Actualmente, queramos o no, vivimos en una sociedad digitalizada en la que la tecnología ya está presente en todos los ámbitos de nuestro día a día: en el laboral, educativo, social, comunicativo, ocio y entretenimiento. Prácticamente ante cualquier trámite que tengamos que hacer, ya nos "invitan" a hacerlo de forma telemática y, en muchas situaciones, la opción analógica incluso ha desaparecido. Por ello, no formar y educar digitalmente a los menores es negarles el derecho que tienen a la conexión y al uso de internet como ciudadanos digitales (art. 83 de la LOPDGDD) y, lo que es peor, no prepararlos en competencias para el futuro que van a tener que vivir. 

Durante los últimos meses, hemos visto cómo la preocupación por la relación existente en el binomio niños-tecnología ha ido creciendo entre la ciudadanía. Pero, debemos de tener claro que hay tres debates encima de la mesa y no debemos mezclarlos ni confundirlos. Por un lado, está la limitación o regulación que muchas familias han pedido sobre el acceso a los menores a los dispositivos digitales (no tener smartphones antes de los 16 años); por otro, sobre la regulación de la presencia y uso de estos dispositivos personales en el aula, algo que ya estaba regulado en la mayoría de centros educativos e, incluso, prohibido, en muchas CCAA; y, por último, ha habido ciertos sectores que, viendo el cuestionamiento sobre los beneficios de la tecnología en niños y adolescentes, han pedido la desdigitalización de los centros educativos.

Pero acerca de esto último debemos de saber que la competencia digital está reconocida como un aspecto imprescindible de la ciudadanía del siglo XXI por la UNESCO, la Unión Europea y la Carta de Derechos Digitales española, y que la integración educativa de las tecnologías implica utilizarlas como un medio para potenciar el aprendizaje y promover habilidades digitales relevantes en el siglo XXI.

No se trata sólo de consumir información a través de pantallas, sino de cultivar el pensamiento crítico, la creatividad, la colaboración y la resolución de problemas. Eliminar las tecnologías digitales en el proceso educativo implica contribuir a la brecha digital y a generar desigualdad social entre los estudiantes e impedir que puedan formarse para ejercer en las mejores condiciones posibles sus derechos y deberes como ciudadanos y ciudadanas digitales, ya que, para muchos, la escuela representa el único entorno que promoverá el uso educativo y crítico de los medios digitales. 

Muchas familias, efectivamente, se sienten presionadas por dar ese primer dispositivo sin creerlo oportuno y a edades que no consideran adecuadas, ¿por qué? Porque el resto de los compañeros y amigos de su hijo o hija lo tienen. Y es entendible que la disyuntiva en la que se encuentran estos padres y madres no es fácil: si retraso la entrega del móvil hasta la edad que yo creo que es la correcta y es el único que no tiene, ¿le estaré aislando socialmente? Si se lo doy a los once o doce años, como el resto de los padres, cuando aún mi hijo no tiene ni el auto control ni la madurez suficiente, ¿le estaré exponiendo a toda una serie de riesgos que podría evitar? 

Según el último informe presentado por la empresa y herramienta de Bienestar Digital Qustodio, el acceso temprano a contenidos pornográficos, el contacto con ciberdepredadores y el uso abusivo de pantallas, son las preocupaciones digitales que más hacen que los padres decidan no dar dispositivos a sus hijos.

En cuanto a los dos primeros, no cabe duda de que, si no hay una supervisión y acompañamiento, especialmente a edades tempranas, los riegos aumentan, ya que los menores no tienen aún ni la capacidad emocional de enfrentarse a contenidos inadecuados para ellos ni para saber reconocer las posibles intenciones ilícitas de personas detrás de una pantalla. Y respecto al uso abusivo de pantallas, más que el número de horas, qué es mucho o es poco para poder considerar un comportamiento como abusivo, compulsivo o, incluso adictivo, es más importante saber qué hacen con esas pantallas. Sobre esto, la Asociación Española de Pediatría hizo un comunicado oficial donde exponía que "las prohibiciones indiscriminadas del uso de los dispositivos móviles supusieran un beneficio para la salud de los niños y adolescentes, dando una mayor importancia para la prevención y reducción de riesgos a factores como la madurez de cada niño o niña al comenzar a usar las pantallas, el tipo de contenido que se visualiza o el acompañamiento que hacen los padres y madres a los niños mientras usan los dispositivos (mediación parental)". 

¿Y qué significa todo esto?

