En 1998 me pusieron, con 24 años, a encargarme de las exportaciones de Predan (Premo de Andalucía). No tenía ni idea, sólo sabía inglés y mis estudios técnicos. Vino el accionista mayoritario de Barcelona y le dejó a Juan Fernández unas notas manuscritas con las reflexiones estratégicas. Había que hacer Innovación y Exportación. Y me encargaron buena parte de ambas. En aquella época leíamos los periódicos en papel y además varios, nacionales y locales. En uno nacional había una página entera con programas de la Fundación Ramón Areces. Vi el de Experto Universitario en Comercio Exterior, semipresencial por la UNED y le pedí a mi jefe Juan que me lo pagara. Yo creía que con eso ya podría ser director de exportación. Nada que ver. Tuve que ir a Madrid unas cuantas veces y nos daban clases marinos mercantes sobre temas que, si bien eran de utilidad para algunos, y seguro que hasta la mitad del siglo XX eran de uso general, no me aportaban apenas nada de lo que yo quería conocer. Era una España que no sabía hacer mucho sin los transitarios y agentes que, a cambio de costes muy importantes, te hacían todo lo que había que hacer en el tránsito documental.

Las clases eran en la Autónoma y recuerdo aquellos edificios de claro estilo de post guerra, comparados con lo que era nuestro campus, aún muy humilde, como si fueran enormes. Los de provincias íbamos a Madrid casi como Paco Martínez Soria.

Recuerdo que nos dieron doctrina a tope, dos “libracos” y problemas como si fuera una papilla. Nos daban ideología, que había que estudiarse y reproducir como un loro para aprobar. Aquello no era un curso de Especialista Universitario en Comercio Exterior, era un curso de librecambismo. Sólo con la lectura de la Historia y economía comparada, muchos años después, me di cuenta.

Un sábado, esperando el bus para ir a Atocha y coger el Talgo a Málaga, una chica muy maja, que siempre se sentaba por donde yo en el aula, con el pelo a lo garçon y unos ojos grandes muy oscuros y vivos me saludó.

-Hola.

-Hola. ¿Qué tal el examen?

-Bien. Era fácil. ¿No?

-Sí, pero he contestado lo que dice el profesor y el libro, pero yo no lo veo así.

-Lo del efecto de un arancel. ¿No?

-¿Cómo lo sabes? No habíamos hablado nunca.

-Creo que alguien se equivoca y nos equivoca intencionadamente. Las cosas no son como dicen los modelos. La inmensa cantidad de las transacciones en la industria no tienen ni infinitos oferentes ni infinitos demandantes. Los mercados no son perfectos. Las elasticidades de la oferta y la demanda en muchos productos como la energía, fertilizantes o materias primas básicas no hacen que, si suben los precios por el efecto de los aranceles, la demanda caiga, a menos que haya cambios muy muy fuertes y en esos casos me parece que las curvas no son continuas, hay posibles discontinuidades. Los efectos colaterales de las destrucciones de empleo y pérdidas de tecnología no se cuentan. Es de una simpleza boba.

En aquellos años arrancábamos la burbuja inmobiliaria de Aznar. Los pisos en Málaga valían entre 10 y 15 millones de Pesetas. Menos de 90.000 euros. Yo ya pagaba letras al promotor de un ático en Teatinos.

-Yo pienso igual. Lo veo en mi trabajo. Los bienes suben y la demanda se mantiene y hasta crece – Debía ser de mi edad quizá un par de años más. Lamento no recordar su nombre. Recuerdo su peto de pana negra y su jersey de rayas de colores

-¿En qué trabajas?

-En el ICO. Hago el curso para tener méritos para cuando pueda optar a mi plaza fija. Pero vemos que las viviendas suben y que la demanda no baja. Cuando hay financiación o creencia de que el valor futuro del bien crecerá, la cosa no es tan simple. Es verdad, no es solo oferta y demanda. Parece que quieran meternos en la cabeza que los aranceles son malos y que está probado matemáticamente. Para que no nos lo cuestionemos. ¿Eres economista?

-No ingeniero. Yo me bajo aquí, camino hasta Atocha. Nos vemos pronto.

No volví a ver a aquella chica de ojos oscuros, inteligentes, franca. Espero que sea una gran experta en financiación, quién sabe. Me maravillaba de los trabajos tan raros que había en Madrid, el ICO, el ICEX, Cofides, CSIC… nada que me hubiera imaginado en Málaga.

