Lo mejor de mantener una columna en un medio durante muchos años es la posibilidad de citarse a uno mismo, o como en este caso, de escribir la continuación de una columna que escribiste hace casi cinco años.
En 2020, la alcaldesa de París, la española Anne Hidalgo, que acababa en aquel momento de revalidar su segundo mandato con una amplia mayoría, anunció un revolucionario plan para “limpiar” su ciudad de polución, con medidas que iban desde la prohibición de la circulación de vehículos diésel hasta la peatonalización de muchas zonas, la construcción de una enorme red de carriles bici que permitiese de verdad moverse en bicicleta por la capital, la eliminación de más de cincuenta mil plazas de aparcamiento, o la conversión de amplias avenidas, como los icónicos Campos Elíseos, en enormes zonas ajardinadas.
Obviamente, hablamos de medidas que tienden a generar descontento en gran parte de la población: incomodidades, limitaciones a la movilidad, dificultades para muchos, o incluso posiblemente más atascos. Sin embargo, la concienciación con la importancia de la contaminación atmosférica también era significativa, de manera que cuando comenzaron a hacerse realidad, esas medidas no hicieron que los parisinos se echaran a la calle a protestar, algo que nos consta, por múltiples ejemplos históricos, que saben hacer. No hablamos precisamente de una ciudadanía "inofensiva".
La ciudad, que empezaba en aquel momento a acostumbrarse a vislumbrar - o más bien, a intuir - la Torre Eiffel entre una cada vez más tupida capa de polución, decidió dejar hacer a su alcaldesa. El tráfico en París, en aquel momento, era ya una absoluta pesadilla, plagado de atascos interminables que amenazaban con terminar con los nervios de sus habitantes. Organizar más de cuarenta millones de desplazamientos diarios no es una tarea sencilla, y si además tus planes implican una gran cantidad de obras, se convierte en un reto todavía más importante.
Las propuestas de Hidalgo encontraron resistencia por parte de políticos de derecha, de una asociación de propietarios de automóviles, y de viajeros que residían en las zonas periféricas de la ciudad, que afirmaban que atacar al automóvil les hacía la vida más complicada. Sin embargo, el pasado mes de marzo, los parisinos votaron positivamente en un referéndum para convertir quinientas calles más de la ciudad en peatonales.
Los parisinos votaron positivamente en un referéndum para convertir quinientas calles más de la ciudad en peatonales
Un año antes, París había decidido aumentar drásticamente las tarifas de estacionamiento para los todoterrenos, obligando a los conductores a pagar tres veces más que por coches más pequeños. La ciudad también ha convertido una orilla del Sena, que era una arteria muy transitada, en una zona peatonal, y ha prohibido la mayor parte del tráfico vehicular en uno de sus bulevares comerciales más conocidos, la Rue de Rivoli.
Cinco años después, los datos demuestran de manera inequívoca y fehaciente que los planes de Anne Hidalgo han funcionado. Muy pocas ciudades en el mundo pueden presumir de haber conseguido lo que París ha conseguido: Airparif, un grupo independiente que monitoriza la calidad del aire en la capital, detalla que los niveles de partículas finas (PM 2.5) han disminuido un 55% desde 2005, mientras que los niveles de dióxido de nitrógeno han caído un 50%. El estudio atribuye claramente ese descenso a “regulaciones y políticas públicas”, que han ido desde la limitación del tráfico en numerosas zonas, hasta la prohibición de los vehículos más contaminantes.
Las políticas de Hidalgo convirtieron la idea de moverse en automóvil por París en algo que únicamente haces en caso de emergencia o en situaciones excepcionales: si decides coger el coche, sabes que te vas a encontrar muchas calles por las que no vas a poder moverte, y que te va a costar muchísimo encontrar aparcamiento. Pero además, mejoraron el transporte público e invirtieron fuertemente en su descarbonización, además de convertir la bicicleta en una alternativa muy razonable para muchos.
El cambio demuestra cómo la formulación de políticas ambiciosas y determinadas puede mejorar directamente la salud de los habitantes de las grandes ciudades. Una ciudad que en su día había sido remodelada para automóviles, y de la que el presidente Georges Pompidou había dicho, en 1971, “tenemos que adaptar París tanto a la vida de los parisinos como a las necesidades del automóvil”, se ha transformado en una utopía improbable para ciclistas y peatones.
Los expertos en salud suelen describir la contaminación del aire como un asesino silencioso: tanto la contaminación por partículas finas como el dióxido de nitrógeno se han relacionado de manera clara y causal con importantes problemas de salud, desde ataques cardíacos hasta cáncer de pulmón, bronquitis o asma.
El cambio demuestra cómo la formulación de políticas ambiciosas y determinadas puede mejorar directamente la salud de los habitantes de las grandes ciudades
La experiencia de París demuestra cómo los planes bien hechos funcionan, y cómo de importante es tener tanto una alcaldía decidida, como unos ciudadanos concienciados con la importancia de la contaminación como problema. Cuando se hacen las cosas así, funcionan, como podemos comprobar perfectamente si caminamos por París.
Las ciudades no deberían ser trampas que reducen la expectativa de vida de sus habitantes envenenándolos lentamente. Lo mínimo, por tanto, es terminar esta columna como hice con su primera parte, hace casi cinco años, con esa frase de película: “Gracias, Anne Hidalgo. Siempre nos quedará París”.
Ahora, a ver si algunos aprenden y toman ejemplo.
***Enrique Dans es profesor de Innovación en IE University.