Si algo tenemos en común todas las personas que habitamos la faz de la tierra, es que somos nietos y nietas de alguien que la habitó con anterioridad. Personas que sintieron y vivieron la vida de una forma tan parecida a la nuestra, como diferente.

Atendiendo a mi adorado Ortega y Gasset: “yo soy yo, y mis circunstancias” y en una era donde la empatía y la tolerancia parece que quieren abrirse paso como abanderadas de un mundo mejor, las circunstancias cobran más protagonismo que nunca. ¿Cómo podemos entender a un nieto, o a una nieta, sin tener en cuenta sus circunstancias? ¿Y a un abuelo o abuela? ¿Y a un bichozno? Sí, según la RAE: respecto de una persona, hijo o hija de su cuadrinieto o de su cuadrinieta. Es decir, todos somos bichoznos.

Para los que hemos tenido la suerte de conocer a los progenitores de nuestros padres, el entendimiento hacia un nieto o una nieta es algo que va implícito en la definición de abuelos. Quizás ellos avistan las circunstancias de sus descendientes y pueden ponerse en su lugar de una manera sencilla, o tal vez, son ellos parte de las circunstancias y gozan de cierta ventaja. Sin embargo, los más jóvenes de esta ecuación, no tenemos en general esa virtud, y necesitamos conocer sus circunstancias de su propia boca. Así, pude yo conocer el uso de una faltriquera, la utilidad de la fresquera, el huevo de zurcir, y como no, los ‘tinglaos’. Tinglaos que formaban parte inseparable de la Málaga de sus años, y que casi en extinción en la actualidad, siguen significando mucho para esta ciudad.

Al crear la revista ‘Menudo Tinglao’ quise volver a la niñez de quienes ya peinan canas, e invitar a los más pequeños de la casa a compartir mientras aprenden de aquello que tantos años lleva vigente. En una realidad donde las pantallas copan gran parte de nuestro día a día, coger lápiz y una revista de papel parece anacrónico y, sin embargo, se sigue disfrutando.

Cumpliendo un sueño de mi niñez, he vivido un cuarto de mi vida en tierras lejanas y antagónicas a la que me vio nacer. He podido aprender curiosidades y rasgos únicos de otros lugares, he disfrutado de sentirme ignorante, para acabar aprendiendo los porqués. Y a pesar de defender la idiosincrasia de cada uno de esos lugares, debo confesar que relegué la de aquél al que pertenezco. Infravaloré cultura, detalles y riqueza, pero afortunadamente, la vida nos dio un giro de guion. Volver a sentir mis raíces, actuar de nuevo en este escenario de luz y sal donde tantos días se subió el telón, no ha podido más que sacar de mí agradecimiento. Agradecimiento y reconciliación, reconciliación y entendimiento. Y en ese entendimiento, descubrí la admiración con que un extraño observa este rincón tan único, tuve la suerte de entender sus circunstancias y las de tantas generaciones que le han dado color, sonido y sabor.

Y de una manera humilde, a través de pasatiempos, he querido reivindicar la belleza de nuestras tradiciones y el gusto por saber no sólo de lo de fuera sino también de lo de dentro, de lo que fueron y son nuestras circunstancias. Del mismo modo también he querido aportar un granito de arena a la construcción de un puente entre generaciones que parecen distanciarse cada vez más. Porque compartiendo circunstancias, nadie podrá considerarnos un “bichozno raro”.