Un collage con imágenes de ambas mujeres rurales malagueñas.
El campo malagueño tiene nombre de mujer: Fina y Paqui, dos vidas de duro trabajo entre castaños y cabras
Este 15 de octubre se celebra el Día de la Mujer Rural. Conocemos las rutinas y pensamientos de dos malagueñas: una ganadera y otra empresaria que ha desarrollado un proyecto de turismo sostenible.
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Entre los castaños centenarios de Jubrique, en plena Serranía de Ronda, Fina Márquez (51) ha construido, junto a su pareja, un pequeño paraíso de madera: Cabañas entre Castaños.
La historia detrás de este proyecto de turismo rural combina el olor a tierra mojada, la herencia familiar y el recuerdo de la fonda de su abuela, un lugar donde los huéspedes compartían cocido y conversación. Aquella casa no era solo una posada: era un hogar.
Y eso mismo busca recrear ahora Fina, medio siglo después, en su finca. "He nacido entre huéspedes, entre castaños, en pleno campo, y ahora he mezclado todo en un proyecto propio, quiero que la gente se sienta como en casa", cuenta.
A más de cien kilómetros de allí, en Villanueva del Trabuco, Paqui Caro (42) empieza cada jornada antes de que amanezca. Es ganadera y se encarga ella sola de unas 250 cabras y medio centenar de ovejas.
"Soy de las pocas mujeres que trabaja sola, sin marido, sin hermano y sin nadie. Pero cuando estás acostumbrada, cada trabajo tiene sus ventajas y sus inconvenientes", explica, con una naturalidad que desarma.
No se conocen entre ellas, pero Fina y Paqui comparten el mismo título con orgullo: son mujeres rurales y este 15 de octubre celebran su día. Ser mujer rural no es igual en todas partes, pero hay rasgos comunes en todas ellas: intensas jornadas, burocracia infinita y un amor inmenso por la tierra.
A Fina le pesa el papeleo y la dificultad para gestionar las redes y promocionar su proyecto de emprendimiento; a Paqui, la cadena de precios y la falta de ayudas. Sin embargo, las dos se sienten sus "propias jefas", y eso, pese a todo, les parece un regalo.
"Yo saco pecho por lo que tengo y por lo que he conseguido; nadie daba un duro por mí, me decían que estaba loca", resume Fina. "Esto es lo mío, lo tengo clarísimo. No me concibo sin ser mujer rural", remata Paqui.
Un proyecto turístico
Fina nació "entre huéspedes y castaños". Su padre, comerciante de fruta cuando aún no existían las cooperativas, era el punto de acopio del pueblo: almendras, castañas, nueces, naranjas… "Todo pasaba por Antonio Márquez", recuerda.
Su abuela, María Fernández, regentaba una fonda que alimentó a generaciones con pucheros generosos: "Si quieres plato de sopa grande, vete a la fonda de María Fernández", se decía en Jubrique entonces.
Medio siglo después, Fina siente que la vida la ha llevado de nuevo a sus raíces. Tras años trabajando en el Ayuntamiento de Jubrique, ha levantado en la finca familiar un proyecto de turismo sostenible donde el buen gusto, la hospitalidad y la tradición se dan la mano.
"Quería que quien viniera pudiera sentir el campo sin renunciar a ningún lujo: estar bajo los árboles, en calma, pero a gusto, con una casa bien hecha, aislada para verano e invierno y que, además, fuera bonita", explica.
Yeray de Los Rebujitos fue uno de sus huéspedes el pasado mes de septiembre. El artista acudió a una de sus cabañas en busca de paz ante sus problemas de ansiedad y ataques de pánico.
El cantante ha asegurado en sus redes sociales que gracias a la hospitalidad de Fina y a la calma de las cabañas, volvió a encontrar su esencia, su ser y su mente dejó de resonar. "Mi cuerpo salió del estado de alerta", escribió en su Instagram.
Entre cabras y ovejas
En Villanueva del Trabuco, Paqui llegó a la ganadería por el atajo cruel de la vida. Trabajaba en hostelería cuando su padre, cabrero, enfermó de leucemia y acabó falleciendo. Por ello, Paqui tomó las riendas del negocio familiar y ya suma diez años sin pasar lista a nadie, salvo a sus cabras y ovejas y a un puñado de animales de compañía más que completan el bello paisaje de su pueblo, al que adora.
Su jornada no entiende de relojes ni festivos marcados en rojo en el calendario. "Lo más duro de todo esto es no tener días libres. Lo más bonito, que es mío y estar con los animales: a veces son más respetuosos que los humanos", dice entre risas.
Fina empezó a gestar su proyecto en 2019, pero no fue hasta finales de 2024 cuando logró abrir las puertas de sus cabañas. Junto a su pareja, pusieron toda la carne en el asador para levantar lo que hoy es una pequeña joya de la Serranía.
