Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego” (Gandhi).

Los conflictos armados, los homicidios, el terrorismo y otros tipos de violencia obstaculizan la productividad y la creación de riqueza teniendo un fuerte impacto en las familias de todo el mundo. En el artículo de esta semana, analizaremos la repercusión económica de la violencia y repasaremos las 50 ciudades más violentas del planeta.

Veamos la nueva clasificación que anualmente publica el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de las 50 urbes (poblaciones superiores a 300.000) con más homicidios por cada 100.000 habitantes en 2023: 16 están en México (además, de las diez más violentas, siete son mexicanas), 10 en Brasil, seis en Estados Unidos (el único país desarrollado en la lista, figurando la mismísima Washington en el ranking), ocho en Colombia, cuatro en Sudáfrica, dos en Honduras, una en Trinidad y Tobago, una en Haití, una en Ecuador y una en Jamaica.

Los países más afectados por la violencia urbana (y la violencia en general) son Ecuador, Haití y México. El común denominador de los tres países es que se han adentrado considerablemente en el terreno del Estado fallido, condición en la cual el Estado pierde el monopolio de la violencia en favor de mafias que van constituyendo un poder paralelo.

En Ecuador, un país con bajos niveles de violencia hasta hace cuatro años, los asesinatos y formas de operar propios del terrorismo de los grupos criminales han llevado al país a la peor crisis de su historia.

Contrariamente a la consigna de “abrazos, no balazos” seguida por AMLO en México, los Gobiernos de Guatemala, El Salvador y Honduras han combatido a las bandas criminales con determinación y los resultados están a la vista. La ciudad de Guatemala salió del ranking desde 2020. San Salvador salió de la lista desde 2019 y la violencia en El Salvador tuvo la mayor caída en tiempo récord de la que se tenga registro en el mundo. Las ciudades hondureñas Distrito Central y San Pedro Sula ocupan los lugares 48 y 50 respectivamente y están a punto de salir de la lista después de que San Pedro Sula ocupara el primer puesto mundial durante cuatro años consecutivos:

La violencia es un problema estructural en América Latina. La mitad de los homicidios intencionados del mundo se llevan a cabo en la región, pese a que sus habitantes representan el 8% de la población mundial, según la ONU.

Según el FMI, un aumento del 30% en las tasas de homicidio reduce el crecimiento económico en 0,14 puntos porcentuales: “La delincuencia entorpece la acumulación de capital, posiblemente porque disuade a los inversores que temen al robo y la violencia, y merma la productividad, dado que tiende a desviar los recursos hacia inversiones menos productivas, como la seguridad de las viviendas”. Además, señalan que reducir la delincuencia en América Latina al nivel de la media mundial incrementaría el crecimiento económico anual de la región en 0,5 puntos porcentuales, que equivale a un tercio del crecimiento registrado entre 2017 y 2019.

El Banco Interamericano de Desarrollo ha puesto en marcha la Plataforma de Evidencias en Seguridad y Justicia, que “es un valioso recurso de base científica sobre la eficacia de las soluciones existentes: por ejemplo, hay pocos datos empíricos que demuestren que las tecnologías de reconocimiento de matrículas de vehículos reduzcan la violencia relacionada con el transporte, mientras que se observa que el impuesto al alcohol y las políticas de precios reducen claramente la violencia en ciertos casos”.

Cambiando de tercio, es lógico pensar que un criminal prefiera delinquir contra las personas más vulnerables para evitar resistencia física, de ahí que las mujeres en los países en desarrollo sufran un nivel superior de violencia. Por ello, he querido mostrar aquí el Índice de mujeres, paz y seguridad elaborado por el Instituto Georgetown:

Veámoslo en un mapamundi:

El índice se basa en 13 indicadores sobre la condición de las mujeres clasificados en tres dimensiones: inclusión (económica, social, política), justicia (discriminación formal e informal) y seguridad (a nivel individual, comunitario y social). Combina el desempeño entre los indicadores para generar la puntuación de un país, entre 0 y 1. Los datos provienen de fuentes recientes y de gran reputación: ONU, Banco Mundial, Gallup...

Si nos centramos en el indicador de la seguridad, vemos que hay cuatro subindicadores a considerar. Primero aparece la definición y después su base lógica. El segundo subindicador (seguridad comunitaria) está relacionado con lo comentado al principio: porcentaje de mujeres y niñas de 15 años o más que respondieron “sí” a la pregunta de la Encuesta mundial de Gallup “¿Te sientes segura caminando sola de noche en la ciudad o por la zona donde vives?”:

No hay duda de que, a mayor PIB per cápita (es decir, a mayor desarrollo), mejor puntuación en el ranking. Sin embargo, la correlación no es perfecta. Hay países como Tayikistán, Nicaragua o Ruanda en los que las mujeres están más seguras de lo que les corresponde por su desarrollo. Y viceversa: en naciones como Estados Unidos, Brasil, Colombia, Puerto Rico, Israel o México, las mujeres sufren más inseguridad de la que deberían:

Me ha sorprendido que el informe haya hecho un estudio específico de uno de mis países favoritos: Colombia (ver mapa). Los investigadores afirman que “La cultura machista en Colombia y en toda América Latina defiende las estructuras de poder patriarcales. En promedio, el 33% de los hombres colombianos están de acuerdo en que el papel principal de la mujer es casarse y tener hijos. Sin embargo, hay diferencias regionales, que van desde el 14% de los hombres que están de acuerdo con la afirmación en Bogotá hasta el 54% en San Andrés. La educación puede remodelar las normas de género, especialmente cuando las mujeres también han respaldado y defendido ideologías dañinas”:

Feliz semana a todos. Recordemos que Martin Luther King dijo: “El hombre nació en la barbarie cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en el que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro”.