En España, la edad media a la que los niños piden su primer teléfono móvil son los 9 años. Muchos lo consiguen. Pero la edad media a la que se les permite tener acceso a internet y redes sociales es 12,4 años. Hasta entonces es muy probable que muchos de ellos hayan disfrutado de móvil o tablet “prestado” a través de sus padres. Para cuando saborean la posibilidad de disponer de un dispositivo en propiedad, conectado a sus amigos y sin supervisión, lo aprovechan con ganas. Todo en el dispositivo les es familiar, pero no están familiarizados con ningún aspecto de la responsabilidad (y seguridad) que conlleva. A veces incluso antes del móvil y redes, los niños han usado el ordenador como plataforma para recibir clases y hacer deberes, o han necesitado USBs con archivos que llevan o traen de casa a las aulas.

Cuando llega el momento, ese privilegio de la conectividad en un entorno hostil se suele otorgar sin red. En el mejor de los casos cuentan con algún consejo vago y genérico (ten cuidado con quién hablas, no envíes datos privados…), pero poco asociado a técnicas concretas, explicación de la tecnología o a una formación mínima. La pregunta no es solo cómo sino quién debería hacerlo y en qué medida: ¿Los padres o el profesorado?

Cuando internet surgió solo estaba disponible para algunos privilegiados. La cautela ante lo desconocido era el fundamento de todo el que se acercaba a esas webs primitivas. Estaba mal visto desvelar tu identidad en la red y a nadie se le ocurría subir fotografías personales. Si nos remontamos a los primeros vídeos de un famoso youtuber con millones de visitas, allá por 2004 se grababa con máscara. Lógicamente no tiene sentido mantener esos recelos hoy, no hablo de nostalgia. Pero sí es interesante entender que todos comprendimos que internet era un sitio interesante, pero al que había que respetar. Hoy es un lugar todavía más interesante, con llegada a un porcentaje mucho mayor de la población, pero no por ello hay que perderle el respeto (el respeto no implica miedo, sino cautela). Este aspecto se nos debe inculcar tanto desde la familia como desde las aulas. No se trata de un temario ni requiere conocimientos previos, sino una actitud que se puede transmitir desde entornos que el niño percibe como influyentes. Ambos deben al menos lanzar un mensaje: respeta la tecnología y las redes porque son sitios estupendos para socializar y todo tipo de actividades, pero es necesario entender sus riesgos. Mantener un sano recelo, una prudente desconfianza.

Con el respeto como premisa, es el momento de enseñar algunas técnicas concretas que permita usar con seguridad los dispositivos. Y aquí es donde quizás las aulas tengan algo más que decir. Hace algunos años, mi hijo (por entonces tenía 10) llegó a casa con una memoria USB. Traía algunos documentos de trabajo y presentaciones que debía terminar en el ordenador de casa. Antes de introducir la memoria en la ranura, le advertí de que debíamos comprobar si se había transmitido algún archivo ejecutable en él, examinando la unidad y pasándole un antivirus. Se molestó porque tenía prisa. No va a pasar nada papá, es el USB del colegio, me dijo. Ya, pero aun así podría tener malware, contesté mientras me sentaba delante de mi portátil para analizar la memoria. Frustrado, me recriminó: “A ver papá, ¿quién va a saber más de esto, el profe o tú?”. Luego nos reímos.

Esta pequeña anécdota me hizo ver que el sesgo de autoridad nos apunta a la figura de los profesores como referentes, también en la actitud hacia la tecnología. Trabajar con archivos, dispositivos USB, plataformas o el móvil desde el colegio… predispone a transmitir de forma natural alguna técnica higiénica que compartir a los alumnos en edades tempranas. Y para ello, a su vez, los profesores deben disponer de conocimientos concretos, no solo consejos. Y esto no es sencillo, pero afortunadamente vamos por el buen camino.

Por ejemplo, la recién estrenada estrategia de ciberseguridad andaluza indica en su punto 7.7 que va a “promover la educación en ciberseguridad desde edades tempranas en los centros de enseñanza (Educación Primaria, Secundaria y Bachillerato), adaptándola e integrándola dentro del currículum educativo a todos los niveles formativos y especialidades. Y no solo eso, también pretende “impulsar el desarrollo de planes formativos que permitan contar con una oferta especializada en ciberseguridad en estudios universitarios y de formación profesional, de modo que sea posible cubrir las necesidades del mercado”. Es decir, cubrirá buena parte del ciclo educativo de las nuevas generaciones andaluzas.

Y esto supone excelentes noticias. La digitalización afecta a todo y a todos, no podemos dejar atrás la formación en ciberseguridad, básica y transversal. La educación comienza en casa pero se complementa en las aulas, y la estrategia sienta las bases para cubrir ambos frentes.