Oca, el bar de Málaga donde los clientes han recogido firmas para que no cierre por vacaciones: "Somos una familia"
Un grupo de registradores de la propiedad ha tenido esta idea porque echarán mucho de menos sus bocadillos y cafés en sus jornadas de trabajo.
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En la calle Montes de Oca, a una muy corta distancia del Centro de Málaga, un pequeño bar de apenas 20 metros cuadrados es cada mañana un hervidero de gente. Se llama Oca, pero entre sus clientes habituales —especialmente los registradores de la propiedad, que tienen su oficina muy cerca de este— es conocido como “El Rodri”. Allí, desde hace 15 años, Rodrigo Espinosa sirve cafés y los bocadillos de su compañera Jaqueline, desde hace una década, han conquistado a todo un barrio. Tal es el nivel, que este agosto algunos de sus clientes se han movilizado… para que no se vaya de vacaciones.
“Yo puse en la puerta que cerraba del 15 al 31 de agosto, y todos se quedaron indignados. Hace muchos años que no cierro más de una semana, pero este año necesitamos descansar, el verano es duro y tenemos mucho trabajo, estamos muy cansados y nuestras jornadas muy largas”, cuenta Rodrigo, en conversación con EL ESPAÑOL de Málaga.
Lo que no imaginaba era que varios clientes, todos ellos trabajadores del Registro de la Propiedad, aparecerían al día siguiente de conocer la fecha elegida para sus vacaciones, con papel, celo y bolígrafo para recoger firmas. “En el papel, que pienso guardar de recuerdo, pone 'Firmas para que 'El Rodri' no se vaya tantos días de vacaciones'. Se han quedado sin hueco y ya hasta me han firmado el cartel de las vacaciones. No solo ellos, un montón de clientes”, relata entre risas.
Una cafetería de barrio… y de familia
Rodri llegó a regentar el Oca tras pasar un tiempo trabajando en otra cafetería cercana, ubicada en el centro comercial Málaga Plaza, a la espalda de El Corte Inglés. Los anteriores dueños del Oca se jubilaban tras tres décadas al frente del local y no dudó en coger el relevo. “Fue un reto que salió bien. Tengo una clientela fija desde hace muchos años y aquí seguimos", dice orgulloso.
La barra del Oca funciona como un espejo. Si siempre hay dos sonrisas de oreja a oreja tras la barra, estas se reflejan entre los que llenan su pequeña barra. El ambiente que se vive allí cada día es indescriptible. El día que el periódico visita el local, uno de los clientes incluso lee el horóscopo a todos los presentes, que dan consejos sobre lo que tienen que hacer para mejorar su semana a cada uno en su turno.
En días especiales, como la previa de los Reyes Magos o San Valentín, Rodri y Jacky, así los llaman todos, preparan pequeños regalos para sus clientes, como un trocito de roscón con el desayuno o gominolas en forma de corazón con el café. "Nos cuidan como si fuéramos de su familia", dice una clienta con una sonrisa.
El bar Oca.
Es poco habitual ver a tantas mujeres sentadas en una barra como en el bar de Rodri. Las hay más jóvenes, pero hay otras que pasan los 80 años. Y ahí que persisten en su taburete alto como una jovenzuela más. "Se ponen a hablar entre ellas y yo acabo muerto de risa con los temas que nos sacan", dice el hostelero con una sonrisa.
Jaqueline y Rodri forman una dupla trabajando impresionante. Solo hay que ver lo coordinados que están. Y eso que no son compañeros desde que él arrancó en el Oca. Antes tuvo a otra empleada que por circunstancias de la vida tuvo que volver a su país.
Ambos son brasileños, aunque Rodri lleva más de veinte años en España. Su padre era español y emigró a Brasil, pero él decidió hacer el camino inverso “para formar una familia y buscar un futuro” en Málaga. Llegó dispuesto a trabajar y no ha parado desde entonces: primero en Puerto Marina, luego en el centro de la ciudad y, finalmente, en este pequeño local cerca de Armengual de la Mota. “No sé lo que es cobrar el desempleo”, afirma con orgullo.
El bar es tan familiar que funciona como el salón de cualquier hogar. Cuando llegan ciertos clientes, Rodri sabe qué servirles sin que tengan que decirlo y mientras prepara el desayuno, si el cliente anterior ha dejado su vaso y plato sobre la mesa, los propios clientes los recogen y se los lleva hasta la barra. "Hay muy buen rollo, pocos bares como el mío hay en el mundo", asevera.
Jacky, con una gran sonrisa.
Ese ambiente, asegura, es su mayor tesoro. “No solo tengo gente del Registro, también de la academia Musiluz, la escuela Chamán... Y aunque Málaga ha cambiado y ahora hay más turistas, mi base sigue siendo el cliente local. Sí que es verdad que los fines de semana empiezo a tener turistas por aquí". Turistas que acaban llevándose, por cierto, una buena dosis de cachondeo de su clientela fija.
La fidelidad
La fidelidad es mutua entre él y su clientela. Ellos les han apoyado incluso en sus peores momentos, como ocurrió durante la pandemia, cuando les llenaban el bar, teniendo en cuenta siempre las duras medidas que se impusieron a la hostelería. "Yo veía otros sitios pasarlo mal, pero los míos venían todos los días. Eso te da fuerzas para seguir trabajando tantas horas”, dice.
Pero Rodrigo es también muy benévolo con sus clientes, manteniendo precios que ya poco se ven en el Centro y alrededores de Málaga. En el Oca, el café pequeño sigue costando un euro —“con leche fresca, no de botella”— y los bocadillos más elaborados rondan los tres. “Mantengo precios de hace 15 años porque ellos me ayudan y yo les ayudo”, insiste Rodri. Entre los más vendidos, el de pollo a la soja o el “brasileño”, como lo han apodado sus clientes; una especie de bocata mixto con tomate y orégano que en su país es conocido como baurú.
Rodri y Jacky, en la barra.
"Tratamos de darles siempre un producto de calidad y original. Aunque tenemos los bocadillos típicos, trato de traer nuevas opciones. Aquí el que quiera aguacate y pavo lo va a tener, al igual que el queso fresco. Pero el que quiera innovar también tiene su espacio, o incluso el que es fiel a la tortilla y al tomate con aceite", relata.
Pese al reducísimo espacio con el que cuentan, las mañanas son un continuo ir y venir en el Oca. “El bar es chiquitillo, pero a la gente le gusta el achucheo, yo siempre digo que esto es como un hormiguero”, bromea. Comienzan la jornada a las seis de la mañana y, según la época del año, cierran entre la una —en julio y agosto— y las cinco de la tarde, ya que en invierno también ponen almuerzos. “Son muchas horas, por eso en verano hay que descansar. Pero algunos clientes me dicen que si cierro, la calle se queda vacía... Pero yo hago como que no les escucho, paso", confiesa riendo.
Aunque Rodrigo no va a cambiar sus planes de descanso, asegura que guardará la hoja de firmas de los registradores comoun bonito recuerdo. “Es la primera vez que me lo hacen, y lo guardaré con cariño. Es una anécdota preciosa que demuestra que nos quieren mucho… aunque también sea una coña para que no me vaya”.
A partir del 1 de septiembre, “El Rodri” volverá a abrir sus puertas. Y allí estarán los registradores, las abuelitas del barrio y toda esa clientela que, entre café y pitufo, ha hecho del Oca mucho más que una cafetería: un punto de encuentro donde la cercanía y el buen rollo son el mejor desayuno.