El cierre del año deja un balance claramente positivo para los mercados de renta variable globales. El MSCI World avanza un 20%, una cifra que, por sí sola, podría llevar a pensar en un ejercicio homogéneamente favorable para todo tipo de inversores en bolsa.

Sin embargo, una mirada más atenta revela una realidad más matizada: no todos los estilos de inversión se han beneficiado por igual de este rally, y el comportamiento relativo entre ellos ofrece información a tener en cuenta de cara a plantear el posicionamiento de las carteras en 2026.

El contexto dominante ha sido claramente de risk-on, es decir, un entorno en el que los inversores han mostrado una elevada disposición a asumir riesgo. Cuando esto ocurre, el capital suele dirigirse hacia los segmentos más volátiles del mercado, aquellos que prometen mayores retornos potenciales a costa de una mayor incertidumbre. No es casualidad, por tanto, que los índices de alta beta, las llamadas meme stocks, las compañías con mayor porcentaje de posiciones cortas o la tecnología aún no rentable hayan superado con holgura al índice global.

Este patrón no es nuevo. En fases de optimismo, liquidez abundante y expectativas de crecimiento, el mercado tiende a premiar narrativas más que fundamentales. Empresas con modelos de negocio aún inmaduros, beneficios inexistentes o estructuras financieras frágiles pueden registrar subidas espectaculares si el relato acompaña. El problema es que estos episodios suelen ser cíclicos y, en muchos casos, reversibles.

En el lado opuesto del espectro se encuentra el estilo quality, que este año registra uno de sus peores comportamientos relativos frente al mercado. Para entender por qué esto resulta llamativo conviene detenerse en qué entendemos exactamente por acciones de calidad.

Los quality stocks son participaciones en empresas que destacan por una combinación sostenida de alta rentabilidad, solidez financiera y estabilidad en sus beneficios

Los quality stocks son participaciones en empresas que destacan por una combinación sostenida de alta rentabilidad, solidez financiera y estabilidad en sus beneficios. Suelen presentar retornos elevados sobre el capital invertido, niveles de endeudamiento moderados y una generación de caja predecible.

Estas características no son fruto del azar: normalmente responden a modelos de negocio bien establecidos, posiciones de liderazgo en sus sectores y ventajas competitivas duraderas, como marcas fuertes, economías de escala o barreras de entrada difíciles de replicar.

Un ejemplo típico sería una compañía de consumo básico con una marca global, márgenes estables y capacidad para trasladar precios en entornos inflacionarios. También encajan en este perfil determinadas empresas industriales o de servicios con contratos recurrentes y elevada visibilidad de ingresos. No son, necesariamente, las compañías que más crecen en términos de ventas, pero sí aquellas que mejor preservan sus beneficios a lo largo del ciclo económico.

Históricamente, este tipo de empresas ha ofrecido un atractivo equilibrio entre rentabilidad y riesgo, especialmente en horizontes de medio y largo plazo. Sin embargo, cuando el mercado entra en una fase de euforia y búsqueda de retornos rápidos, la calidad suele pasar a un segundo plano. Eso es precisamente lo que hemos observado este año (excepto en episodios de risk-off como el periodo posterior al Liberation Day en abril).

La consecuencia de este peor comportamiento relativo es que el estilo quality cotiza hoy con múltiplos que no parecen exigentes, especialmente si se comparan con los fundamentales que los respaldan. En otras palabras, muchas de estas empresas siguen siendo igual de sólidas que hace unos años, pero su precio relativo ha disminuido frente a segmentos mucho más especulativos.

Puede que la calidad no siempre lidere en los momentos de euforia, pero rara vez decepciona cuando el ciclo madura

Este punto es clave, ya que el precio de una acción no siempre refleja, en el corto plazo, la calidad del negocio subyacente. Los ciclos de mercado generan distorsiones, y es precisamente en esos momentos cuando se abren oportunidades para el inversor paciente.

En línea con una estrategia orientada a reforzar la diversificación de cara a 2026, este contexto ofrece una ocasión para aumentar la exposición al estilo quality. No se trata de anticipar un giro inmediato del mercado, sino de reconocer que los excesos de riesgo suelen corregirse y que, cuando lo hacen, la calidad tiende a recuperar protagonismo.

En un mundo marcado por la incertidumbre macroeconómica, los cambios geopolíticos y la volatilidad financiera, apostar por empresas capaces de generar beneficios de forma consistente sigue siendo una de las decisiones más sensatas. Puede que la calidad no siempre lidere en los momentos de euforia, pero rara vez decepciona cuando el ciclo madura.

*** Filipe Aires es profesor de Afi Global Education.