Algunos me acusarán de ser sensacionalista y de que esto es solo un titular grandilocuente; otros pensarán, sin embargo, que es una posibilidad real. Sea cual sea el desenlace final, lo que no queda duda es que ya nada será igual para la industria europea del motor, la más importante del mundo, innovadora, tecnológica y, hasta ahora, la mejor valorada.

Para llegar a esta afirmación solo hay que hacer un recorrido por los antecedentes, que se remontan a finales del siglo XIX, cuando los primeros coches con motor de combustión empezaron a recorrer pequeñas distancias por caminos de tierra, compartiendo espacio con los coches de caballo, hasta ese momento la forma de transporte más común. Europa era en ese momento, con diferencia, la zona geográfica más próspera del mundo, mucho antes de que la comunidad europea fuese constituida a mediados del siglo XX.

Todo el progreso de la sociedad europea de las últimas décadas se ha basado en grandes avances sociales, igualdad de oportunidades para todos sus habitantes y protección para los más necesitados. En lo industrial, hemos sido los más innovadores, con unos procesos tecnológicos más que fiables por la experiencia como motor industrial del mundo durante varios siglos, sobre todo desde la aplicación en la industria de la máquina de vapor hace trescientos años.

Este alto progreso en todos los sectores nos ha hecho autocomplacientes, pensando que lo tenemos todo conseguido y obviando que a nuestro alrededor hay sociedades mucho menos avanzadas que quieren aprovecharse de todo lo conseguido en Europa durante siglos de avance social e industrial donde, además, la clase política, la del parlamento europeo principalmente, no ve más allá de sus ojos, con ese buenrollismo del que se presume cuando alrededor hay muchos buitres que quieren, literalmente, comerse a la permisiva Europa.

Lo que está claro es que nuestra sociedad de progreso y confort ha obrado cambios negativos en el clima, que nos afectan de manera directa en forma de ausencia de lluvias, de calentamiento global y de nuevas enfermedades asociadas a la emisión de gases contaminantes. Y hemos sido los primeros en poner límite a esas emisiones, lo cual nos honra, a pesar de que en general, fuera del continente europeo, la preocupación por este tema no es objetivo ni siquiera a medio plazo.

Así las cosas, desde la Comunidad Europea se legisla desde hace años en pro del cese de emisiones nocivas, con unos tiempos que marcan 2035 como el año en el que los vehículos solo podrán venderse si son de cero emisiones, pero para que esto ocurra las marcas que venden en Europa están gastando cantidades ingentes de dinero para encontrar la forma de cumplir las severas limitaciones que les impone una normativa que está a la vuelta de la esquina.

Además, la nueva norma anticontaminación Euro 7, que en principio debería estar vigente a partir de 2025, es una piedra más en el camino de los fabricantes, que deben dejar sus objetivos y sus inversiones en la tecnología eléctrica para centrarse en pasar las severísimas limitaciones de emisiones de estos motores, para que solo 10 años después, 2035, no se puedan ya vender, lo cual no dejará tiempo para amortizar la inversión.

De hecho, algunos de ellos se plantean no fabricar motores pequeños, porque son los que menos beneficios dejan. Si ya son caros los coches ahora (han subido un 30% de media desde el principio de la pandemia) espérense a 2025 para ver incrementos medios de otro 15% para pagar todos los dispositivos nuevos que contengan las emisiones de los nuevos motores con Euro 7. Como resultado, cada vez menos particulares podrán acceder a un vehículo y, además, con un parque automovilístico cada vez más envejecido, y no solo en España. Y si ese es el objetivo que hay detrás de todo esto, que cada vez haya menos coches en las carreteras, realmente lo están consiguiendo.

El mundo no tiene puertas estancas que separe los países o continentes; de nada sirve ser un continente cero emisiones si tienes al lado otro que no se preocupa por ellas. Y eso está ocurriendo actualmente, por lo que jugamos en clara desigualdad. A este ritmo seremos, sin duda, los más limpios del planeta medioambientalmente hablando, pero al mismo tiempo, los más pobres industrialmente. Y eso ya está ocurriendo, porque con el desembarco en España de las marcas chinas de automóviles en las últimas semanas se va a consumar un terremoto que casi nadie está teniendo en cuenta.

Los chinos, que hace solo 15 años presentaban productos que invitaban a la sonrisa por su escasa calidad y estética, han sido capaces de copiar, ahora con calidad, los productos europeos porque les hemos mostrado la forma de hacerlos gracias a todas las fábricas que casi todas las marcas europeas han construido en China, formando al personal del país y alimentando, de paso, al monstruo.

Pero es que, además, es imposible competir con ellos en costos porque su mano de obra es muchísimo más barata, menos especializada, tienen más recursos naturales y una capacidad económica mayor que la de muchas corporaciones europeas.

Resumiendo, las marcas chinas van a arrasar el mercado europeo de automóvil, el otrora tesoro de nuestra sociedad. Los únicos que lo han visto venir son los propios fabricantes europeos, que han concentrado la mayoría de las marcas en grandes grupos automovilísticos para hacerles frente, cosa de la que dudo sirva para mucho. Mientras tanto, los gobiernos y la propia Comunidad Europea no hacen nada para proteger un sector que da de comer a millones de personas directamente e indirectamente en Europa.

No creo que me equivoque: en cinco años las marcas chinas pueden quedarse con el 40% del mercado español de venta de vehículos y una cifra parecida en Europa, algo de ciencia ficción si nos lo dicen antes de la pandemia.

Para entonces, la crisis económica provocada por el sátrapa Putin con su infame guerra contra Ucrania nos parecerá una broma.