por tanto cuando lo analizamos hemos de ser cautos y no caer en reduccionismos, este proceso tiene una serie de impactos a nivel psicológico en las personas y esa es la parte que voy a intentar analizar. Así que aclarado esto, vamos al lío.

En primer lugar, la gentrificación provoca una dilución de la sensación de pertenencia y de la parte de la identidad constituida por aquello de lo que formamos parte más allá de lo individual. Las personas antiguamente no se cambiaban de barrio o lo hacían muy poco, sin embargo, hoy en día se estima que un español se muda unas 4 veces de promedio a lo largo de su vida (y esta tendencia es mucho mayor, siendo la media occidental de 7 veces). Estos cambios hacen que no nos sintamos tan apegados al vecindario, y por tanto, nos involucremos menos en todo lo que pasa en el mismo, algo que explica en parte porque hay un cierto derrotismo y pasividad en todo lo que tiene que ver con lo común.

Lo comunitario y hasta la morfología del barrio constituye el contexto, el ambiente en el que ocurre nuestras vidas, y todos esos estímulos, ese escenario en el que actuamos la película de nuestra existencia, influye en la misma, tal y como la psicología conductista ha estudiado en profundidad.

Por otro lado, influye, de manera clave, la dificultad cada vez mayor de mantener y establecer lo que en psicología se denomina Red de Apoyo Social, que está demostrado es una de las “vacunas” más efectivas para protegernos de los problemas de salud mental y ser resilientes. Esta red está formada por personas con las que nos vinculamos y establecemos lazos afectivos y de amistad.

El ser humano tiene una necesidad de saludarse, abrazarse, hablar, compartir, abrazarse y sentirse reconocido y visto por otros, y para crear esas relaciones hace falta tiempo y familiaridad. El roce hace el cariño de siempre, vamos.

En barrios que los rostros son cambiantes, que ya no hay con quien te cruzas por la calle, mantener esa red se hace complicado, así como mantener una relación con alguien que al haberse ido lejos, poder verlo es toda una cuestión de logística aplicada. Las redes sociales pueden ayudarnos a mantener el contacto con esas personas, y todos tenemos a ese vecino o antiguo compañero de colegio en ellas, pero eso influye poco en términos de esta red de apoyo social y ahí tenemos un enorme factor de riesgo psicológico que nos empuja a los problemas de salud mental y emocionales.

Estamos hiperconectados pero muy poco vinculados.

La soledad tiene un impacto clave, tanto que cuando se da de forma crónica y no deseada, afecta a la salud perjudicialmente hasta el punto de acortar la esperanza y calidad de vida tanto como fumar una cajetilla de tabaco diaria. Casi ná.

El cambio de comercio y de hostelería también influye en esto, ya que suelen tener modelos de mayor rotación de personal, de aperturas y cierres en poco tiempo, que nos quitan de ese otro tipo de contacto que si bien era más superficial, aportaba: el camarero que te conoce de toda la vida y que te da la tostada y el café como te gusta sin tener que preguntar (siempre seré muy fan de ese: “Ventura, ¿lo de siempre?”) o de esa charla superflua pero agradable con el carnicero. ¿Cuánto hablamos ya en el día a día con otras personas al salir a la calle?

Por otro lado, estos barrios siempre cambiantes, líquidos que diría el filósofo Bauman, provocan otro factor que es profundamente aversivo para el ser humano: La inestabilidad y la incertidumbre. Y es que nuestro cerebro está diseñado para que se sienta cómodo, a gustico, cuando las cosas son previsibles, puede parecer poco práctico actualmente, pero nuestra biología cambia mucho más lento, así que ahí tenemos otro factor de malestar psicológico.

Hasta aquí podríamos decir que la gentrificación es una lacra, pero ahora viene el aspecto que hace que haya un debate con el tema: El económico. Y aunque puede parecer algo fuera de mi competencia, esto tiene una clara relación con el bienestar psicológico.

Por un lado, el incremento de los precios de la vivienda por su rentabilidad como negocios de AirBnB y demás, está llevando a procesos como la dificultad de la emancipación de los jóvenes, lo que explica la menor natalidad (que influye en cómo se desarrollan psicológicamente esos niños), y en la frustración de una generación entera que no está pudiendo desarrollar su proyecto vital y constituir uno de sus procesos más básicos e importantes: la formación de una familia, fuente de estabilidad, afecto y apoyo.

También está provocando que señores mayores, cuando sus hijos se marchan y hasta al quedar viudos, vendan o renten esas viviendas más céntricas para mudarse a barrios, lo cual es muy buen negocio desde luego, pero les desarraiga y les priva de la compañía en un momento donde su soledad es más explícita, además de mudarles a contextos que conocen peor y en el que desenvuelven más torpemente en un momento donde comienza el declive cognitivo (demencias, alzheimer, despistes, lapsus, desorientación…)

Pero también tiene una parte positiva: Crear empleo y riqueza es un factor clave, y es que la estabilidad económico-laboral es clave, tanto como la red de apoyo social, para el bienestar psicológico. Nada da más depresión o ansiedad que no tener empleo o vivir precariamente y tal y como está la economía, y más en una España desindustrializada, parece haber pocas fuentes de generación de riqueza a parte del turismo.

Por acabar de valorar los aspectos positivos, parece que las zonas gentrificadas se vuelven más abiertas y multiculturales, lo que puede ayudar a una mayor integración y acercamiento a través de ese roce que decíamos antes, de diferentes culturas, a que distintos mundos puedan encontrarse con los beneficios que tiene esto a nivel de ampliar el marco mental, reducir la rigidez cognitiva y ser más abiertos a las distintas experiencias, sin embargo, debido a los efectos de la globalización, me pregunto si más que a un multiculturalismo, estamos cayendo en una homogenización globalista de las mismas.