Vayamos por partes. Por supuesto no podemos banalizar los riesgos que la tecnología, como herramienta que es, entraña, o, mejor dicho, que el mal uso de esta conlleva; desde los problemas de un uso abusivo de diferentes apps o plataformas; el acceso a contenidos inapropiados por parte de los menores; los causados por falta de privacidad y seguridad, incluso ciberseguridad; o cuando la tecnología es empleada para causar daño a otros. Pero, cuando se hace un buen uso de la tecnología, esto permite a los menores disfrutar de todas las actividades digitales: socializar con su grupo de amigos, aumentar sus aptitudes creativas e innovadoras sobre sus contenidos favoritos o desarrollar nuevos intereses, etc.

Y para que esto sea posible, es necesario todo un proceso de educación y formación antes de darles los primeros dispositivos digitales, para que entiendan qué es la tecnología con sus pros y sus contras, como con cualquier otra herramienta que vayan a utilizar, y con supervisión y acompañamiento una vez comiencen a utilizarla. Así que, esto nos deja claro que es imposible pensar que la adquisición de competencias digitales y conocimiento de un buen manejo de los dispositivos pueda llegar por "ciencia infusa" sin un trabajo y una implicación por nuestra parte, como padres, y también de los centros educativos.

Por tanto, igual de imposible es pensar que, de repente, a los 16 años, aprenderán mágicamente y adquirirán todo este conocimiento del entorno digital, por mucho que, obviamente, sepamos que pueda tener más madurez y responsabilidad un adolescente de dieciséis años que uno de 13 o 14.

Sin entrar hoy a debatir sobre los papers que hay o no, sobre la última evidencia científica publicada al respecto (que haberla, hayla), voy a reducirlo solo al sentido común: tal y como explicaba un poco más arriba, los riesgos del uso del móvil y, en general, de la tecnología aparecen por un uso indebido de esta, ya sea por nosotros o por terceros, pero debemos de saber que una gran mayoría de los usuarios hace un uso seguro, saludable y responsable, incluso cuando hablamos de adolescentes y jóvenes.

El tabaco, el alcohol y resto de sustancias son drogas, y nunca, repito nunca, hay un uso saludable de ellas; cualquier consumo, aunque sea esporádico, puede afectar de manera negativa a la salud de las personas. Así que, apelar al eslogan de que, si hay una ley que no deja a nuestros hijos beber o fumar hasta los 18 años, lo mismo deberíamos hacer con la tecnología, es totalmente demagógico o, incluso, irresponsable, porque lo que deberíamos aconsejar es que no consuman drogas, ni con 18 ni con 28… ni con 58.

"Educar implica permitir un uso progresivo y conceder libertad de uso en la medida en que se desarrolla la capacidad para ello", así lo explica José César Perales, catedrático del departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Granada. Y este concepto, también me sirve para rebatir el otro argumento con el que comparan las familias el dar el smartphone: el de conducir un coche. Cuando nuestros hijos pueden sacarse el carné de conducir, no se presentan al examen sin saber hacerlo, como es lógico, sino que tienen que cursar una serie de clases para aprender a utilizar el coche. Habrá algunos que tengan que tirar de clases y clases porque no sean tan duchos y otros cuya habilidad les permita aprender de forma mucho más ágil. El hecho de que haya un límite legal de edad para hacerlo (en España 18 años, en otros países 16), sin duda, tiene relación con la peligrosidad de esta tecnología y las posibles consecuencias que puede tener.

Por todo ello, podemos decir que, tanto para aprender a conducir como para usar el smartphone necesitamos formarnos y, además, hacerlo progresivamente utilizando la propia herramienta. Esto no significa, ni mucho menos, que estemos quitando la importancia que se debe a todos los riesgos que el mal uso de la tecnología (internet, las redes sociales o los videojuegos) pueden producir en los menores. Pero, sin negar la necesidad de la regulación, no parece que la prohibición sea la mejor opción.  

En lo que debemos trabajar todos los agentes implicados en la educación y formación de los niños y adolescentes, las familias y centros educativos, así como las instituciones y administraciones que deben velar por proteger sus derechos, es en un objetivo común que aúne, por un lado, la educación y formación de los menores para un buen uso de la tecnología, por otro, la capacitación y orientación a los padres y madres con recursos para poder hacerlo, y, la supervisión por parte de los organismos competentes a las plataformas para que cumplan sus obligaciones de ofrecer una tecnología ética que no ponga en riesgo a los menores, tomando medidas para ello como la verificación real de la edad de acceso, el control y eliminación de los contenidos ilegales e ilícitos dentro de sus sitios, la verificación de contenidos para evitar los bulos y desinformación, etc.

Es decir, medidas de protección y prevención de riesgos para los menores, ahora en el entorno digital, que sigan las ya establecidas en la LOPIVI, pero que no supongan limitar o eliminar los propios derechos que tienen los niños y adolescentes como ciudadanos digitales que son ya hoy día.