Copas
En estas fechas prenavideñas, de cierre de año, tomar un cóctel es casi parte implícita de cualquier encuentro. Junto con el atuendo bling bling o los tacones más altos, hacer chin chin con alguna bebida especial eleva la ocasión a memorable, como merece.
Somos muchos los que cambiamos las bebidas de siempre por alguna con halo de excepcional, prestando atención inusitada a la copa que no solemos tener entre manos. Y es que, a diferencia de los alimentos que se despliegan sobre el plato como un lienzo visual, las bebidas oscilan en un rango mucho más limitado de color, temperatura y textura.
Por eso, las copas adquieren un protagonismo inesperado: cada una amplifica la experiencia sensorial del trago que abraza.
Las copas de cóctel clásicas, esas de pie alargado y forma triangular, son pura elegancia vertical. La copa de martini mantiene la bebida fría sin hielo que la diluya. Su tallo largo impide que el calor de la mano altere la temperatura, mientras su boca ancha permite que los aromas del gin y el vermut se desplieguen antes de cada sorbo. De hecho, la copa no es lo único sorprendente en el dry martini.
La historia cuenta que Jerry Thomas, barman del hotel Occidental de San Francisco durante la fiebre del oro, creó esta combinación cuando un huésped de camino a Martínez le desafió a inventar un trago inolvidable a cambio de una pepita de oro. Thomas mezcló gin, vermut amargo y marrasquino, y lo presentó en la copa más sofisticada que encontró. "Le falta algo", dijo el huésped.
El barman agregó una oliva, un bien insólito en aquella California. Y con este toque, la pepita de oro cambió de manos. Un origen a la altura del agente 007.
Pero no todas las copas aspiran hacia arriba. Los vasos anchos y bajos de los whiskies y coñacs buscan la intimidad. El licor descansa al fondo del cristal como una esencia discreta. Su forma redondeada atrapa los vapores. Al inhalarlos, cosquillean las fosas nasales con intensidad punzante. Cada inhalación antes del sorbo es parte del ritual.
Los tragos largos funcionan con otra lógica. En vasos cilíndricos y estrechos, el hielo protagoniza un ballet lento de dilución, suavizando el alcohol que reposa al fondo, mientras los agregados —limón, menta, jengibre— rozan los labios. Son los vasos de la conversación extendida, de la tarde que se alarga, del brindis sin prisa.
Las copas de vino también tienen su propia arquitectura del placer. Los tintos exigen mayor amplitud que los blancos porque necesitan espacio para oxigenarse y liberar sus matices.
El tallo permite sostenerlas sin calentar el líquido, acercándolas a los labios con un gesto que combina funcionalidad y elegancia. Los aromas viajan desde el fondo hasta la nariz, alcanzando su plenitud antes del primer sorbo.
La mística y sofisticación de los tragos no solo se refleja en las copas, también en los relatos sobre su origen. Las burbujas del champán, por ejemplo, danzan en estas mismas copas alargadas con un movimiento optimista de abajo hacia arriba, asociado desde siempre a la alegría de vivir. Y estas copas han sido rodeadas por la historia con leyendas dignas de su espíritu festivo.
Se dice que María Antonieta, reina consorte de Francia y devota del champán, hizo modelar la famosa copa redonda sobre la forma exacta de uno de sus pechos. La anécdota, aunque los historiadores la desacreditan, perdura con la misma efervescencia que las burbujas: porque hay copas que celebran, que elevan, que convierten el acto de beber en ceremonia.
Cuando el alcohol libera, inspira y eleva la imaginación, la sed de aventura e irreverencia toma vuelo. Las copas acompañan este viaje transformando cada sorbo en experiencia. Los expertos en marketing explotan su valor simbólico para vender más y mejor, pero más allá del marketing, algo profundo ocurre en ese encuentro entre cristal, líquido y labios.
Como personas que buscamos realzar un brindis o un simple sorbo, entendemos que el cristal es invisible y a la vez protagonista. Frágil y esencial, precioso y único. Es lo que sostenemos entre las manos cuando, sorbo a sorbo, buscamos llegar un poquito más al fondo del corazón y de las ideas.