Una de las mejoras evolutivas que hemos adquirido como especie son los prejuicios. Si no tuviésemos el prejuicio adquirido de que nuestros congéneres van a tener comportamientos gregarios, cada vez que pidiésemos un café en un bar tendríamos que dedicar unos cuantos minutos a oler, observar y valorar de distintas maneras si el café que nos trae el camarero es venenoso. Eso lo hacen los animales en la selva y sin ir más lejos, nuestros amigos los perros cuando pasean por la calle buscando cualquier cosa que llevarse a la boca. Nosotros hemos asumido un juicio previo o pre-juicio que nos dice que el camarero está haciendo su trabajo y que no tiene un interés especial en asesinarnos echando cianuro en el café.

Del mismo modo el juicio previo que nos dice que el viandante con el que nos vamos a cruzar no nos va a cortar la cabeza con un machete escondido en su abrigo, nos permite dedicar el tiempo mientras vamos a trabajar a pensar en la persona de la que nos hemos enamorado.

Los prejuicios son de dos tipos, genéticos y culturales. Llevamos poco tiempo agrupados en grandes aglomeraciones humanas donde la diversidad es la norma, así que aún operan en nosotros aquellos juicios previos que nos hacen confiar más en los que son físicamente similares a nosotros, ya que los de otra tribu podrían ser hostiles. Eso va en la genética y nos ha permitido crear durante millones de años vínculos de cooperación con los que son similares.

No obstante, la mayor parte de nuestros pre-juicios son de tipo cultural, es decir, aprendidos. Damos por hecho que todo el mundo conducirá por el lado derecho de la vía y que nadie tiene intención de pasarse al izquierdo de repente, provocando un accidente mortal. Eso nos permite dedicar nuestra atención a cuestiones más sofisticadas como las señales de tráfico o la gestión de una máquina tan compleja como nuestro coche.

Nuestra capacidad de atención es limitada y tener juicios previos que nos permitan dedicar nuestro pensamiento a la creatividad es algo que nos ha posicionado en la cúspide de la naturaleza como especie.

El problema con los juicios previos o pre-juicios es que no seamos conscientes de ellos o que los neguemos, porque es entonces cuando lo que supone una mejora evolutiva se convierte en un riesgo involutivo.

Estamos diseñados, como todos los demás animales, para desconfiar de lo que desconocemos y a protegernos del diferente, ya que si el diferente es un tigre y nosotros somos gacelas… igual nos come.

Si nos dejamos llevar por los prejuicios genéticos que nos permitieron crear vínculos tribales para proteger a la cría humana (que es tan frágil que necesita de toda la horda para que con su protección pueda llegar a su total autonomía motriz varios años después de nacer), estaremos abriendo la puerta al racismo.

Si nos dejamos llevar por prejuicios inconscientes y no evaluados, favoreceremos actitudes basadas en el autodiálogo con nuestro estómago en lugar de nuestras neuronas, y estaremos dando lugar a un comportamiento irracional que fomenta el odio como reacción.

Una de las situaciones que más miedo nos producen es experimentar el peligro como algo informe, como una niebla de gran densidad que nos rodea y nos impide ver lo que hay a nuestro alrededor. Entender la realidad, comprender los procesos que provocan los problemas que experimentamos habitualmente, es la única forma de afrontar el futuro con un nivel de serenidad suficiente como para poder tomar decisiones. Pero para ello tenemos que dedicar el tiempo a observar, aprender y comprender. Y sobre todo, a tener una mirada crítica y autocrítica.

Sé que me estoy metiendo en un berenjenal, porque no ha habido a lo largo de la historia ninguna idea que aglutine a toda la humanidad de manera determinada. Ni siquiera el concepto de dignidad humana es algo que esté claro para todos. Hay distintas maneras de entenderla y mucho escrito al respecto. Sin embargo, creo que existen acuerdos suficientes sobre la idea de dignidad como para poder avanzar en el planteamiento, ya que lo común a todas ellas es más relevante que las diferencias.
¿Por qué estoy contando todo esto en una columna que trata, a priori, sobre la ciudad? Déjenme exponer la razón.

Ciudad de 15 minutos

El concepto urbanístico de la ciudad de 15 minutos es algo que últimamente ha trascendido el ámbito técnico para trasladarse al debate social e incluso al político. Aunque ya he hablado de ello en otro artículo, me gustaría volver a exponerlo.

