La semana que acaba se ha caracterizado por el desplome de las previsiones de crecimiento económico para este año. El Banco de España lo deja en 4,5% del PIB, reduciéndolo en casi un punto respecto a su pronóstico anterior. El BBVA es más pesimista y lo deja en el 4,1%, también un punto por debajo de su previsión de enero. Funcas igual. CaixaBank acaba de anunciar que calcula el 4,2%.

En una semana se han caído todas las perspectivas de crecer este año por encima del 6% del PIB y, en consecuencia, de recuperar el nivel prepandemia.

La recuperación se aplaza a 2023 y siguientes. Pero todos los expertos dan cifras de crecimiento del PIB español inferiores al 3,5% para el siguiente año y por debajo de ellas en 2024. Eso si se consigue embridar la inflación y regularizar las cadenas de suministros, algo que no es seguro.

Un panorama incierto aun contando con la llegada de los fondos europeos.

No obstante, veremos tantas caras de satisfacción en los responsables de la política económica que nos recordarán al viejo chiste de Jaimito. Aquel en que el profesor explicaba que las hienas comen carroña, copulan una vez al año y tienen un rugido similar a una risa humana. Jaimito levantó la mano y dijo: "¡No lo entiendo!". "¿Qué no entiendes?", preguntó el maestro. Y Jaimito respondió: "Que si comen porquería y solo se aparean una vez al año, ¿de que se ríen?".

Nos dirán que la culpa es de Putin. Luego en verano, con la campaña turística en apogeo, empezarán a alardear de que baja el desempleo y los contratos temporales reducen su porcentaje. Sin decir que los trabajadores en ERTE son parados reales y que en marzo, por ejemplo, eran casi 90.000. Tampoco dirán que parte de los contratos que llaman fijos son "fijos-discontinuos". Una modalidad de contrato muy parecida al trabajo temporal.

Ocultarán que la inflación se está comiendo la capacidad adquisitiva de los salarios y aumentando la recaudación fiscal en términos monetarios

Además, ocultarán que la inflación se está comiendo la capacidad adquisitiva de los salarios y aumentando la recaudación fiscal en términos monetarios.

También alardearán de que la deuda pública baja en porcentaje del PIB porque este aumenta artificialmente en términos monetarios y la deuda está en euros fijos.

Todo hasta que el déficit público acumulado obligue al Estado a pedir más dinero prestado. Una deuda que, tarde o temprano, empezará a subir por los tipos de interés. Entonces la deuda crecerá otra vez y, con ella, el déficit.

Se puede aventurar que las rigideces de la economía española, agravada por las reformas laborales aprobadas por este Gobierno, harán que la inflación supere la de nuestros vecinos/clientes y nuestra competitividad bajará.

Entonces, nos preguntaremos con Jaimito: ¿de qué se ríen?

Todo esto es lo que los analistas de la econometría están observando y de ahí sus pesimistas previsiones.

¿Se puede hacer algo frente a esas amenazas? Como indicaba en mi artículo del viernes, hay dos filosofías para abordar el problema. La primera es mantener o subir los impuestos, creando un Estado rico gastador con las clases medias y populares media empobrecidas. La segunda es bajar los tipos impositivos manteniendo los gastos públicos controlados.

La reunión de Sanchez y Feijóo no ha aclarado nada. Al revés, seguimos en la indefinición. UP, la parte más radical del Gobierno, quiere aumentar la presión y el esfuerzo fiscal a los más ricos. El PSOE no es partidario de ello, pero no se atreve a bajar los impuestos. Está prisionero de una alianza que necesita para mantenerse en el poder.

Tampoco se atreve a convocar elecciones. Recuerdan que cuando Rodríguez Zapatero adelantó los comicios generales, en medio de una crisis económica, Mariano Rajoy ganó con mayoría absoluta.

Así que "ni so, ni arre". Ni deciden, ni dejan de hacerlo. Al final toman tarde las decisiones y, por lo tanto, mal. Ese es el principal problema de la política del Gobierno. Acaba decidiendo cuando todo está tan complicado que las medidas acaban siendo inanes. Por eso los pronósticos de crecimiento son cada vez peores. Y, si alguna vez Sánchez se adelanta a los acontecimientos, como en el caso de Sáhara, todo el Congreso, incluyendo sus aliados, le vota en contra. ¡Vaya olfato!