Sean Combs.
Sean Combs: Ajuste de cuentas: el magnate ante el espejo
La serie de Netflix muestra un presunto lado oscuro: la explotación de mujeres vulnerables, el abuso de poder, la manipulación y la violencia.
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La docuserie Sean Combs: The Reckoning (Sean Combs: Ajuste de cuentas en España), emitida por Netflix, ha acabado siendo un retrato implacable de un hombre cuya ambición desmedida por el éxito multidimensional —económico, mediático, social— se vio abruptamente enturbiada por el peso de testimonios que han acabado dando la vuelta al mundo, entre la realidad y la teoría de la conspiración de las redes.
Con un dato especialmente llamativo, que el productor ejecutivo sea Curtis "50 Cent" Jackson, otra figura destacada del hip-hop, lo que añade una dimensión de tensión casi simbólica: es un rapero-magnate quien pone en pantalla la caída de otro supuesto igual, lo que inevitablemente plantea interrogantes sobre conflicto de intereses, rivalidad artística y justicia mediática.
La serie no elude los hechos. Combs fue condenado en octubre de 2025 a 50 meses de prisión federal —cuatro años y dos meses— por dos cargos de “transporte para ejercer la prostitución” (es decir, el traslado de personas con fines sexuales).
Sin embargo, los cargos más graves —tráfico sexual y crimen organizado— no prosperaron: el jurado lo absolvió de ellos en julio. La condena por los cargos restantes ya basta para señalar un quiebre en su carrera, aunque el tiempo hablará por sí mismo.
La fuerza de la serie de Netflix (en cuatro capítulos de una hora) reside en su manejo del testimonio: voces esenciales como la de víctimas, antiguos allegados y testigos de su entorno, confluyen para esbozar un retrato de alguien que, según el documental, supo usar su poder, su estatus e influencia para financiar “encuentros sexuales” con prostitutas y escorts masculinos, muchas veces bajo efectos de drogas y alcohol.
Se menciona también a testigos muy relevantes del mundo del hip-hop y quienes formaron parte de su círculo: personas como el antiguo cofundador de Bad Boy Records, productores históricos como Eric Sermon (de los icónicos EPMD), y amigos de la infancia. Unas entrevistas que pretenden explicar un imperio que empezó desde abajo —la narrativa del “self-made man”— y desmenuzar la psicología de un hombre que buscaba la cima a cualquier precio.
La serie documenta su discurso con imágenes de archivo: momentos previos a su detención, su vida en la cúspide del éxito, celebraciones, contratos, negocios; todo ello sirve para subrayar el contraste entre el ascenso fulgurante y su caída delante del planeta entero. Ese material —aun cuando su uso ha sido objeto de controversia: los representantes de Combs han acusado a Netflix de emplear imágenes con derechos cuestionables— aporta un valor documental neutral y objetivo.
El retrato planteado por The Reckoning funciona como una disección del mito del joven emprendedor que, aprovechando su carisma, dura visión empresarial y contactos, construyó un imperio de la música, la moda y los negocios.
Pero simultáneamente —y esta es la parte más sombría del relato— muestra un presunto lado oscuro: la explotación de mujeres vulnerables, el abuso de poder, la manipulación y la violencia. Una ambición tan feroz como ciega, siempre desde el punto de vista de las supuestas víctimas.
No obstante, la docuserie no escapa de sombras éticas. Que su principal artífice sea 50 Cent, un rival público de Diddy desde hace décadas, despoja parte del discurso de neutralidad: lo impregna de revanchismo. Un matiz que puede socavar la objetividad necesaria para un ejercicio documental verdaderamente moral —o al menos pedir al espectador un juicio crítico sobre qué, en esta reconstrucción, obedece al periodismo riguroso y qué puede obedecer a la vendetta personal.
Aun así, The Reckoning es un retrato potente —y profundamente incómodo— de una caída tan meteórica como radiografiada. Una advertencia sobre los peligros de la ambición sin límites, del poder al servicio del deseo, de la fama que se convierte en impunidad.
El filme se alza con un tono de denuncia justificada: para muchas de esas supuestas víctimas —y parte del público—, la voz finalmente es escuchada. Y en ese acto de visibilización radica, quizá, la función más necesaria del documental: levantar la venda del glamour, despojar al mito de su aura dorada, y exponer al hombre detrás de la máscara.