La movilidad es una de las formas de discriminación contemporánea más silenciosas. Más bien, la falta de una movilidad adecuada. 

Hace unos días, viajando en el tren de cercanías en dirección a Málaga en uno de mis safaris antropológicos para entender el mundo, escuché hablar por teléfono a un señor de unos 50 años que vestía un mono de mantenimiento de jardines.

Discutía con su pareja sobre la conveniencia de seguir viviendo en Málaga o irse a vivir a Alhaurín de la Torre. Por lo que pude entender, la pareja argumentaba que allí podrían acceder a un piso más barato que el que actualmente ocupaban, y tal vez más grande.

El jardinero insistía en seguir viviendo en Málaga porque en Alhaurín dependerían por completo del coche. Especulo que sólo tenían uno y que ella lo necesitaba para trabajar. Él argumentaba que si hacían cuentas, lo que se ahorrarían en alquiler lo gastarían en comprar y mantener otro vehículo aunque fuese de segunda mano.

Vehículo por cierto, que no podrá entrar en el área de bajas emisiones, en cuanto ésta se apruebe y sea obligatoria. Está claro que en una situación como ésta, plantearse la compra de un coche eléctrico no es una opción.

Considerando que la mayoría de las ciudades españolas están estancadas o decreciendo, que una ciudad como la nuestra aumente su población al ritmo en que lo está haciendo es todo un logro que no podemos dejar de aplaudir.

Antes de la construcción de la A-45 que nos conecta con la A-92, Málaga funcionaba como una isla a la que era más fácil llegar en barco o en avión que por tierra. Desde que contamos con las carreteras necesarias y con la conexión a la red de alta velocidad ferroviaria, la ciudad se ha colocado en el mapa como una opción posible para vivir y trabajar.

Claramente la infraestructura del transporte regional ha sido fundamental en el éxito de Málaga y su territorio, y no deberíamos obviarlo ni olvidarlo. Toca ahora abordar la infraestructura del transporte interurbano

El crecimiento de la ciudad implica el desplazamiento de población con menos recursos hacia zonas periféricas debido al aumento de los precios de las áreas centrales del conjunto metropolitano en las que todo el mundo quiere vivir.

No voy a valorar el proceso. Tan solo lo presento como un hecho. Ahora propongo una reducción bastante burda que, sin embargo, visibiliza la problemática que quiero presentar: si consideramos que las personas que menos ganan son las que trabajan en tareas menos cualificadas (lo cual no es necesariamente cierto), tendremos que pensar que las personas que trabajan en las tareas de limpieza y mantenimiento de las oficinas de las nuevas empresas tecnológicas que se están implantando en la ciudad, así como los camareros y repartidores que trabajan en los bares y restaurantes del centro dando servicio a turistas y aborígenes, tendrán que llegar a sus puestos de trabajo de algún modo.

Cualificados o no, estos trabajos son fundamentales para el buen funcionamiento de la economía de la ciudad. Deberíamos considerar esta circunstancia, salvo que aceptemos que será más difícil contratar una camarera que a una ingeniera experta en ciberseguridad.

No porque el segundo perfil sea más cualificado y presupongamos que habrá menos aspirantes, sino porque habrá pocas personas capaces de llegar a su puesto de trabajo en tiempo y forma si no resolvemos la movilidad interurbana antes de que sea demasiado tarde (y ya lo es). 

El éxito de una ciudad, como el de cualquier empresa cualificada, depende en gran medida de la inversión económica y emocional que se haga en su capital humano. Observemos el incremento en inversión en soft skills de los nuevos y profesionalizados empresarios inmobiliarios, o la inversión en talento de las empresas tecnológicas.

Mirarlos de reojo en ese aspecto debería ser una buena práctica política. No solo a la hora de cuidar a los trabajadores-ciudadanos de la Empresa-Málaga de la que todos formamos parte, sino también a la hora de apoyar, potenciar y transformar a los empleados públicos en agentes proactivos en el reto que la ciudad afronta.

Contar con una red de transporte público interurbano capaz de dar respuesta a estos movimientos exige planificación, negociación, coordinación e inversión. Aunque mañana mismo todos los responsables de las instituciones y empresas implicadas en la mejora de este sistema se pusiesen de acuerdo en afrontar los retos que supone hacer de Málaga una gran ciudad -y no solo una ciudad grande-, tendríamos que esperar mucho tiempo antes de que el operario de jardines pudiera sincronizar su proyecto vital con las condiciones de contorno: un alquiler asequible en la periferia del área metropolitana, poder desplazarse a su trabajo en la costa, y que su pareja o sus hijos pudieran llegar a Málaga para trabajar o estudiar sin depender del coche. 

Pensemos que depender del coche no sólo supone usarlo para ir y venir al puesto de trabajo o a estudiar en los nuevos centros de estudios que Málaga está acogiendo. Depender del coche de manera individual significa también generar un problema de manera colectiva: el problema de los atascos en las vías de conexión interurbana, y el problema de aparcamiento en los lugares de destino.

Doy por hecho que no validaremos la idea de que los atascos en Málaga tengan el mismo encanto que en Madrid. Entre otras cosas porque si Málaga replicase los problemas de las grandes capitales, entonces, ¿seguiría siendo la ciudad de la calidad de vida que tan interesante es para los empresarios que quieren asentarse aquí, o volverían éstos a mirar a Madrid o Barcelona por ser los auténticos focos de encuentro y actividad empresarial a nivel internacional? 

Espero que la misma amplitud de miras de los políticos, empresarios y representantes de la sociedad civil que nos ha traído hasta aquí, se esté empleando en anticipar soluciones al ritmo necesario.

Es urgente resolver la problemática que está creciendo a la misma velocidad en que se está poniendo en carga el potencial de crecimiento productivo y residencial de la ciudad de Málaga.

Confío en que se considere una jerarquía de auténticos problemas a resolver, y que esté claramente diferenciada de la lista de los deseos propios de las cartas a los Reyes Magos. Todos sabemos que no luce tanto resolver problemas como abanderar nuevas expectativas. Pero yo elijo pensar que nuestros representantes públicos consideran a sus electores mayores de edad.

La próxima quincena hablaré del problema logístico y de distribución de última milla, ya que exige un análisis sobre el sistema inmobiliario español que no cabe en esta columna. Espero encontrarme con ustedes allí.