Las convulsiones en los mercados financieros de la semana pasada se ajustaron con precisión sorprendente a lo que esperábamos en esta columna, por lo que la comparación con lo que le sucedió a los índices de Bolsa en 2008 sigue siendo pertinente: el índice Dow Jones Industrial acumula una caída del 12,5% desde su máximo histórico del 4 de enero de este año (es decir, tras 94 sesiones) lo que es casi la misma caída (-12,8%) que acumuló en 2008 después de bajar durante 94 sesiones seguidas desde su máximo histórico anterior.

¿Es magia o es casualidad? Ninguna de las dos cosas. El hecho simplemente muestra que estamos metidos en un problema "de muchas campanillas" ya que, por ahora, las bolsas están tan asustadas como lo estuvieron en 2008, lo que, no es novedad, no augura nada bueno.

Por si esto fuera poco, hay más coincidencias ominosas: la bajada del Dow Jones coincide, con solo una sesión de diferencia, con la que tuvo en 1973, el año que figura en los anales como el del inicio del primer shock del petróleo y de la mayor recesión vivida hasta entonces desde la II Guerra Mundial.

Como ya sabíamos desde hace meses, es obvio que se está metido en un gran problema cuando las mejores comparaciones de la Bolsa de 2022 con la Bolsa del pasado apuntan a los dos peores inicios de año desde 1932 y, por ende, a las dos recesiones más graves de los 90 últimos años (caso aparte es la recesión decretada por la pandemia).

Se pueden elegir otros índices, como los tecnológicos, y la comparación con 2008 sigue siendo pertinente y causando estupefacción, con una evolución incluso peor y más rápida que la de entonces.

Pero lo más llamativo de la semana fue la bajada, como tocadas por un rayo, de la cotización de las criptomonedas, en unos casos (como el del bitcoin) para continuar, mal que bien, su trayectoria y en otros para, prácticamente, desaparecer, tal es el caso de dos de las llamadas "monedas estables", "el dólar Terra" y su pareja estabilizadora "Luna", cuyo precio bajó a cero.

En ese maremágnum de criptomonedas que descendían de valor hubo un valiente que se atrevió a "disparar con pólvora del rey", el presidente de la República de El Salvador, Nayib Bukele, que en uno de los peores días de los mercados anunció que su país había comprado más bitcoins.

Y es que, en una arrancada propia del fabuloso mundo del "realismo mágico" de Cien años de soledad, Bukele había anunciado el año pasado ante inversores en Miami que El Salvador adoptaría el Bitcoin como moneda de curso legal.

Por ahora, las bolsas están tan asustadas como lo estuvieron en 2008, lo que, no es novedad, no augura nada bueno

Dicho y hecho: pocos meses después el anuncio era realidad, contra el viento y marea de las advertencias del Fondo Monetario Internacional (que amenazaba con no conceder a El Salvador el préstamo por valor de 1.000 millones de dólares que estaba tramitándose) y entre las críticas de unos y el aplauso de muchos más.

¿Muchos más? No hay discusión. Para hacernos una idea rápida de su popularidad nacional e internacional no hay más que echarle un vistazo a su cuenta de Twitter, donde acumula 4 millones de seguidores, la mayoría entusiastas.

Eso es mucho más de los que tiene Pedro Sánchez en esa red social (multiplica por 2,5 la cifra de este último) y alcanza la mitad de los que tiene Emmanuel Macron. Pero, claro, en un país, como El Salvador, con seis millones de habitantes. Para que Pedro Sánchez o Macron alcanzaran la popularidad de Bukele en redes sociales deberían tener, respectivamente, 29 y 41 millones de seguidores, algo que, evidentemente, está fuera del alcance de ambos. Al menos, por ahora…

Ni siquiera el presidente de EEUU, Joe Biden, puede competir con él: para igualarle en "seguidores per cápita" debería alcanzar los 200 millones, pero solo tiene 22 millones en la cuenta oficial y 34 en la personal.

La popularidad de Bukele se debe evidentemente a su decisión polémica, en la que confluyen desde el ruido de la polémica hasta la confusión de conceptos, tanto entre los que lo alaban como entre los que lo critican.

La dolarización total de una economía le hace perder su independencia monetaria por completo

El Salvador no tiene moneda propia desde hace algo más de veinte años, por lo que es una economía dolarizada (se usa el dólar cotidianamente) lo que no tiene nada de especial en un entorno de políticas económicas fracasadas como las de otros países de Hispanoamérica: Ecuador también dejó de tener moneda propia (el sucre) hace veinte años y Argentina hizo el intento, fracasado también, de ligar al dólar una de las encarnaciones recientes de su moneda.

No siempre una medida de ese tipo termina en fracaso: ahí está el ejemplo de Hong Kong, que solo tiene moneda propia de nombre, ya que la cotización del dólar de Hong Kong está indexada a la del dólar americano, aunque se le permite variar dentro de una banda de fluctuación que, por cierto, en esta misma semana peligraba porque el dólar de Hong Kong se había ido a la parte baja de esa banda, lo que obliga a la autoridad monetaria del enclave a subir los tipos de interés.

Es decir, la política monetaria de El Salvador, El Ecuador y de Hong Kong (y hasta cierto punto, la de la propia China) la marca el Banco de la Reserva Federal de EEUU. La dolarización total de una economía le hace perder su independencia monetaria por completo.

Pues bien, como en El Salvador siguen circulando los dólares igual que antes, lo que ha conseguido el presidente Bukele es perder la independencia monetaria doblemente: frente a los EEUU (que ya estaba perdida) y frente a un agente internacional anónimo: el mercado de las criptomonedas. O, dicho de otra forma, ha complicado todo al forzar que muchas transacciones pasen por el Bitcoin antes de pasar por donde pasaban desde hace mucho: por el dólar.

En realidad, como el experimento no es que haya sido un éxito por ahora, se puede afirmar que, por mucho que diga un decreto, el bitcoin no funciona en El Salvador como una moneda de curso legal, ya que para eso sería necesario que sueldos y salarios se pagaran en bitcoins y que todos los salvadoreños pudieran hacer todas sus compras pagando con bitcoins, de modo que no tuvieran que asumir un riesgo de cambio en la vida cotidiana.

Nadie en España asume un riesgo de cambio por cobrar y pagar en euros. En ese riesgo solo se asume si se viaja al extranjero o si se hace una inversión en otra divisa. Por eso, pese a que Bukele y sus seguidores se empeñen, el bitcoin ni es moneda (no tiene las características de medio de cambio, almacén de valor y unidad de cuenta) ni permite que en el mercado nacional no se tenga que asumir el riesgo de cambio en que se incurre cuando la moneda de los ingresos y la de los gastos son diferentes.

Solo hay algo bueno en todo esto: se habla de El Salvador y de la explotación que hace de su energía geotérmica. Y, con suerte, de las ventajas fiscales que ofrece (y que debe desligar de la promoción del bitcoin como moneda) que pudieran atraer inversiones extranjeras.

Por lo demás, casi sería mejor no haber mencionado la mayor popularidad de Bukele, absoluta frente Sánchez y relativa frente a Macron. Ambos son políticos, como él. Y a los políticos mejor no darles ideas…