Michael Burry

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Opinión BLUE MONDAYS

Michael Burry cierra su fondo y deja al mercado sin una voz incómoda

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No todos los inversores hacen historia. Hace unos días Warren Buffett nos dejó la que con casi toda probabilidad sea su última carta a inversores. Un poco antes, a otra escala de consideración, Michael Burry dejó otra misiva con menos eco que la del maestro Buffett.

Burry se ganó merecidamente su fama no sólo porque anticipó el mayor derrumbe financiero de nuestra generación, sino que lo hizo enfrentándose al mercado entero, soportando el desprecio del consenso y pagando un precio personal que muy pocos habrían resistido. Por eso el reciente anuncio del cierre de Scion Asset Management no es una nota más en la prensa financiera. Cuando alguien así se aparta, el mercado pierde una de sus pocas conciencias críticas.

El cierre de un hedge fund suele ser la consecuencia de una combinación de factores que empieza por la voluntad del gestor y termina en la viabilidad financiera del vehículo. En el caso de Burry, la carta enviada a sus inversores deja entrever en mi opinión algo más íntimo como es cansancio operativo, desencanto con la industria y un cierto hastío ante un mercado que ya no responde a los estímulos que él considera racionales.

Su carta no apunta a un colapso ni a un descalabro de rentabilidad, sino a la sensación de haber perdido terreno frente a un mercado que, durante los últimos tres años, no ha premiado las apuestas contracorriente que definían su estilo.

La pregunta que me hago es sencilla. ¿Esto se interpreta como una rendición? Los números ayudan a matizar la respuesta. Scion Asset Management tuvo una rentabilidad extraordinaria desde la Gran Crisis Financiera hasta mediados de la década pasada.

La figura de Burry siempre estará asociada a una obsesión, la de detectar burbujas antes de que el sistema admita su existencia

Sus retornos anualizados se estiman superiores al 30% en sus primeros años, impulsados por la epopeya contra las hipotecas subprime y por apuestas muy quirúrgicas. Sin embargo, la última etapa ha sido menos brillante.

Desde 2021 hasta hoy, sus posiciones más llamativas fueron apuestas masivas contra el S&P 500 y el Nasdaq, además de coberturas agresivas mediante puts que, en un mercado dominado por la liquidez y la narrativa tecnológica, perdieron tracción.

Los datos recientes son los de un gestor brillante atrapado en el peor entorno posible para su enfoque de sobrevaloraciones persistentes, exuberancia en activos de crecimiento y una política monetaria que ha retrasado artificialmente el ajuste. Más que una rendición, parece la constatación de que luchar contra el impulso de un mercado embriagado por la tecnología se ha vuelto un ejercicio estéril.

La figura de Burry siempre estará asociada a una obsesión, la de detectar burbujas antes de que el sistema admita su existencia. Ese fue su papel en la crisis subprime y por eso su retirada llega en un momento tan simbólico. El mundo vive uno de los mayores ciclos de dependencia de la deuda de la historia moderna con un volumen de crédito global que supera ampliamente el crecimiento del PIB.

Las valoraciones tecnológicas están infladas por la promesa de la inteligencia artificial, una promesa real en sus fundamentos, pero excesiva en sus precios de mercado. El rendimiento de las megacaps explica buena parte de los retornos del S&P 500, y los múltiplos incorporan un futuro casi perfecto que ya empieza a dibujar trazas de saturación.

El mensaje de que los mercados, cuando se creen invencibles, suelen dejar de escuchar a quienes cuestionan su comodidad

Esto no significa que exista un estallido inminente, pero sí una desconexión entre la magnitud de la deuda, la velocidad del avance tecnológico y la capacidad real de la economía para absorber, monetizar y repartir ese crecimiento.

Aquí es donde su legado pesa. En la crisis de 2008, Burry no sólo vio un desequilibrio financiero, vio un sesgo colectivo. La incapacidad de reconocer que algo era insostenible. Hoy el mercado vive otro tipo de embriaguez. Una en la que la tecnología, la liquidez y la deuda forman un triángulo de crecimiento que invita a olvidar los límites.

Que Burry cierre su fondo puede interpretarse como el gesto final de un inversor que, por primera vez, percibe que no hay espacio para su forma de pensar. O quizá se trate de un aviso silencioso. El mensaje de que los mercados, cuando se creen invencibles, suelen dejar de escuchar a quienes cuestionan su comodidad.

Si el tiempo confirma que su retirada es un acto personal y no una señal, quedará como la última página de una carrera irrepetible. Si, por el contrario, el mercado termina dándole la razón con la perspectiva que siempre concede la historia, su silencio será recordado como el preludio incómodo de un ajuste que nadie quería mirar. Burry no se ha rendido. Se ha cansado de gritar en un mercado que dejó de escuchar.