"La burocracia es larguísima. Y luego el día a día no tiene fin: los animales, los huéspedes, revisar la piscina, hacer mermeladas para no perder fruta… es un no parar", cuenta. Aun así, no duda: "No lo cambiaría por nada". Le hace especialmente feliz que su madre, de 89 años, vea que su proyecto funciona. "Sé que no me he equivocado", confiesa, emocionada.
Paqui, por su parte, pelea con una cadena de valor que siempre muerde por el mismo sitio. "Vendemos el kilo de chivo a siete euros y luego se vende a 25 o 30... hasta 35. Entre el ganadero y el consumidor hay demasiado intermediario. Sobrevivimos como podemos. Para invertir o crecer hace falta apoyo", lamenta.
Gracias a una ayuda pública pudo automatizar la comida en la zona de ordeño. "Pero necesitamos más ayuda para las inversiones. Te sientes desamparada si no llegan ayudas para seguir creciendo", reconoce.
En Jubrique, las dos cabañas de Fina están pensadas para vivir el campo desde sus entrañas, pero sin masificarlo. Durante su estancia, los huéspedes se integran en las campañas de temporada: ahora la de la castaña; en verano, la cereza; después vendrá la aceituna.
"Esta mañana, una pareja de Almería nos ha ayudado a recoger, estaban alucinados con no solo observar el paisaje, sino formar parte de él", cuenta con una sonrisa.
En sus cabañas se cuela también el eco de la fonda de su abuela: los extranjeros —muchos holandeses y suizos— le piden servicio de cena. Fina no ofrece restauración: prefiere derivar a los visitantes al pueblo, para que todos se beneficien. Pero si insisten, los sienta a su mesa.
"He acabado haciendo lo que hacían mi abuela y mi madre: cocinar para los huéspedes", admite entre risas. Septiembre ha sido, dice, "el mes de los guiris". Lo llamativo es la edad: parejas jóvenes, por debajo de los 40, amantes de la naturaleza y alejadas del tópico del turismo senior. "Me sorprende para bien. Todavía hay esperanza", celebra.
Paqui recuerda la pandemia de la COVID-19 como su mejor tiempo como ganadera: no había coches ni aviones, y el campo respiró. "Ahí es cuando yo disfruté de lo lindo con mis animales", dice. Le indigna ver que el oficio que tanto le llena está "desgraciadamente en extinción".
"Yo lo disfruto mucho, podría meter a alguien a trabajar para ir más liberada, ¿pero cuál es el plan de trabajo de la gente? Nulo. Buscan el contrato y en nada y menos piden la baja", critica.
El proyecto de Fina marcha bien, aunque un año después de abrir, nota que necesita aún más promoción. "Tengo reservas, pero a siete o quince días vista. Me faltan tres meses seguidos llenos para respirar tranquila. Me toca trabajarme la visibilidad, y eso lo llevo fatal", admite.
Lo dice sin victimismo, con la misma cabeza práctica de quien fue agente de desarrollo local en su ayuntamiento. "Allí siempre me trataron bien, estuve muy bien, pero ahora toca reinventarse y seguir aprendiendo", dice.
Fina trabaja en su finca.
En el sector rural, como recuerda Paqui, faltan manos y sobran prejuicios, cree que el suyo es un trabajo que podría hacer todo el mundo si le pone ganas, más allá del genero. "Mujeres hay en el sector, pero muchas figuran y luego ni ven las cabras. Otras, sin embargo, trabajan a destajo y son invisibles: solo se ve el nombre del padre o el marido, eso es una realidad. Hay de todo", sostiene.
Paqui no se imagina sin sus animales. "Yo creo que me jubilaré con mis cabras", asegura. Sabe que el cuerpo pedirá tregua y sueña con mecanizar lo que pueda para ahorrar esfuerzo cuando los años pesen más. No tiene relevo a la vista: no hay hijos, ni hermanos, ni sobrinos. "Es un oficio muy sacrificado y estoy sola. Cuando me jubile, no sé qué ocurrirá".
Fina mide su éxito por la cara con la que se van los visitantes. "Llega gente tocada, con alguna lesión o bajón anímico… y se van mejor. Eso es lo que me da pilas para seguir." "Si pudiera decirle algo a la Fina que empezó, sería: aguanta el chaparrón aunque no confíen en ti. Merecerá la pena", dice entre lágrimas.
Paqui, con sus animales.
Esas son las vidas de dos mujeres, dos oficios y una misma razón de ser: el campo como forma de vida y de resistencia. Fina convirtió una herencia en turismo sostenible; Paqui resiste en solitario con 300 animales a su cargo. Hoy, 15 de octubre, celebran su día, probablemente sin tiempo para leer tranquilas este reportaje. Mañana volverá a sonar el despertador. Y el campo malagueño, una vez más, seguirá en pie gracias a nombres como los suyos.