Durante muchos años, el Ministerio de Industria remitía las consultas de la UE para la eliminación de aranceles a nuestra patronal. En Aniel y luego Aetic, yo presidí el Grupo 2, el de Industria de Componentes Electrónicos. Edmundo Fernández, el directivo más experto de la casa y del que aprendí mucho, nos informaba de que se solicitaba una eliminación de aranceles de algún tipo de componente, o el aumento de un cupo o una bonificación del 100%. Si no contestabas, los aranceles bajaban para toda la Unión. La comisión no actuaba de oficio, el Ministerio de Industria tampoco. Nadie defendía a nuestras industrias. Nuestros funcionarios ni los europeos, si no nos oponíamos con informe motivado, simplemente, a petición de otro Estado Miembro, no se oponía y así iban decayendo uno tras otro los aranceles y las industrias europeas iban cayendo.

Recuerdo que muchos años, fabricantes japoneses y coreanos fundamentalmente, establecidos en Europa del Este, decían que no había producción en Europa del componente que necesitaban y que solicitaban la reducción arancelaria para traerlos de Asia.

Yo escribí decenas de informes en los que explicaba las empresas europeas que fabricaban aquí aquellos productos que los fabricantes extranjeros implantados en Europa decían que no había. No estaba todo en Internet, usábamos el Kompass y los catálogos de las ferias internacionales, la de Hanover, la Electrónica y Productronica de Múnich y nuestros propios conocimientos históricos de la patronal y las empresas asociadas.

En España, de más de 100 fabricantes de componentes y en particular varias docenas de componentes pasivos no quedamos más de 10. En Francia la escabechina fue mayor. No quedó casi ninguno. En Alemania, que parecían imperturbables, 20 años después no quedaban ni la mitad. Al final, con lo barato que fue fabricar en Asia y transportar, contaminando a tope, desde allí a Europa sin aranceles, se desmontaron las fábricas europeas de los fabricantes japoneses y coreanos de electrónica de consumo.

Esta semana hemos visto a la presidenta del de la Comisión Europea llamar a la acción para proteger a la industria europea no frente a los asiáticos. Frente a los EEUU. Poco antes había estado Macron en una segunda visita de Estado en Washington, mostrando unidad frente Rusia, pero molestias por las medidas que el programa IRA de reducción de la inflación pone en contra de las industrias europeas. Los EEUU darán, a partir de enero, 7.500 USD de reducción fiscal por cada coche eléctrico que se compre en América, pero debe tener una parte muy elevada de US content. Es decir, made in America.

Mucho antes, en el París Auto Show, Carlos Tavares, el CEO de Stellantis, había empezado a elevar la voz en público sobre la necesaria protección de la industria Europea y el riesgo de que las ayudas a la descarbonización del transporte no acabaran fuera de Europa en China (y EEUU y Corea de paso). Los franceses han conseguido maravillas como evitar la prohibición de motores de combustión más allá de 2035, definir la nuclear -sí la de Fukushima y Chernóbil, la que llevan ellos ya dos años en mantenimiento- como energía limpia y, en este campo de la automoción, crear la percepción de que no todos juegan en igualdad de condiciones. Es evidente que los principales asiáticos tienen a sus gobiernos al lado cuando no son directamente sus accionistas. Algo que no debe sorprender en Francia con un aproximadamente el 14% de PSA o el 6% de Stellantis ni en Alemania con aproximadamente un 20% de VW en manos de Baja Sajonia.

Quejarse de las ayudas de Estado en América, de que se incentive a fabricar en América si se quiere vender en EEUU y que eso haga que los europeos que quieran vender allí tengan que aumentar sus capacidades productivas en EEUU es un tanto kafkiano. Las normas de la Organización Mundial del Comercio hace años que cada uno se las salta a su manera salvo Europa, el continente ingenuo, del que todos deben estar partiéndose de risa, incluidos sus funcionarios que no solo no nos defienden, sino que no pagan impuestos como todos los demás compañeros de los países miembros.

Vender tecnología en Japón es poco menos que imposible. Si hay un japonés que puede hacerlo, tú no entras, aunque tenga que perder la camisa. Además, no te mueves allí sin que una “trading company” te haga pagar un peaje, en forma de comisión para vender a sus grandes campeones. Yo prefiero un arancel a un bloqueo de nacionalismo económico y un sistema parasitario de comisionistas que impiden el libre acceso al libre mercado. El acuerdo de libre comercio con Japón de 2019 era favorable a la EU, pero ellos nos vendían 35.700 millones en alta tecnología y productos de muy alto valor añadido.

La guerra en Ucrania favorece a EEUU por la divisa, las ventas de armas, las exportaciones de gas y sus mejores costes de energía que lo hacen mucho más competitivo.  La disputa entre Airbus y Boeing en la OMC ha durado más de 17 años y, primero Trump y luego Biden, sin ningún pudor, han bloqueado el mecanismo de resolución de conflictos y arbitrajes mediante la congelación de nombramientos de jueces. ¿Les suena?

