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El cura Fran, con iniciales F.J.C.V., nació en la localidad malagueña de Vélez-Málaga en 1990, en un hogar en el que se ‘respiraba’ la fe. Su madre había sido monja de clausura durante más de 30 años, hasta poco antes de que él naciera. “Me enseñó la fe desde que era chiquitillo”, aseguraba. Ella fue un “ejemplo” y, quizá por eso, no tardó en seguir sus pasos.

Con 18 años, ya se había puesto el hábito de fraile trinitario y a los 23, cruzó el patio del Seminario Mayor de Málaga para comenzar a labrar el proyecto que Dios tenía para él, según explicaba. El 24 de junio de 2017, con 27, fue ordenado sacerdote en la Catedral de Málaga y poco después se puso al frente de las parroquias de Álora, Carratraca y Ardales.

Fue en este último pueblo, según ha podido saber EL ESPAÑOL de Málaga, donde ‘estableció’ su residencia durante esos años. No tardó en encontrar su grupo de amigos, con los que era muy habitual verlo en las fiestas, cenando cualquier fin de semana, jugando a juegos de mesa (su principal hobby, según decía, junto a coleccionar muñecos de Funko Pop) e incluso planificando viajes en grupo.

Era uno más, cuentan, “muy implicado” desde el principio. Algunos allí dicen que nunca tuvieron “ninguna sospecha de él”, más allá de “algún problema con el alcohol”; otros, en cambio, apuntan a ciertos detalles que les hacían desconfiar, como el derroche de dinero del que hacía gala o la relación con alguna chica del pueblo.

Fran era de los que pensaba que la Iglesia está muy alejada de los creyentes y quería cambiarlo; lo que su entorno no imaginaba era que lo llevaría de la forma más violenta al extremo. “No podemos ser sacerdotes de forma aislada”, defendía en una entrevista publicada en la web de la Diócesis de Málaga en 2019, ya como sacerdote. “[Hacen falta] Momentos de encuentros los unos con los otros; si somos una familia, tenemos que dedicarnos tiempos donde compartir la vida”, añadía. “Tenemos que llegar a la gente, ser cercanos”, resumía en otra entrevista anterior, en 2014, en La Opinión de Málaga.

Se definía como un sacerdote “obediente, pero no dócil”, porque según explicaba, es una persona a la que le cuesta aceptar lo que no comprende o lo que ve contradictorio. Al mismo tiempo, sin titubear, censuraba los escándalos de pederastia. “Son una vergüenza”, afirmaba, defendiendo que los acusados “no deben ser juzgados de forma pública”, sino por la Justicia. “Y a continuación que la Iglesia tome una decisión. (...) No puedes reivindicar hacia fuera lo que no haces de puertas adentro. Atajar los problemas es algo muy importante para la Iglesia de hoy”, apuntaba.

Defensor del “buen sentido del humor para tener un buen sentido de la vida”, aseguraba que estamos en el mundo “para amar y ser amados” y reconocía que le gustaba “bastante” complicarse la vida. 

En Álora, Carratraca y Ardales, pero sobre todo en este último municipio, Fran estuvo hasta 2021, cuando lo designaron capellán de la cárcel y párroco de Santa María Micaela, en Melilla. Allí, quienes lo conocieron, destacan igualmente que era frecuente verlo en fiestas y “abusando” del alcohol. Algunos afirman que hubo motivos de peso en su marcha, previa al verano de 2023, pero no especifican más.

El cambio trajo de nuevo al sacerdote a Málaga, a los pequeños municipios de Yunquera y El Burgo, en el corazón de la Sierra de las Nieves. Los vecinos lo recibieron como una bocanada fresca y tenían muchas expectativas puestas en él, pero hace unas semanas anunció que por motivos personales se tenía que ausentar y dejaría de oficiar la misa. No se supo más de él hasta este lunes, cuando trascendió la noticia que de que a principios de mes fue detenido por, presuntamente, sedar a varias mujeres para abusar sexualmente de ellas mientras las grababa.

Mientras su rostro comenzaba a aparecer en los telediarios de mediodía, dejando en shock a muchos de los que lo conocían y no sospecharon “jamás” nada y levantando una oleada de indignación, su rastro desapareció automáticamente de la web y las redes sociales de la Diócesis de Málaga, que no obstante ha emitido un comunicado condenando los hechos presuntamente cometidos por el cura y ofreciendo su colaboración a la Justicia.

La voz de alarma la dio, precisamente, una mujer que se presentó el pasado mes de agosto en una comisaría de Melilla asegurando que era su pareja y portando un disco duro con imágenes y vídeos en los que aparecían otras mujeres semidesnudas y todo apunta que bajo los efectos de algún sedante que las dejara indefensas mientras el hombre les realizaba todo tipo de prácticas sexuales.

La investigación logró encontrar a cinco víctimas que pertenecían a su círculo de confianza y que fueron agredidas en diferentes años y localidades por las que el sacerdote había pasado. Según se sospecha, los abusos se producían, en gran parte, durante los viajes que organizaba con su grupo de amigos.

Ninguna de estas mujeres era consciente de haber sufrido ninguna agresión; principalmente por eso, la Policía Nacional baraja que el número de mujeres a las que habría agredido puede ser mayor.