Benjamín y Sonia.

Benjamín y Sonia.

Málaga

Nueva vida al Asador San Andrés de Málaga tras su cierre: "Mantenemos la receta del pollo de Antonio y Ani; es historia"

Sonia y su hermano David son los nuevos propietarios del negocio, que, con Benjamín, cocinero, han devuelto al barrio de San Andrés uno de sus negocios clásicos, con medio siglo de antigüedad. Mantienen el mismo nombre.

Más información: Adiós definitivo al histórico asador de pollos San Andrés de Málaga: "Cerramos el 28 de junio por jubilación"

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En el número 82 de la avenida de Europa de Málaga vuelve a respirarse barrio. Tras el cierre por jubilación de Antonio Moreno el pasado 28 de junio, el Asador de Pollos San Andrés parecía destinado a convertirse en un recuerdo: casi medio siglo de historia, un local que formaba parte de la memoria colectiva de San Andrés y el vacío de un olor a pollo asado que había acompañado tantas sobremesas. Pero lo que parecía un adiós definitivo se ha transformado en un nuevo comienzo: Sonia y su hermano David son ahora los nuevos propietarios, dispuestos a mantener vivo el legado de Antonio y Ani.

Hace justo un año, en octubre de 2024, Antonio anunciaba en una entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga que buscaba un relevo por jubilación. Sin embargo, los días pasaban y perdía la esperanza de encontrar a una buena familia que se pusiera al frente del asador. Llegó a replantearse vender la maquinaria y que el local fuera utilizado para algo diferente.

Sin embargo, cuando ya había logrado apalabrar que el asador quedara en manos de una familia, llegaron dos hermanos malagueños... Y los planes cambiaron. Ahora Sonia y su hermano David son los nuevos propietarios del local, que han apostado por darle una nueva vida al asador con la ayuda de otro trabajador, Benjamín, que es cocinero profesional.

“Esto fue mucho más sentimental que económico”, confiesa Sonia, mientras va preparando el local antes de la llegada masiva de clientes. “Mi hermano vio la situación en la que yo estaba y dijo: 'Tengo que sacar a mi hermana de aquí'. Así de claro, necesitaba ayuda urgente”, explica con honestidad la mujer.

Sonia llevaba ocho años trabajando en otro asador de pollos, curtida entre el calor del horno y los turnos eternos. “Tuve que pelear por lo que era mío, me lo hicieron pasar muy mal”, recuerda, “y llegó un punto en el que ya no podía más”.

Fue entonces cuando David, su hermano, y su cuñada decidieron mirar más allá de los números. “Nos habíamos puesto a buscar casas y todo era carísimo”, cuenta él. “Pero leímos el artículo sobre Antonio, el dueño del asador de San Andrés, y algo nos hizo clic, podía ser una buena inversión para ayudarla a ella, que era lo fundamental, y darle una nueva vida al enano, su niño”, añade David.

Se pusieron manos a la obra para contactar con Antonio —el alma del local durante años—. “Llamamos a la inmobiliaria, pero nos dijeron que ya estaba casi apalabrado”, recuerda David. “Fue mi mujer quien insistió. Tiene más poder de convicción —ríe—. Y gracias a eso, pudimos venir a verlo”.

En cuanto cruzaron la puerta y vieron la energía "de toda la vida" que transmitía el local y conocieron a Antonio, lo supieron; tenían que dar el paso. “Entré, miré a Antonio y le dije: si hablo con mi mujer y nos gusta, nos lo quedamos”. Y así fue.

Sonia y Benjamín, con una sonrisa.

Sonia y Benjamín, con una sonrisa. A.R.

El negocio cambió de manos rápido, pero sin romper su esencia. “Le pedí a Antonio que nos tutelara un tiempo”, cuenta David. “Yo no sabía hacer los pollos, mi hermana sí, pero queríamos mantener sus recetas, su forma de hacer las cosas, al final es lo que le gustaba a la gente del barrio”, añade.