La historia del comercio tras la revolución industrial se puede seguir con la producción de acero y su comercio mundial. En su libro La era de las turbulencias, Alan Greenspan explica cómo empezó a hacer predicciones económicas midiendo la demanda, la capacidad y las ventas del acero en EEUU. Durante todo el siglo XIX, por ejemplo, EEUU mantuvo aranceles de entre el 5 y el 20% a los aceros extranjeros penalizando mucho más a los europeos que a los chinos con un arancel medio del 10%. Cuando China entra en la OMC en 2001, el arancel era del 6,5%, en 2013 se bajó al 3,9% y aún sigue así. La UE lo tenía en el 9,7% y lo bajó al 4,7% en 2013. Los EEUU compraron en 2021 2,9 millones de toneladas a China por 1,1 billones de dólares, un descenso importante respecto de los 3,2 millones de toneladas compradas en 2021 a un arancel del 4,2%. Bajó el arancel y bajó la demanda. Si lo llego a poner en el examen de 1998 suspendo.

En mi libro de Sociedad de Santillana de 7º de EGB, estudiábamos que en la historia económica se sucedían ciclos de librecambismo con ciclos de proteccionismo. Había una imagen de Jean-Baptiste Colbert, con su peluca blanca, uno de los principales defensores del librecambismo durante el siglo XVII. Fue nombrado ministro de Hacienda por Luis XIV en 1661, y desde entonces, comenzó a implementar políticas pro-librecambistas en Francia que incluyeron la reducción de los aranceles, la eliminación de los monopolios estatales y la desregulación del comercio. Además, también desarrolló un sistema de subvenciones para apoyar a los productores franceses. Parece que la cosa sigue igual. Subvenciones y librecambismo con la boca pequeña, pero si la cosa se tuerce, ni aliados ni nada, cada uno mima a sus campeones, unos a Boeing otros a Airbus, unos a Stellantis y VW, otros a los suyos.

El famoso motín del Té en las colonias inglesas de América se debía a los aranceles y restricciones comerciales que se les imponían a los colonos desde la metrópolis. La política proteccionista de Inglaterra durante este periodo estuvo dirigida a favorecer a sus industrias, por lo que el comercio internacional se vio seriamente limitado. Esto significaba que los productos extranjeros tenían que pagar aranceles para ingresar al mercado británico, lo que los hacía mucho más caros. Además, el gobierno también impuso aranceles a los productos manufacturados, lo que hizo que los británicos fueran más baratos. Esta política ayudó a los productores británicos a mantener sus precios bajos, pero limitó el comercio internacional. En respuesta a la política proteccionista de Inglaterra, el movimiento librecambista se hizo cada vez más popular durante el siglo XVIII. Los partidarios del librecambismo argumentaron que los aranceles y los monopolios limitaban el comercio internacional y perjudicaban la economía británica. El movimiento tuvo éxito y, finalmente, el gobierno británico derogó gran parte de sus políticas proteccionistas.

Sin embargo, los librecambistas que consiguieron la independencia de las Trece Colonias no tardaron en renegar de su credo y, hasta que su industria no fue competitiva con la de la ex metrópoli, impusieron aranceles a las importaciones. Los Estados Unidos aplicaron aranceles a la importación de algodón y textiles hasta 1820, en un esfuerzo por proteger a los fabricantes norteamericanos. Esto afectó a los agricultores sureños, quienes dependían del comercio internacional para vender sus productos. El librecambismo en los EEUU fue liderado por el expresidente Thomas Jefferson, que fue un firme partidario de la libertad comercial. Finalmente, el Congreso de los Estados Unidos derogó los aranceles en 1820, y el comercio internacional se desarrolló de forma más significativa. Esto fue particularmente negativo para el Sur, donde la economía se basaba en la agricultura. La derogación de los aranceles significó que los agricultores sureños tenían que competir con los productos extranjeros a precios más bajos, lo que afectó el crecimiento económico de la región y contribuyó a la confrontación con el Norte. Las dos grandes guerras de Norteamérica, la que empieza en el Motín del Té, el 16 de diciembre de 1773 en Boston y la Guerra Civil de Federados contra Confederados se detonan por motivos económicos relacionados con el comercio internacional. ¿Qué raro no?

No crean toda la mercancía averiada sobre el libre comercio que nos venden por ahí. Desde 1930 y hasta 1934 la importación de vehículos en los EEUU estaba grabada con un 30%, en 1934 se subió al 35% y en 1950 al 50%. Para vender en América Volkswagen tuvo que abrir una planta en 1978 en Pennsylvania, le seguirían BMW y Toyota, tras poner en marcha verdaderas fábricas flotantes antes.

