Francisco Amaya, en imagen.

Francisco Amaya, en imagen.

Málaga

Cuando Francisco volvió a casa, la Guardia Civil le esperaba: "La droga no me mató gracias a mi hija"

Lucía, que por entonces apenas tenía cinco años, fue "el clavo ardiendo" al que se agarró su padre para dejar a un lado la adicción a la droga que le alejó de su familia.

24 octubre, 2021 06:30

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Tenía 19 años y estaba recién llegado de Melilla, donde cumplía el servicio militar. La distancia que entonces le separaba de su Teba natal no era nada en comparación con el largo recorrido que ha tenido que sufrir para recuperar a su familia por culpa de la droga. Es la historia de Francisco Amaya Ostios.

Poco tiempo después de regresar a Málaga, Francisco se marchó a Barcelona en busca de trabajo. Es el tercero de 11 hermanos y las cosas en casa "iban bien". Nada podía hacer presagiar que su vida se iba a romper pocos años después. Pero con 24 años cayó en la trampa: "Terminé probando la cocaína por la insistencia de un grupo de amigos y empezó a gustarme".

"No pasa nada, sólo es para divertirme", se intentaba justificar a sí mismo. Le estaba destrozando por dentro y "comenzó hacerme falta consumir para poder vivir". Francisco tiene un testimonio en el que no esconde el miedo, reconoce que sabe lo que "estar en el infierno". Notaba que estaba perdiendo a su familia.

Tras un fin de semana "sin aparecer por casa", regresó a su hogar para estar con Nuria, su mujer, y su hija. Tras una "fuerte discusión", su esposa decide avisar a la Guardia Civil "para que no pasara nada más grave". Afirma que cuando una persona está bajo los efectos de la droga "no recuerda las cosas que hace". Aún tiene grabadas las palabras que le dedicó aquel agente de la benemérita: "Oye, te conocemos, sabemos que no eres mala persona. Pero busca ayuda". 

Su mujer se había marchado y Francisco admite que comenzó a "trapichear para ganarse como podía la vida"; sin embargo, asevera que "nunca ha tenido temas judiciales". Decide encerrarse en casa. Él es consciente de que necesita salir del pozo en el que se encuentra "más hundido que nunca".

Entonces aparece una luz entre tanto sufrimiento. Su hija Lucía fue "el clavo ardiendo" al que se agarró Francisco: "Notaba que la perdía". Asimismo, subraya que para salir de la droga hay que tener "fuerzas y ganas",y a él no le sobraba voluntad. "Pero pensaba en ella y sabía que tenía que salir de este círculo como fuese".

Lucía tenía apenas cinco años cuando su padre estaba inmerso en el mundo de la droga. Francisco recuerda aquellos años con la tristeza de un padre que había "abandonado" a su hija, pero asegura que "su mirada le daba fuerzas" para hacer ese esfuerzo que para él suponía dejar a un lado la adicción.

Con Nuria sí solía hablar y le transmitía que "se rehabilitara para tratar de recuperar a su marido". Ella nunca le dejó de lado, a pesar de las presiones de su familia. Francisco comenzó la relación son su mujer cuando apenas tenía 15 años. Se produce un pequeño y emotivo silencio en sus palabras mientras habla de ella. Y continúa: "Sus padres le decían que se alejara de mí, pero ella nunca lo hizo", relata emocionado.

No obstante, tras 14 meses de tratamiento y una primera toma de contacto con la realidad que tanto anhelaba, sufrió "una recaída muy grande". Lo recuerda con temor, pero cuenta con rotundidad que se "puso las pilas" y que ha tenido "mucha suerte para conseguir rehabilitarme". Tuvo que esperar cuatro meses más para abrazar a sus hijos.

Ahora, Francisco ha "vuelto a nacer" y vive en una eterna "sensación de bienestar consigo mismo". Ha pasado de "dormir entre personas desconocidas en un derribo" -argot callejero donde la gente adicta a la droga se cita para consumir-, a volver a disfrutar de su familia.

De hecho, lejos queda aquellos fatídicos años en los que la adicción formaba parte de su vida. Ahora tiene una mujer a la que proteger y dos hijos a los que cuidar. Además de Lucía, su "ángel de la guarda", está Jesús, que con ocho años de vida ha llegado para seguir llenando de felicidad de esta familia a la que la vida le vuelve a sonreír.

Ayuda de profesionales

Pero este proceso no hubiese sido posible sin la ayuda de la Asociación ARPOM Málaga. Allí ingresó en la unidad terapéutica y reconoce que "ahora tiene amigos y compañeros" trabajando con él.

Se le ilumina la voz al hablar de Alejandro y José Luis Jiménez, dos hermanos que se encargan de gestionar el centro: "Han sido dos pilares en mi rehabilitación y me han inculcado muchos valores como persona".

ARPOM es una asociación dedicada a la ayuda y rehabilitación de personas con problemas adictivos, que lleva funcionando desde 1990. Trabajan en un espacio ideado para que las personas puedan "tomar distancia del medio en el que se han habituado a vivir con la conducta adictiva", concluyen.

Voluntariado

Francisco se define como "una persona muy sensible que le encanta ayudar a quien le necesita". Por ello, tras su paso por la asociación que le ayudó a recuperar su vida, decidió quedarse como voluntario, y, hoy, está contratado como monitor y educador en este centro en el que forma parte de la junta directiva. Ha decidido prestar su testimonio a personas que sufren problemas similares.

"Sé lo que es levantarme de la mesa un 24 de diciembre para ir a una casa a ayudar a un chaval", expone. Su familia comprende que hay gente que le requiere y que "no hay horarios". De hecho, ha obtenido el título de formación profesional de la Junta de Andalucía.

En 2018, sigue, le pidieron crear una asociación en Teba "porque el tema de la droga está fatal". A día de hoy presta ayuda a "más de veinte chavales" en todos los ámbitos. Y de manera altruista. Francisco quiere evitar que estos jóvenes "toquen fondo" igual que él lo hizo.