Abrieron el pasado 13 de septiembre y los vecinos no tardaron en responder. Llegaban al local diciendo que se habían enterado por vecinas, por sus hijos, por Facebook... "Esto es como un pueblo, aquí todo el mundo se va contando estas cosillas", dice Sonia, que no pierde la sonrisa de la cara y una mirada repleta de ilusión en toda la entrevista.

Y es cierto. San Andrés, pese a la gran transformación que está viviendo Málaga en los últimos años, sigue siendo ese barrio de conversaciones en la puerta y de negocios que no son un simple punto de venta, sino familia.

“Aquí la gente entra porque confía. Sienten que esto sigue siendo de los suyos porque Antonio nos ha dado su confianza”, añade ella, que insiste en que está muy agradecida con el anterior dueño, que se pasa a verles muchos días e incluso intenta echarles una mano.

La línea del asador apenas ha cambiado. “Seguimos las recetas de Antonio y Ani. Son las mismas. La única diferencia es la ilusión”, insisten Sonia y David, que cuentan con un tercer pie fundamental en el equipo, Benjamín, al que llaman Benji.

El trabajo se reparte con precisión casi instintiva. “Benji y yo somos los cocineros”, explica Sonia. “Los dos tenemos formación, y según el día, uno se encarga del pollo y el otro de las guarniciones. Aquí nadie trabaja solo: si trabaja uno, trabajamos todos”.

Pero normalmente ella se queda gran parte del tiempo al frente del mostrador, atendiendo al público, sonriendo a los de siempre y recibiendo a los nuevos. “Esa parte del trabajo me gusta, me divierte. Es duro, pero bonito. La gente entra y te cuenta su vida. Todo el barrio se ha puesto contento al ver que seguimos el legado de Antonio y Ani", asevera.

Sonia y Benjamín, tras el mostrador.

Sonia y Benjamín, tras el mostrador. A.R.

Sobre la calidad del producto, hay algo que Sonia repite como mantra: “Lo que no pondría para la comida de mi hijo, no lo pongo para nadie”. En su asador no hay pollo del día anterior ni platos recalentados. “Todo se hace al día. Aquí no hay comida de quinta categoría. Lo que sobra, se aprovecha en otras cosas, pero no se sirve igual. La calidad es la base”, explican David y Sonia.

Esa filosofía, casi doméstica, es la que mantiene vivo el espíritu del local. “Esto no es un negocio cualquiera”, dice David. “Es una pequeña familia. Pasamos más tiempo juntos que en casa, y si no hay buen ambiente, no funciona", aporta Sonia.

Mientras ofrecen la entrevista, se cuelan por la puerta los ecos de San Andrés: varios vecinos pasan a encargar sus pollos para el mediodía y otros simplemente les dan los buenos días y les agradecen que hayan seguido con el local. "Es bonito. Te das cuenta de que te has quedado con un pedacito del alma del barrio, queremos que la gente venga, nos quiera y se quede con nosotros”, dice Sonia.

“Me encantaría ver a mi hijo de cinco años corriendo por aquí, como hacían los niños de Antonio y como hizo él con sus padres cuando abrieron el asador. Que crezca entre estas paredes, igual que lo ha hecho poco a poco este negocio”. Sonia es madre soltera, algo que no es sencillo, y su hijo es su principal motor, lo que la mueve día a día.

Sonia y Benjamín, en la puerta del establecimiento.

Sonia y Benjamín, en la puerta del establecimiento. A.R.

Ese amor por lo de siempre, por la familia y por la vecindad, es lo que mantiene encendido el fuego que asa cada pollo y lo que conserva viva la llama de un barrio obrero, un “pueblo” que nunca deja de latir, sea cual sea la hora del día. El Asador de San Andrés sigue escribiendo su historia: con nuevos protagonistas, muchas ganas y la misma esencia que lo convirtió en un rincón imprescindible del corazón del barrio.