He llenado este mes de enero de lecturas de lo más variopinto con la esperanza de que pongan un poco de calma en mi mente, cargada por el ruido ambiental en la sociedad generado, entre otras cosas por la polarización. Asistimos a diferentes batallas, como quien asiste a un circo de varias pistas, en las que pasan cosas distintas al mismo tiempo. Y, en todas ellas, siempre hay uno o varios planes: pro y anti aborto; pro y anti violencia; pro y anti impuestos; pro y anti regulación de precios.

Siempre hay al menos uno de los contendientes que le dice a los demás que no hay más tomadores de decisiones que ellos, los partidos políticos. Porque ya no hay gobernantes que miren por todos: los gobernantes miran más por su partido que por la ciudadanía.

Mi conclusión es que, a pesar de que, cuanto más rígido es el plan, peor funciona, hay una ineludible y acusada tendencia a planificarlo todo. En concreto, los políticos presentan planes y los ciudadanos los compramos. Nos quedamos más tranquilos ante un plan fantasioso que ante una exposición realista de lo que se nos avecina. Por eso todo el mundo es feliz viendo a Nadia Calviño explicar en Bloomberg lo bien que nos va. P

orque cuando hablo de planes no me refiero a propuestas acerca de lo que sucede, lo que puede pasar y lo que podemos hacer; ni siquiera hablo de posibles caminos para mejorar la situación de la ciudadanía. Al fin y al cabo, el mandato de los gestores políticos es ese: con mi voto te doy poder y dinero para que mejores la situación en la que vivimos, para que utilices este euro que me cuesta tanto ganar en algo que merezca la pena.

"Los políticos presentan planes y los ciudadanos los compramos"

Cuando hablo de planes me refiero a los brindis al sol, como por ejemplo, frenar el cambio climático, acabar con la pobreza y asegurar la felicidad a todo el mundo, a golpe de decretos-ley.

En medio de la polémica que envuelve la planificación además de los que defienden el plan y quienes señalan sus agujeros, están los observadores que tratan de racionalizar el optimismo y quienes tratan de hacer lo propio con el pesimismo.

Una de las lecturas de esta semana se refería, precisamente, al sesgo que se manifiesta entre las personas con exceso/falta de confianza cuando se les da feedback respecto a su exceso/falta de confianza.

Los autores del estudio concluyen que la conciencia del propio exceso o falta de confianza no elimina el sesgo. Además, el sesgo de recuerdo de lo positivo frente a lo negativo, y al revés, se debe principalmente a las creencias motivadas de quienes toman las decisiones. Es decir, ese enfrentamiento optimistas frente a pesimistas es estéril porque ninguno va a desnudarse de su sesgo.

Tal vez por eso, los planificadores suelen ser optimistas. Y también quienes reinventan el nuevo homo economicus, la verdadera igualdad, el verdadero periodismo o la rueda. ¿Dónde quedan los datos? En manos de los que los recogen, manipulan e interpretan. Y estamos a expensas de su honestidad que, al ser tan humanos como usted y yo, no es incorruptible.

Una de las lecturas más recientes y más interesantes ha sido la primera entrada de Casa Rorty, el nuevo blog de Manuel Arias Maldonado en Letras Libres. Entre otras cosas, el autor se plantea, de nuevo, las rozaduras entre las esferas pública y privada en nuestras democracias (supuestamente) liberales. Y se pregunta si acaso no necesitamos un mayor número de "ciudadanos que de manera responsable toman distancia respecto de sus creencias y renuncian a concebir la democracia como el instrumento para imponérselas a otros". Si no es hora de que las necesidades metafísicas de unos y otros se conviertan en “principios organizadores del poder público”.

Efectivamente, creo que es necesario, para la supervivencia de una democracia liberal y civilizada, que rebajemos nuestras expectativas respecto a lo que se puede conseguir a través de la acción política.

"Es necesario que rebajemos nuestras expectativas respecto a lo que se puede conseguir a través de la acción política"

¿Sirve de algo pulir y dar brillo a los planes cuando, como apunta el profesor Arias Maldonado, siguiendo la estela de Rorty, tal vez la política (la económica también) no llega a tanto?¿Hace falta legislar todo y de esta manera tan chabacana como nuestro gobierno? Porque hay que recordar que en 4 años (hasta diciembre del 2022) han sido 320 decretos-ley de Sánchez frente a los 127 en 7 años de Mariano Rajoy.

Uno de mis caballos de batalla teóricos desde hace años es la idea de que la economía es un sistema hipercomplejo inmerso y relacionado con otros sistemas hipercomplejos, todos ellos de la mano de la naturaleza humana.

Si admitimos ese supuesto como bueno, planificar como se hace es tratar de contener el océano en el cuenco de la mano. No quiere decir que hay que olvidarse de todo y que sea lo que tenga que venir, sino relajar, primero las expectativas, y también la soberbia, que lleva a una élite a ofrecer soluciones tan sólidas como las que una encuentra en las galletas de la suerte chinas. Ya entiendo que decir la verdad a los votantes es impensable y, probablemente, no es lo que quieren los propios votantes, pero es profundamente inmoral planificar de forma tan burda para que el que venga detrás se encuentre con los agujeros negros.

Nadia Calviño no ha explicado en su entrevista en Bloomberg el tremendo problema de deuda pública que tenemos, o qué va a pasar cuando se eliminen controles de precios y las ayudas. Franco tampoco vio lo que le pasó a España cuando se levantaron sus controles de precios y salarios.

En especial, como explica Francisco Comín, a principios de los años 70 no se trasladó el aumento de precios del petróleo del mercado internacional a los productos que vendía CAMPSA, y al hacerlo los gobiernos de la Transición una vez muerto Franco, la crisis fue más larga y más profunda en España que en el resto de Europa.

Al menos, seamos los ciudadanos los que adoptemos un punto de vista menos planificador y aceptemos la incertidumbre. Atengámonos a la imprevisibilidad de los hechos que determinan nuestro futuro económico y no pidamos plan, sino libertad de elección.