Una imagen de Antonio.
Manolo, el camarero más veterano de la Antigua Casa de Guardia: "Llegué sin conocer el pajarete y aquí sigo tras 41 años"
Lleva desde 1984 sirviendo tras la inmensa barra de este icónico local, que lleva abierto desde 1840. Llegó sin experiencia y con 20 años y hoy es parte viva de la historia de la taberna que mantiene más identidad en el Centro de Málaga.
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En su primer día de trabajo en la Antigua Casa de Guardia, Manolo Romero no sabía "donde tenía la cara". Era julio de 1984 y él, "un chavalillo". Recuerda aquello con una media sonrisa, consciente de que lleva más de la mitad de su vida detrás de la barra del bar más antiguo de Málaga. Ahora tiene 62 años, pero en aquel entonces tenía apenas veinte recién cumplidos, acababa de salir de la mili y su experiencia en hostelería era nula.
Venía de la construcción ya que su padre era empresario, "pero de los malillos"; y un tío suyo, primo del padre del entonces dueño, le consiguió el puesto. "Me preguntó: ‘¿tú quieres trabajar?’ Y yo le dije: bueno, vamos a probar. Y probando y probando... aquí sigo. Cuarenta y un años llevo ya, como si nada", dice con orgullo.
Aquel chaval nunca había entrado antes de aquel verano en la Casa del Guardia. Ni siquiera sabía qué era. No imaginaría que iba a pasar al menos sus siguientes cuarenta y ún años de vida sirviendo pajaretes y apuntando cuentas en una barra con una tiza como bolígrafo. "Mi padre hablaba con mi madre y decía: ‘voy al Guardia’. Y yo pensaba que era ir a una comisaría, en serio", cuenta riendo. "No tenía ni idea de lo que era esto. Ni bebía alcohol ni sabía lo que era un pajarete", confiesa.
Aunque no tuviera ni idea de qué era un pajarete, ahora sabe explicarlo a la perfección, ya que se ha convertido en el trabajador más veterano de la actual Antigua Casa de Guardia.
El pajarete es un vino de licor, fortificado con alcohol para alcanzar los 15 grados, elaborado con una uva como la de Pedro Ximénez o la Moscatel y envejecido durante un mínimo de dos años que, sin duda, ha sido el éxito desde sus inicios en la Antigua Casa de Guardia.
"Me enseñaron todo mis compañeros y Don José, el abuelo de Alejandro Garijo, el actual gerente. A la semana, el jefe preguntó cómo iba el nuevo. Y dijeron: ‘Muy bien, lo hacemos fijo’. En aquella época te hacían fijo a la semana", dice con un brillo de nostalgia, consciente de lo mucho que han cambiado los tiempos. "Ahora ya nada tiene que ver con aquello. Trabajamos más que antes. Ahora con el turismo estoy reventado, no voy a engañar a nadie. Hay días que me tiro todas mis horas sin parar", sostiene.
Manolo ha visto transformarse la clientela tanto como la ciudad. "Antes venía gente malagueña, los que se habían movido toda la vida por el centro. Ahora, con el metro, con los barcos, con los turistas, esto es un no parar. Siguen viniendo los de aquí, pero también los de allí. Hay lunes que parecen sábados", dice. En esos días fuertes, calcula que puede hacer ocho o nueve kilómetros solo yendo de un extremo a otro de la impresionante barra de más de veinte metros con la que cuentan, "medidos con un reloj".
"Yo siempre digo que estoy preparado para una maratón; y ahora con los datáfonos, más todavía. Antes te pagaban con billetes o monedas y listo. Ahora vuelta para arriba, vuelta para abajo, que si no hay batería, que si no funciona... Parece que estamos jugando al pilla-pilla", dice entre risas, demostrando un gran sentido del humor.
Antonio hace una cuenta.
Pero como malagueño nacido en Lagunillas, agradece ver cómo poniendo un pie en la Casa de Guardia uno se retrotrae al pasado, a una Málaga que fue. La madera desgastada de su barra, la historia que cuentan sus paredes, el olor a vino y la tiza como firma. "Eso no se pierde", dice con una sonrisa.
"Viene gente de todas partes y nos piden que les apuntemos la cuenta solo para hacerle una foto. Es nuestra tradición. Es lo que nos diferencia; me vienen turistas que me enseñan fotos que me sacaron hace años y todo sigue igual, hasta yo, es algo muy bonito", asevera.
Para Manolo, Málaga ha avanzado mucho. Para él, en el pasado todo era "más bonito", aunque quizá "menos práctico". "Yo recuerdo los barracones, la gente bajando al lavadero. Los suelos de chinitos. La ciudad era mucho más única. Ahora nos hemos dado mucho al turismo, que comemos de ello y que no nos falte, pero que no se olviden de nosotros, los de toda la vida", dice.
Taberna Antigua Casa de Guardia.
Si algo ha cambiado en cuatro décadas es también el gusto de los clientes, según este icónico camarero. "Antes lo que más se vendía era el pajarete. Ahora, el vermut. Está de moda. La otra semana se vendieron siete arrobas en un día y medio. Tuvimos que sacar el barril de reserva. Una barbaridad", añade. Por no hablar, dice, de la cantidad de refrescos que han inventado últimamente. "Antes teníamos la Coca-Cola y la Fanta, si acaso; ahora que si el Nestea, el Nestea maracuyá... ¡Te quieres ir!", añade riendo.
Da la sensación de que Manolo no ha perdido ni una vez la sonrisa desde que entró a trabajar aquel verano del 84. Es un derroche de energía, un pequeño torbellino de alegría. No para de saludar a clientes que se pasan por el bar y cada dos frases les cuenta alguna broma o chiste. "Mi compañero Curro, el segundo más veterano, es mejor que yo. Yo le digo chistólogo, está todo el día inventando chistes", declara.
