Vivir es, de algún modo, tratar de abrirse paso en un escenario que coquetea a partes iguales con la victoria y la derrota. Una cuerda en tensión capaz de hacer vencer las fuerzas hacia cualquiera de estos lados. Cuando Félix Grande escribió aquello de que no hay que volver al lugar donde fuiste feliz, de alguna manera estaba constatando la posibilidad del fracaso. La probabilidad real de que las cosas no salieran como estaban previstas (y sin atisbos de redirección).

En cierta manera, esos versos responden a un ejercicio de sinceridad para con un devenir imposible. La propia conceptualización del espacio y del tiempo ha tratado de pervertir esta situación.  

Algo parecido dejó dicho Aquiles en la Troya de Petersen: "Nos envidian porque somos mortales, porque cada instante nuestro podría ser el último. Todo es más hermoso porque hay un final". Como si dándole una vuelta a la existencia, se pudiera idealizar el fin. Como si diciendo que alguien nos ha dejado (en vez de ha fallecido), la muerte fuera un poco menos muerte.

Cuando Zweig habla de Julio César en los Momentos estelares de la humanidad, asegura que, más allá de sus triunfos militares, lo que honra al político romano es su magnanimidad en la victoria: "A Cicerón, su opositor, ahora acabado, le concede la vida, sin hacerle el más mínimo intento de humillarlo, y únicamente le sugiere que se retire de la escena política, que ahora le pertenece a él y en la que a cualquier otro solo le corresponde el papel de figurante mudo y obediente". Y al exilio que se marcha, haciendo de la diáspora un estímulo para el recogimiento interior. 

Esta escena refleja la dureza del malogro. De aceptar que hay un final irrevocable. Cantaba Manolo Tena que solo le quedaba la huida a ninguna parte ("Digo adiós a la pasión/ adiós a la emoción del amor y su abrazo/ ya ves, yo que fui tanto/ pongo punto y aparte"). Es probable que suene mucho más bonito, pero a la vez mucho menos cierto. En algún capítulo, el libro tiene que acabar. 

Hay un momento de La gran belleza en la que Ramona pregunta que qué tenéis en contra de la nostalgia, a lo que Jep responde: "Es la única distracción posible para quien no cree en el futuro". Puede ser este el motivo por el que exista una cierta necesidad de romantizar la decepción, aunque probablemente lo más inteligente sea asumirla.

Esto último me recuerda a aquella ocasión en la que a Juan Belmonte le preguntaron que cómo era posible que Joaquín Miranda, antiguo banderillero suyo, hubiera llegado a gobernador civil de Huelva tan rápido. El pasmo de Triana, haciendo gala de su apodo, respondió: "¡Pues cómo va a ser, endegenerando!".