El gráfico de lo que sucedió con el precio del gas natural el jueves y el viernes de la semana pasada no puede ser más sencillo: es un triángulo isósceles en el que, el jueves, el precio subió por uno de los lados, y el viernes bajó por el otro (de 89 a 136 euros el jueves y de 136 a 89 euros el viernes).

Todo el mundo estaba sorprendido de que el precio del gas bajara a la misma velocidad que había subido el día anterior y mostraba idéntico asombro al ver que las Bolsas recuperaban el viernes lo que habían perdido el jueves.

Aunque resultase muy llamativo, no había nada pasmoso en esas reacciones de las Bolsas y del precio del gas natural: es lo que sucede siempre al inicio de las guerras.

En el caso de los índices de Bolsa esas reacciones son automáticas, casi como si de una ley física se tratara: caen durante el período de tensión prebélica y reaccionan al alza no bien se escucha el estallido de las primeras bombas.

Hay ejemplos recientes con los que ilustrar esa manera de reaccionar. En la Guerra del Golfo, las Bolsas de todo el mundo estuvieron cayendo en la semana anterior al día 17 de enero de 1991, en que, de madrugada, EEUU inició el ataque contra las posiciones del ejército iraquí que, cinco meses antes, había ocupado Kuwait. En España, la Bolsa subió ese mismo día un 7%, tras haber perdido en los días anteriores un 5% y en los cinco meses previos un 28%.

Con la invasión de Ucrania, la reacción alcista de las cotizaciones ha sido un poco más lenta, y la iniciaron los índices de Bolsa de EEUU cuando ya estaba cerrada la sesión europea. Pero, por lo demás, es un caso trivial de reacción de las Bolsas al escuchar el sonido de los cañones. El Barón de Rothschild, lo decía con una frase que no podría ser más descarnada, y que quizás sea apócrifa: “cuando la sangre corre en las calles es el momento de comprar”.

Al final, y contra lo que parecía probable (que todo terminara en un acuerdo negociado, como sucedió con la crisis de los misiles de Cuba) Putin “lo hizo”, trayendo con su invasión de Ucrania el eco de otras acciones similares por parte de la URSS, desde la liquidación en 1968 de la “Primavera de Praga” hasta la represión, más sangrienta, del intento de Hungría de salirse en 1956 de la órbita soviética (2.000 húngaros y 700 soldados rusos muertos).

Con la invasión de Ucrania, la reacción alcista de las cotizaciones ha sido un poco más lenta 

Con el ataque a Ucrania, Putin ha puesto el punto final a la fantasía de paz que decoró los salones geoestratégicos occidentales en los primeros años tras el derrumbe de la Unión Soviética y que plasmó el escritor Francis Fukuyama en su libro “El Fin de la Historia”. Un fin de la historia que consistía, esencialmente, en que, con la victoria de las democracias liberales, se había terminado la lucha entre las ideologías y entre los dos bloques hegemónicos, que había durado 45 años y puesto al planeta en peligro de otra guerra mundial, mucho más destructiva que las otras dos, y que hubiera terminado con la aniquilación de los contendientes.

Se había pasado, por tanto, el peligro del “invierno nuclear” (con su película para televisión y todo: “El Día Después”; 1983) y abierto una etapa nueva: la del calentamiento global.

Con el bofetón que le ha dado Putin a Occidente, y con las víctimas de una guerra arbitraria, Europa ha despertado del sueño de que en sus tierras estas cosas no podían pasar, aunque siga dormida y sin asumir las consecuencias de lo que todo esto trae consigo: que tiene que replantearse su política energética. Y, para eso, tiene que volcar la mesa sobre la que se diseñan sus planes de futuro.

Lo que ha quedado meridianamente claro la semana pasada es que Rusia quiere tener lo que tenía en tiempos de la URSS, una vez pasada la II Guerra Mundial, y que en algunos momentos, por entonces, se llamó coloquialmente “glacis”, que no es otra cosa que la aspiración de tener al enemigo lo más lejos posible por el simple hecho de tener tierra de por medio (en la técnica militar el glacis es el declive del terreno desde una fortificación hacia el campo adyacente, terreno que precede al foso defensivo de la propia fortaleza.

Ese “glacis” lo formaban entonces los países de Europa del Este que estaban tras el llamado “telón de acero”.

Si durante décadas se dijo que Latinoamérica era el patio trasero de EEUU, está claro que la Rusia que encabeza Putin quiere recuperar su propio “patio trasero”, justo ahora que esa terminología había decaído.

En los círculos interesados por entender lo que está pasando se hacen la pregunta: ¿qué puede hacer la Unión Europea para estar a la altura de las circunstancias? La respuesta es bien sencilla: nada. Salvo que decida asumir la realidad: que “la historia se había terminado hace 30 años” pero ha vuelto a nuestras vidas irrumpiendo estruendosamente, y que asumir esa realidad significa como primera medida dar un vuelco a su política energética, lo que, con los partidos verdes (con pedigrí, como los alemanes, y sin pedigrí, como en España) en el gobierno, está en el reino de las fantasías animadas de ayer y hoy, junto con Bugs Bunny, el Pato Lucas y Porky.

El precio de los metales industriales es el que está más cerca de haber iniciado ese superciclo, alentados por la demanda de las nuevas tecnologías 

En los últimos 12 meses, y casi sin darnos cuenta, nos hemos adentrado (en apariencia, porque aún no está certificado) en un nuevo “superciclo” de las materias primas, en el que éstas suben de precio, tras haber pasado los últimos 14 años con esos precios en tendencia a la baja.

El precio de los metales industriales es el que está más cerca de haber iniciado ese superciclo, alentados por la demanda insaciable proveniente de las nuevas tecnologías. De ahí, que junto con la lucha antigua por controlar las fuentes de la energía (gas y petróleo) haya surgido la rivalidad por obtener los metales del futuro: cobre, níquel, litio, cobalto y tierras raras en general. En los dos meses que llevamos de año, el precio de los metales industriales más usado ha subido un 9,5%, mientras que el de las materias primas agrícolas lo hace en un 10% y el de la energía un 22%. Si hablamos de las subidas del precio del litio (el carbonato apto para baterías), para que contar… ¡400% en el último año!

Mala expectativa, por tanto, para la inflación. A los bancos centrales se les complica la tarea, a la vez que la guerra de Ucrania alienta su escapismo de no subir los tipos de interés (sobre todo el BCE). A la Unión Europea la anima a seguir durmiéndose en los laureles. Con sanciones económicas o sin ellas.