Pero se pone serio cuando habla de los episodios de ansiedad y depresión que ha pasado. Dice que su trabajo, con tanto cansancio y carrera, es a veces muy triste y sacrificado. "No he ido al psicólogo, pero me ayudó un libro de Marian Rojas Estapé. Lo leí entero y me sirvió mucho. Le estoy muy agradecido, me ayudó a tomarme la vida de otra manera", sostiene.
Le apena mucho ver cómo se ha perdido el buen trato hacia el resto de personas en la sociedad actual, cada vez más individualizada. Dice que es camarero, pero por ello también persona y trabajador, "no el sirviente ni esclavo de nadie". "Antes había más respeto, decían 'por favor' y 'buenas tardes'. Ahora hay quien llega y te grita lo que quiere, casi sin saludar. Hay de todo, pero hay incluso quien se va sin pagar; gente mayor y bien vestida, eh. Pero bueno, nos lo tomamos con humor; yo me quedo con la buena gente, que es mucha", dice, mientras abraza a un cliente que para él "es parte de la historia de la Casa de Guardia".
Antonio sirviendo unos vinos.
El humor ha sido sin duda su salvavidas estos años. Siempre que puede hace alguna broma a sus compañeros para dinamizar el ambiente de trabajo. Junto a este cliente, el camarero recuerda que hubo un tiempo en el que le dio por colocarle una pinza detrás del uniforme a sus compañeros más despistados, que no se daban cuenta hasta que alguien se lo decía. "Me he reído mucho", reconoce.
Después de cuarenta años, Manolo habla de los clientes como si muchos de ellos fueran parientes que comparten con él mesa cada Navidad. "Hay algunos que ya no vienen, que han muerto, y se echan de menos. Esto es como una familia. Si no te ven, se preocupan por ti; aquí he hecho grandes amigos, de verdad".
También ha pasado por allí mucha celebridad malagueña, como Salva Reina, Fran Perea o Manolo de la Torre, pero también figuras como Ricardo Darín. "Y políticos, claro, pero de eso no quiero hablar. Prefiero dejarlos fuera", dice con una carcajada, consciente de que los mejores acuerdos se consiguen en los bares.
"Han sido tantas las anécdotas que hemos vivido", reflexiona al aire. Algún día escribirá un libro recogiéndolas todas. "¿Ves ese cuadro de pintura como naíf? Lo hizo un asesino", expresa, muy serio, señalando un cuadro que hay sobre la barra. Sus compañeros y él se lo compraron a un hombre toxicómano que iba vagando por la calle vendiendo algunas de sus obras y poco tiempo después descubrieron que estaba en prisión por matar a su padre de un martillazo. "De aquello hace 20 años y creo que ya está en la calle. Pues así, miles de anécdotas, aunque afortunadamente no todas con asesinos de por medio", confiesa riendo.
Planea jubilarse a los 64 ó 65 años. "Si me voy antes, me quitan dinero. Aquí no ganamos como ministros", bromea. Sus dos hijos ya están criados: uno es informático y el otro logopeda. "El logopeda gana una tercera parte que el otro. Es una vergüenza. Hay mucha gente pasándolo mal en España. Yo soy un currante más de la hostelería, pero ellos han estudiado y siento que nunca se les va a dar lo que merecen, como a tantas criaturas", sostiene.
¿Y le dará pena jubilarse? La respuesta es que sí. "Son muchos años y he pasado aquí muchísimas horas de mis días; recuerdo con cariño cómo mis compañeros han ido muriendo, solo queda uno, Curro. Venían a vernos cuando se iban del bar y les poníamos una copilla como quien no quiere la cosa, nos saludaban... Yo creo que seré igual", zanja.
La Antigua Casa de Guardia
A lo largo de sus casi dos siglos de historia, la Antigua Casa de Guardia ha pasado por diferentes manos, manteniendo siempre su esencia y tradición. Tras el fallecimiento de José de Guardia, fundador del negocio, fue heredado por Enrique Navarro, quien, en 1895, lo legó a José Ruiz Luque, que dedicó toda su vida al frente del establecimiento. Sin descendencia, al fallecer en 1932, el negocio pasó a su sobrino, José Garijo, quien durante el siglo pasado se dedicó en cuerpo y alma a mantener la solera del lugar.
Tras atravesar distintas etapas, incluida una guerra civil que obligó a cerrar sus puertas durante un tiempo, La Antigua Casa de Guardia terminó finalmente en manos de Antonio Garijo Alba, padre de Alejandro, el actual gerente. Él, junto a su familia, mantuvo viva la tradición hasta que hace algo más de una década llegó el momento del relevo generacional, dando paso a la cuarta generación al frente de este histórico establecimiento.
Alejandro, con su padre y su abuelo.
Hoy, La Casa del Guardia sigue siendo un punto de encuentro para los amantes del vino y la tradición malagueña. En sus barriles se guardan los clásicos de bodega propia, amparados por la Denominación de Origen Málaga, además del vermut que se ha convertido en imprescindible del aperitivo. A ello se suma una cuidada selección de conservas y mariscos, perfectos para acompañar cada sorbo.
Por su parte, Garijo apunta que lo que más les enorgullece es que la Antigua Casa de Guardia se mantiene como un "lugar seguro" para el malagueño, que la encontrará como siempre, como una casa a la que siempre volver, más allá de lo que ocurra fuera.
Cada año se sirven alrededor de 50.000 litros de vino, además de una importante cantidad embotellada. Muchos malagueños y turistas eligen llevarse a casa una botella del Pajarete 1908, el vino más demandado y emblemático de esta casa con más de siglo y medio de historia.