Nadie defiende el libre comercio y la abolición de aranceles sin estar seguro de que puede competir (salvo los españoles a los que nos han dado la papilla en todos los libros de que los aranceles son malos. - “A ver españolito, repite conmigo, arancel caca”).

Durante el periodo Meiji (1868-1912), el gobierno japonés implementó una política proteccionista para promover el desarrollo de la industria nacional. Esta política incluía la imposición de aranceles a las importaciones de acero para proteger a los productores nacionales de la competencia extranjera. Los ayudaron a aumentar la producción nacional de acero, lo que contribuyó al crecimiento económico de Japón durante el periodo Meiji. La industria siderúrgica fue una de las principales industrias de Japón durante este periodo, y la producción se multiplicó por diez entre 1872 y 1887.

El acero japonés sigue siendo uno de los mejores del mundo, la tecnología de compañías como Nippon Steel no ha sido superada y el desarrollo de su industria automovilística hubiera sido imposible sin ella. Estos aranceles han sido gradualmente reducidos durante los últimos años, pero todavía hay algunos en vigor sobre placas de acero, láminas de acero, tuberías de acero, acero prensado y otros productos de acero. Estos aranceles se aplican a los productos importados de la mayoría de los países, pero hay algunas excepciones para los países con los que Japón tiene acuerdos comerciales.

En Europa central, el primer canciller alemán, Otto von Bismarck, implementó una política de proteccionismo. Esta política incluía la imposición de aranceles a las importaciones para proteger a los fabricantes alemanes de la competencia extranjera y promover el desarrollo de la naciente industria alemana. Además, la política también estableció una unión aduanera para facilitar el comercio entre los estados alemanes. Esta política proteccionista tuvo tal impacto en la economía alemana que impulsó la consolidación fiscal y un gran refuerzo de la educación y la ciencia en todos los niveles llevando a los alemanes, tras 4 siglos de guerras, a unirse en un solo país hasta el fin de la Primera Guerra Mundial.

La población de la UE-27 es de aproximadamente 500 millones de personas, esta cifra incluye a los ciudadanos de los cuatro países asociados del Espacio Económico Europeo (Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza), con un PIB combinado de aproximadamente 18,6 trillones americanos de dólares en 2020. La UE también es el principal exportador de bienes y servicios en el mundo, con una cuota de exportación de casi el 20 por ciento, unos 2,21 trillones americanos de dólares. Si la energía y las materias primas hacen que el saldo exportador de la UE se invierta, y todo apunta que los costes de los insumos suban en Italia un 40%, en Alemania un 50% y en Reino Unido un 60% respecto de 2021 según The Economist Inteligence Unit (EIU), tendremos que ir pensando en aranceles o en cerrar, aún más, plantas industriales y destruir más empleo.

Para muestra un botón, Arcelor Mittal en Sestao y en Asturias paró en septiembre, en Dunkerke tiene dos de tres hornos parados, en Bremen uno de dos, en Hamburgo ha cerrado todo el cuarto trimestre la planta de DRI, en Varsovia están parados completamente. En la industria química el panorama es aún más desolador ya que, después del acero y metales, es la segunda más intensiva en energía del mundo. Sólo la alemana BASF consume la misma energía que toda Dinamarca.

La agricultura depende de los fertilizantes y los nitratos se obtienen del amoniaco del que se ha parado el 70% de la producción europea por los costes energéticos que se van a mantener particularmente altos entre 2023 y 2027 según EIU.

Energía carísima, metales prohibitivos, problemas con los semiconductores, cableado de Ucrania y partes del Este, materiales especiales de Rusia, y una enorme sobrecapacidad en vehículos convencionales, frente a una falta de capacidad de vehículos electrificados, ponen al sector del automóvil, un día la niña bonita de Europa con el 7% del PIB, en un quebradero de cabeza. Si los fabricantes, para colmo, se instalan en EEUU o México para ser elegibles para las ayudas del IRA de Biden, la previsión es que la balanza comercial europea pase de casi el 25% en 2018 al 3% en 2025. Caemos en picado.

Los aranceles, ese anatema que permitió la unificación de Alemania en el XIX, la trasformación, de una economía feudal en Japón a una potencia industrial con la revolución Meiji, la creación de la mayor industria del mundo en EEUU, pueden estar llamando a la puerta. Si hay que hacerlo, mejor pronto que tarde. El que quiera vender a 500 millones de personas que vaya pensando en fabricar aquí. ¡Anatema!