La reciente confusión del presidente estadounidense Donald Trump, al incluir a España entre los países BRICS, no solo provocó titulares curiosos, sino que también abre una reflexión sobre la imposibilidad geopolítica, económica y estratégica de que España pueda formar parte de este bloque.
Este análisis no se centra en el lapsus diplomático, sino en explorar por qué las profundas raíces institucionales y económicas de España hacen que tal idea sea completamente irrealizable.
El grupo BRICS, integrado originalmente por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, representa una alianza que le lleva a contar ya con casi la mitad de la población, y muy pronto del PIB mundial, por no hablar del control de la mayoría de los recursos naturales y energéticos.
Concebido desde su origen como un contrapeso al G7 y a las economías desarrolladas de Occidente, su propósito sigue siendo representar a las economías emergentes en la gobernanza global, promoviendo la cooperación en áreas como el comercio, la financiación, y aunque no se ponga por escrito, la seguridad.
Los BRICS son hoy más que un proyecto. Son una realidad con un impulso dual pues detrás del interés comercial subyace la idea de recuperar una multipolaridad perdida y la ruptura del poder hegemónico occidental bajo el liderazgo de China y el empuje de Rusia.
Los BRICS son una realidad con un impulso dual pues detrás del interés comercial subyace la idea de recuperar la multipolaridad perdida
En el otro polo, España siendo como es una economía desarrollada que forma parte de la Unión Europea desde 1986, representa una imagen de país subyugado a unas normas internacionales de las que, aunque quisiera, tiene imposible escapatoria.
Su integración en el bloque europeo no es solo económica, sino también política y normativa.
España se beneficia del acceso al mercado único más avanzado del mundo, participa en la política monetaria del euro y comparte compromisos fiscales, medioambientales y sociales con el resto de los países miembros. Romper ese vínculo es hoy por hoy inalcanzable, no hay que darle muchas más vueltas, sencillamente no puede ser posible.
España no enfrenta los retos estructurales que son característicos de los BRICS, como la pobreza masiva (India), las tensiones geopolíticas con Occidente (Rusia) o la transición económica y política hacia modelos más inclusivos (Sudáfrica).
España no enfrenta los retos estructurales que son característicos de los BRICS, como la pobreza masiva o las tensiones geopolíticas con Occidente
Por el contrario, su economía se apoya en características que la alejan completamente del perfil de país que define a los BRICS. Su adhesión a instituciones de peso como el FMI o el Banco Mundial representan la lucha existente entre occidente y el interés de desplazar su dominante influencia a los países emergentes.
El compromiso de España con la OTAN es la otra razón fundamental que imposibilita cualquier tipo de alineación con el bloque BRICS. Desde su adhesión en 1982, España ha sido un miembro activo de la Alianza Atlántica, contribuyendo tanto en misiones militares como en políticas de seguridad colectiva.
La OTAN representa una alianza militar y política que busca garantizar la defensa mutua de sus miembros frente a lo que consideran amenazas externas, particularmente las provenientes de actores específicamente señalados como Rusia, posiblemente el miembro más activo de los BRICS.
La realidad moral imperante es muy cuestionable (véase lo que ocurre con el gas y el grano ruso), y por eso el conflicto de Ucrania se ha vendido como una cuestión de buenos y malos en el que, según las normas de Occidente, el malo es Rusia.
España por su papel y rol no puede opinar, simplemente tiene que acatar esta idea. Asumió la guerra y asumirá la paz, la imponga o no Estados Unidos.
En este contexto, sería geopolíticamente incoherente que España, como miembro de la OTAN, buscara una colaboración estrecha con un grupo que incluye a potencias que compiten directamente con la alianza occidental.
Las diferencias
En términos económicos, España es un país macro dependiente del ahorro externo, sin peso relevante en las instituciones públicas internacionales, que forma parte de una divisa sobre la que no tiene control y que le hace ser esclavo de su -creciente- deuda.
España no decide por sí misma y el devastador ciclo político de este siglo ha dejado el país sin una identidad propia. Internacionalmente ninguneada, sufre una inmigración premeditadamente descontrolada, siente la amenaza de Marruecos como nuevo aliado fuerte de los Estados Unidos, que representa cada vez más un frente poco deseable con el Magreb.
Desde un punto de vista geopolítico, España forma parte del “establishment” occidental. Su alineación con la UE y la OTAN refuerza su integración en un sistema basado en el multilateralismo, la democracia liberal y el libre comercio que el progresismo y el wokismo gubernamental no consiguen tapar.
La posición de España en el tablero global es clara: ser un socio más dentro del marco eurocentrista. Cambiar este vínculo por una asociación con los BRICS sería no solo imposible, sino perjudicial para sus intereses estratégicos por lo que el solo planteamiento de con quién le iría mejor tiene un desarrollo nulo porque, sencillamente, no puede elegir.
La inclusión de España en el debate sobre los BRICS no es más que una anécdota. En un mundo cada vez más polarizado, la apuesta de España por las alianzas europeas y atlánticas tiene más de supervivencia que de principios pues de ello depende garantizar su prosperidad y seguridad en el largo plazo.