Hay instituciones que llevan tanto tiempo ahí que uno podría caer en la tentación en pensar que -como la energía- ni se crean, ni se destruyen, sino que simplemente siempre están ahí. Así puede ser para muchos vecinos de Málaga, e incluso turistas de todas partes del mundo, con el icónico chiringuito El Tintero, situado en un extremo del litoral barrio de El Palo, junto a la zona de El Candado.

No obstante, sí que existió una Málaga antes de El Tintero, unos pioneros que lo crearon y una historia que lo convirtió en el establecimiento que es hoy. Se trata de una historia de familia, legado e innovación; en la que también hay hueco para los famosos platos que se escondían entre la arena para engañar al camarero y que no los cobrase. 

Lo explica el investigador paleño José Antonio Barberá en su libro El Palo: La pesca, industria y gente, una obra imperdible para los amantes de la historia de ese barrio lleno de relatos repletos de solera como este. En él, el autor cuenta que el fundador de la taberna fue el propio tintero que da nombre al local.



Era práctica habitual hace un siglo en El Palo era dar un baño de alquitrán a las redes de pesca para que, sumadas a otros productos, evitaran daños excesivos por la salinidad del mar. Tras muchos años dedicado a ese ritual del tintado de las redes, Antonio El Machucao, también conocido como El Pelos Tiesos, decidió dar un giro a su negocio e instalar una pequeña taberna en su lugar, señala Barberá. Sería la primera versión de El Tintero.



"El negocio comenzó a ir bien, y al personal familiar del merendero pronto se le uniría el pequeño Eduardo, más conocido por Nono, que con nueve años y elevado sobre una tarima de madera para alcanzar bien el fregadero, lavaba platos y vasos, y ayudaba a quitar y poner mesas", explica en su libro. Se trata de Eduardo de la Torre, actual propietario del negocio y nieto de El Machucao

Nono tomó las riendas de esa primera versión de El Tintero cuando tuvo la edad suficiente, mientras que su abuelo falleció en 1966. Fue a partir de entonces cuando se produjo el origen de una de las características de este merendero que quedaría para los restos: la subasta de platos.

"Las cocinas no tenían suficiente tiempo para servir las comandas que le llegaban y, ante tanto agobio, una luz se abrió en la mente del joven empresario: decidió no tomar notas de los pedidos a los clientes, indicando a la cocina que solo se preocupasen de preparar las frituras, espetos, almejas y todo lo que diariamente se solía vender, que ya se encargaba él de ofrecerlo a los clientes", relata Barberá, 

Comenzaron entonces los famosos "¡Boqueroncitos fritos!" o "¡Espetos! ¿Quién quiere espetos?" que ponen banda sonora desde entonces a las noches de verano en el litoral paleño. Se trató de "una iniciativa pionera e innovadora muy celebrada y aceptada por la clientela", explica Barberá, que se entrevistó con el propio Nono para escribir este capítulo de su libro.

"El suelo de El Tintero I era la propia arena de la playa, propio y fácil para, una vez acabado el plato de pescado, disimuladamente enterrarlo bajo ella. De esta forma hubo quien evitó pagar todos los platos consumidos, pero nos dimos cuenta pronto", explica el dueño del negocio.

Las obras en el paseo marítimo de la barriada forzaron el cambio de ubicación del merendero, que acabó situándos en la ubicación del antiguo El Chanquete. En 1971, se rebautizó como El Tintero II, en referencia a esa segunda localización, y sería finalmente el "¡Y yo cobro!" que recita el empleado encargado de saldar las cuentas con los clientes el que se convirtiera en la interjección más icónico de este negocio. 

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