Imagen recurso de un educador social con adolescentes

Imagen recurso de un educador social con adolescentes E. E.

Educación

Daniel, profesor (26), sobre las relaciones en adolescentes: “Es triste ver a chavales de 15 años llorando porque su pareja no les contesta”

Los adolescentes viven el amor como si fuera una extensión de las redes sociales. Y, con ellas, llegan los celos digitalizados: dobles ticks, ubicaciones y contraseñas compartidas y hasta accesorios como símbolo de pertenencia.

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Las claves

Daniel, joven profesor de Málaga, alerta sobre la normalización de relaciones de control entre adolescentes, quienes muchas veces no identifican estas conductas como problemáticas.

El control en las parejas adolescentes se manifiesta a través de prácticas como compartir ubicaciones, revisar el móvil o exigir pruebas de lealtad, normalizadas bajo la apariencia de muestras de cariño.

Estudios revelan que el 10,1% de los adolescentes han sufrido conductas de control en sus relaciones, siendo más frecuente en chicas (13,3%) que en chicos (7,1%).

El entorno digital y la influencia de redes sociales refuerzan patrones de control y dependencia emocional, dificultando la identificación y prevención de la violencia en las relaciones juveniles.

Daniel tiene 26 años y apenas suma dos cursos como profesor de Física y Química en un instituto de Málaga. Aun así, en el centro han confiado plenamente en él: pese a su juventud, le han asignado la tutoría de cuarto de ESO. Lo que más le inquieta de su clase no aparece en los libros ni en los exámenes. “Cada día, unos 20 alumnos me cuentan las relaciones que tienen. Y muchas son relaciones de control absoluto. A veces ni siquiera saben que lo son”, admite con desánimo.

Sus estudiantes, de entre 14 y 16 años, viven el amor como una prolongación de las redes sociales. Y con ellas llegan los celos digitalizados: dobles ‘ticks’, ubicaciones compartidas, contraseñas reveladas y hasta objetos convertidos en símbolos de pertenencia. “Las niñas se enfadan si ellos no llevan su gomilla del pelo en la muñeca”, explica Daniel, que ha empezado a registrar los patrones que detecta. “Ellos se ponen la gomilla para mostrar que están ‘pillados’, y si un día no la llevan, surge la sospecha: ‘¿Dónde la has dejado? ¿Con quién estabas?’”, lamenta.

En las tutorías o entre clase y clase, los relatos se repiten como un eco. “Profe, mi novio me tiene la ubicación puesta y se enfada si la quito”. “Profe, si subo una historia y sale un chico, me hace borrar el vídeo”. “Profe, me revisa el móvil todos los días”…

Son frases que Daniel escucha con naturalidad en su aula y en el patio. “El control se ha normalizado como muestra de cariño. Lo que antes era un ‘te quiero’, ahora es un ‘compárteme tu ubicación’. Y eso es muy preocupante”, asevera.

Según cuenta, el problema no es solo la intensidad emocional de la adolescencia, sino el entorno digital que lo amplifica. “Ellos viven pegados al móvil y sienten que tienen derecho a saber qué hace el otro a todas horas. Si no contestan al momento, interpretan que algo pasa. Es una vigilancia constante, y además consentida”, explica.

El fenómeno tiene su raíz en el aprendizaje emocional que los jóvenes reciben desde la infancia. En muchos casos, la educación afectiva se reduce a lo que ven en TikTok o en las series. “Siguen modelos donde el amor se confunde con la posesión, con el drama, con los celos. Y eso se cuela en su manera de relacionarse”, señala Daniel.

Estos datos son francamente preocupantes, puesto que, según apuntaba Ruth Sarabia. delegada territorial de Inclusión Social, Juventud, Familias e Igualdad en Málaga el pasado año, en Andalucía, el 23% de los varones adolescentes negaba la violencia de género, pero es que en las chicas, el porcentaje se situaba en un 12,9%.

“Les cuesta identificar que no es amor, que es control. Les parece bonito que alguien quiera saber dónde están o con quién. Pero detrás hay miedo, ansiedad y dependencia”, apunta el docente.

Un informe del pasado año a nivel nacional, realizado por el Observatorio Social de la Fundación La Caixa también explicaba que el 10,1% de los adolescentes de entre 14 y 17 años han sido víctimas de conductas de control en las relaciones de pareja, pero el porcentaje es casi el doble en las chicas (13,3%) que en los chicos (7,1%).

El estudio define como violencia de control los comportamientos en los que se limita la relación de la pareja con sus amistades, se le impide reunirse con otras personas o se le revisa el teléfono móvil, entre otras conductas. También se apunta que el 13,6% de los jóvenes han sido víctimas de algún tipo de violencia en las relaciones sentimentales, mientras que el 4,8% reconocen que la han ejercido contra su pareja. La violencia de control es la más común desde ambas perspectivas (3%).

El 4,1 por ciento de los adolescentes, según el mismo documento, ha sufrido agresiones físicas por parte de sus parejas, un 3,6 por ciento en el caso de las chicas y un 4,5 por ciento en el caso de los chicos.

En el instituto donde trabaja, Daniel ha empezado a coordinar jornadas de tutorías donde habla de educación emocional y relaciones sanas. “Queremos que aprendan a poner límites, a tener su espacio, a no necesitar la aprobación constante del otro. Es muy triste ver a chavales de 15 años llorando porque su pareja no les contesta un mensaje”, añade.

De hecho, se sorprendía por el hecho de que le preguntaran a él si él permite que su pareja salga con algún amigo. "Me ponen situaciones para saber si me enfado o no cuando mi novia haga determinadas cosas; cuando ven lo que es la libertad dentro de una pareja estable, les sorprende muchísimo", sostiene.

El joven profesor asegura que no se trata de anécdotas puntuales, sino de una tendencia generacional. “Diría que casi todos los adolescentes con los que hablo viven relaciones de control. A veces los dos se controlan mutuamente. No hay roles fijos de víctima y agresor: todos reproducen el mismo patrón y creo que la culpa la tiene esa dependencia al móvil”, añade.

Y añade una reflexión final: “Nos preocupa el acoso escolar, y con razón, pero el amor tóxico entre adolescentes es una epidemia silenciosa. Destroza su autoestima, les genera ansiedad y les hace creer que amar es sufrir. Si no empezamos a educar en otro tipo de amor, la próxima generación va a tener relaciones aún más dañinas que la nuestra”.