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La tribuna

Los pánicos bancarios, el sentido común y los zombis

21 marzo, 2023 02:18

¿Cómo entender lo que está pasando con los bancos? Tal vez recurriendo al sentido común. Y lo que nos dicta el sentido común económico es que los mercados competitivos, incluidos los financieros, tienden al equilibrio de forma espontánea cuando se les deja funcionar libremente; condición que exige al poder político que se abstenga de intervenir alterando con su voluntad arbitraria la asignación racional y eficiente de recursos fruto de la interacción impersonal entre multitud de agentes individuales independientes.

Algo que, en ausencia de intromisiones estatales, hubiera determinado tanto unos precios óptimos (el tipo de interés en el caso que nos ocupa) como las cantidades (el volumen total de créditos otorgados) también óptimas.

En consecuencia, el sentido común nos empuja a concluir que las razones del actual desbarajuste caótico en el sector bancario debe necesariamente obedecer a decisiones alumbradas ya sea en el ámbito de los bancos centrales bajo tutela estatal, ya en el de los propios gobiernos directamente. Ocurre, sin embargo, que eso que hemos dado en llamar sentido común económico constituye en realidad un consenso muy reciente y novedoso. Al punto de que el conjunto de ideas hoy hegemónico sobre el funcionamiento de la economía se remonta a la década de los años ochenta del siglo XX.

Antes de aquel preciso instante, casi nadie tomaba esos mismos argumentos teóricos en serio. Ahora remite a un lugar común el atribuir a las políticas de tipos de interés próximos a cero y a las de liquidez generosa, ambas impulsadas en su día por la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, la responsabilidad última de cualquier problema grave que acontezca en el sector financiero. Pero ese axioma, el que ordena señalar siempre a la intervención política para encontrar la causa de los colapsos en los mercados de capital, no se sostiene cuando se lanza una mirada de largo alcance a la Historia.

Las crisis financieras internacionales, con sus aparatosas escenas de pánicos gregarios en las bolsas y sus secuelas de quiebras concatenadas de entidades de crédito, no sólo han existido siempre sino que se han ido repitiendo de modo cíclico desde que, allá por 1825, se produjera la primera importante en la City de Londres. Sin embargo, la Reserva Federal se creó tan tarde como en 1913. Y fue, por cierto, como respuesta a una de aquellas numerosas calamidades bancarias acompañadas de bancarrotas masivas, la de Estados Unidos en 1907.

El conjunto de ideas hoy hegemónico sobre el funcionamiento de la economía se remonta a la década de los años ochenta del siglo XX

Unos desastres recurrentes que se habían producido todos ellos en ausencia tanto de bancos centrales como de nada parecido a la política monetaria de los estados, toda vez que el patrón oro, un régimen vigente hasta el primer tercio del siglo XX, impedía a los gobiernos de la época alterar la cantidad de dinero legal en circulación. Y los bancos, decíamos, sufrían periódicas quiebras encadenadas, exactamente igual que ahora. Cuando se encienden las luces largas, el sentido común económico, en apariencia tan firme y sólido, se transforma en una veleta.

El Silicon Valley Bank sería a estas horas una compañía ejemplar, saneada y solvente si la ley más célebre que nunca se haya aprobado para limitar y tutelar la libertad de acción de los mercados financieros, aquella legendaria Glass-Steagall Act de cuando el New Deal, la norma que había levantado un muro de separación infranqueable entre la banca comercial y la de inversión, no hubiera sido derogada por un presidente demócrata, Bill Clinton, a instancias de Larry Summers, su economista de cabecera y que también lo sería después de Obama.

Y es que SVB se dedicaba casi en exclusiva a prestar el dinero de sus clientes a empresas embrionarias y de futuro por entero ignoto, esas mismas en las que los banqueros sensatos no suelen confiar demasiado ante la incertidumbre radical e inmensurable que va asociada al riesgo de financiarlas. Estamos hablando, claro, de startups. De ahí, por cierto, la explicación al misterio de que tantos depositantes del SVB guardasen en el banco californiano cantidades muy superiores al volumen máximo que protege su fondo de garantía de depósitos federal (apenas el 2,5 de los clientes mantenía saldos inferiores a los 250.000 dólares que asegura el Estado).

Cuando se encienden las luces largas, el sentido común económico, en apariencia tan firme y sólido, se transforma en una veleta

Una explicación, por lo demás, simple: almacenaban allí tanto dinero porque esa era la condición exigida por el banco para concederles préstamos para sus proyectos tecnológicos. Deudores y acreedores del SVB eran, sí, las mismas personas. Por lo demás, no hay excesiva diferencia en la práctica entre destinar todo el pasivo de un banco a startups y jugar a la ruleta rusa.

Sin embargo, y sólo durante 2021, los muy aventurados proyectos tecnológicos de ese tipo, la mayoría abocados a un fracaso cierto como bien saben los especialistas en capital riesgo, lograron captar en Estados Unidos 330.000 millones de dólares de inversores institucionales echados para adelante, bastantes de ellos bancos regionales de un tamaño intermedio.

Después, claro, pasó lo que tenía que pasar: el sueño húmedo de los unicornios prodigiosos se desvaneció en la cruda realidad cuando montones de proyectos tecnológicos fantasiosos e inviables comenzaron a cancelarse y sus promotores, necesitados de urgente liquidez para afrontar las deudas, trataron de rescatar los fondos en el banco. Y acto seguido, ya se sabe, la misma historia de siempre: las olas de pánico en cadena.

[La Fed lanza un plan de financiación de emergencia para los bancos de EEUU]

La subida de los tipos por parte de la Reserva Federal, pues, ha constituido solo el simple catalizador, no la causa del derrumbe. Pero ¿por qué fueron precisamente los bancos intermedios, no los grandes, los que se metieron de cabeza en esa nueva burbuja especulativa de las puntocom?

La respuesta es que, en 2015, el Gobierno de Trump, exactamente igual que había hecho en su momento el Gobierno de Clinton con la Glass-Steagall Act, procedió a desmantelar el grueso de los controles legales intervencionistas que habían sido aprobados por el Congreso después del último gran derrumbe del sistema bancario en 2008 para limitar la libertad de acción de los mercados financieros.

En concreto, Trump derogó de un plumazo las normas federales que ataban en corto a los bancos, en especial a los pequeños y medianos, impidiéndoles embarcarse en una amplia gama de operaciones especulativas calificadas de alto riesgo. Pero, como antes Clinton, Trump también se dejó guiar por el sentido común, ese que indica que los mercados se autorregulan siempre. El segundo capítulo de la serie, el de los zombis cayendo en Europa, es ya otra historia.

*** José García Domínguez es economista y periodista.

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