La ciudad de 15 minutos es un concepto urbanístico que busca fomentar la creación de ciudades más sostenibles y habitables. Se basa en la idea de que todas las necesidades básicas de la vida cotidiana, como el trabajo, la vivienda, la educación, la salud y las compras, deberían estar a no más de 15 minutos a pie o en bicicleta de donde vivimos. Con ello se pretende evitar que haya que dedicar tiempo a desplazamientos innecesarios que impiden disfrutar más y mejor de nuestro tiempo libre. Esto es bastante difícil en general si vivimos en una gran ciudad, pero como aspiración sería fantástico.

En los últimos años, el concepto de la ciudad de 15 minutos ha ganado una mayor relevancia debido a la necesidad de hacer frente a los desafíos ambientales y sociales que se dan en las ciudades.

Los conceptos son palabras o frases que nos permiten comunicar ideas complejas de forma rápida. Si tenemos que explicar todas las problemáticas asociadas a la vida en las grandes ciudades y la ventaja de favorecer medidas de transporte público, de mezcla de usos y de implementar espacios verdes para mejorar la vida de las personas, tardaríamos demasiado tiempo en tener una conversación sobre cómo mejorar la habitabilidad de nuestras ciudades. Por ello, hablar de “la ciudad de los 15 minutos” nos permite resumir todas esas ideas en seis palabras, y así dedicar el resto de la conversación a plantear y debatir soluciones que necesariamente, siempre serán concretas y específicas para cada ciudad y cada barrio.

No sé si se han parado a pensar en el aumento de la población mundial. Cuando los Reyes Católicos estaban conquistando Granada, la estimación de la población del planeta era de 500 millones de habitantes. Verdaderamente una cifra que mostraba la fragilidad de nuestra especie, si consideramos que la epidemia de la Peste Negra del siglo XIV se llevó por delante entre un 30 y un 60% de la población mundial.

A principios del siglo XX éramos poco más de 1.600 millones de personas, tres veces más que cuando se descubrió América. Para cuando nuestra especie fue capaz de llegar a la luna la población mundial era 3.700 millones de personas. Cincuenta años después somos aproximadamente 8.000 millones de cuerpos moviéndonos por un planeta que ha cambiado radicalmente desde que en el siglo XIX, la industrialización potenció nuestro desarrollo tecnológico y social mediante la creación de nuevas estructuras institucionales como los bancos, los partidos políticos o las empresas.

Ante estas cifras, creo que es difícil argumentar que la libertad individual de mantener hábitos que nos perjudican a todos como especie, sea la que deba regir las decisiones colectivas.

Recientemente se está produciendo una sorprendente crítica al concepto de la cuidad de los 15 minutos que se basa en la increíble idea de que lo que verdaderamente se busca con esta propuesta propia de ecologistas y comunistas, es aislar a la población en barrios de 15 minutos de los que no será posible salir si no se piden permisos especiales.

No sé si quienes manejan el concepto de la ciudad de los 15 minutos son ecologistas o comunistas. Particularmente me importa bastante poco la ideología de mis interlocutores cuando trabajo, pero dudo que los millones de profesionales que se dedican al urbanismo como disciplina técnica multidisciplinar que se ocupa del diseño de edificios y espacios públicos, la organización del transporte, la gestión de los recursos naturales y la gestión urbana, tengan todos la misma posición ideológica. Considero poco probable que un colectivo tan heterogéneo llegara a tal acuerdo cuando no somos capaces de definir lo que entendemos por dignidad humana.

Por mucho que busco en internet la razón que haya podido llevar a dar el salto desde este concepto urbanístico al hecho de que se encerrará a la población en barrios de los que no se podrá salir, no encuentro ningún argumento que no se base en la más absoluta ignorancia. Una ignorancia, que como todas, se alimenta de prejuicios sociales, políticos e ideológicos, que por supuesto niega quien los asume, ya que la autocrítica ni está ni se la espera en esos casos.

A todos nos asusta lo nuevo y todo aquello que implique cambios en nuestra manera de vivir. Es también una mejora evolutiva, puesto que nos invita a ser cautos y no morir por imprudentes. Pero lo que verdaderamente nos ha traído a ser 8.000 millones de personas en un mundo en el que no se vive del todo mal, es la creatividad para imaginar soluciones a los retos que se nos plantean en cada momento histórico, así como el pensamiento crítico para evaluar y autoevaluarnos.

Tenemos 24 horas al día para dedicarlas como elijamos. Hay quien decide dar golpes a todo lo que le rodea en una niebla espesa de pensamiento, y hay quien escoge observar y analizar los problemas para tratar de paliarlos mediante una comprensión de la realidad basada en el conocimiento.

La violencia mental acaba generando violencia física a nuestro alrededor. En memoria de mi compañero arquitecto Rafael Santacruz.