Mi buen amigo Buenaventura Pérez me provee de una gran rodaja del tronco de un antiguo pino, en el que en su corteza se evidencian las huellas de una vida cargada de sobresaltos. Como aquel olmo viejo de Machado, lo descuajó un torbellino y acabó trochándolo el soplo de las sierras blancas el ya pasado invierno.

Leonardo da Vinci descubrió que los anillos de los troncos de los árboles eran las páginas de un enorme libro de historia en el que quedaba escrito como fueron las diferentes estaciones de cada año. Primaveras demasiado lluviosas, inviernos muy fríos y secos o veranos muy dilatados hasta bien avanzado el otoño han dejado escrito cuando se produjeron en tan ilustrada enciclopedia vegetal, permitiendo así al avezado lector del prominente libro la interpretación de las razones de tantos otros acontecimientos históricos.

El clima ha condicionado todos los grandes momentos de la historia de nuestro planeta, tan bien recogido en ese Viaje por los ecosistemas extintos de la Tierra recomendado por el ilustre perchelero Antonio Flores. En una escala de tiempo menor, aun es más sorprendente como ha condicionado la del ser humano, como demuestra en su monumental obra Manuel Comellas, Historia de los cambios climáticos, tan elogiada por el perspicaz José Luis Escudero, nuestro cazatormentas de cabecera.

En los anillos de nuestro tronco se recoge la historia de estos dos últimos siglos. En sus páginas podemos leer como prolongadas sequías antecedieron a guerras fratricidas, o como los raros momentos de bonanza climática supusieron avances sociales y de desarrollo para nuestra provincia, incluso como algunas epidemias se cebaron en períodos lluviosos.

Hace tan sólo unos días se publicaba un artículo en el que se había estudiado la dendrocronología de una excelente representación de viejos árboles en Europa occidental y Centroeuropa, que ha permitido la reconstrucción de la historia de climática de nuestro continente. Las conclusiones son sorprendentes. Nuestra vieja Europa ha soportado en esta última década las sequías más severas, a la vez que el mayor aumento de las inundaciones, de los últimos cuatro siglos. Habrá que buscar las seguras correlaciones con tantas catástrofes como han acaecido en estos últimos años, y a buen seguro se encontrarán. Cada vez es más evidente que somos hijos del clima.