No hay más cera de la que arde. La Semana Santa está pidiendo a gritos una reestructuración. Al igual que se cambió el recorrido oficial, los reposteros o la imagen corporativa de muchas hermandades, la Semana Santa está pidiendo un cambio. No se rasguen las vestiduras pero hay que volver a partir de la base (la Fe) para empezar a construir grandes solares desiertos o echar abajo ciertos viejos edificios que se han convertido en bases de francotiradores que generalmente también pertenecen a hermandades.

Hay que empezar a educar, desde lo básico y comprender que los hermanos no son una cuota anual, si no que el término hermano implica una relación estrecha, un cuidado continuado, una preocupación constante. Hay que recordar que da igual la orientación sexual de los hermanos, su cuenta bancaria o sus opiniones políticas, que Jesús hizo hincapié sobre todo en los marginados, en los que peor eran tratados en la sociedad y que no distinguió entre hombres y mujeres. Es hora de abrir ventanas, sacudir alfombras y crear una nueva regeneración de aire en forma de lo que sea necesario con la mesura de no volver a caer en un exceso de soberbia, porque eso es lo que nos está matando, la soberbia.

Hace décadas era un logro que una hermandad tuviera una gran casa y hasta hace pocos años, en las últimas construcciones de hermandades se seguía repitiendo el mantra de que se iba a llenar de contenido para realzar la labor social o la zona urbanística. ¿Para qué quieren ahora grandes casas si no tienen con quienes llenarla? Se me viene a la cabeza una imagen de película de terror con el hermano mayor de turno sentado en un despacho y todo el edificio absolutamente vacío. Lo que estamos viviendo esta Cuaresma es un anticipo de que la cosa, como para todos, se nos ha puesto fea.

Aún no es tarde, la esperanza está con nosotros y la fe siempre ha movido montañas. Hay que sentarse después de Semana Santa y recapitular, hacer una crítica objetiva, como las crónicas de los informes de procesión, pero de verdad, contándolo todo, sumando las carencias y restando las alabanzas siendo conscientes que estamos a punto de matar la gallina de los huevos de oro y que nos hemos distraído absolutamente de nuestra meta. Empieza a ser muy necesario el cambio.